Los nervios se aflojaron ayer por fin en los hogares de los tripulantes del atunero vecinos de la comarca pontevedresa del Val Miñor. La noticia de la liberación del barco cambió repentinamente el semblante de sus familiares. No podían ocultar sus sonrisas. Los abrazos se repetían en sus puertas y hasta algún llanto nervioso y regenerador después de dejar atrás la angustiosa situación de una espera de 47 días. Las familias se preparan ahora para recibir a sus seres queridos y darles el calor que necesitan para olvidar para siempre un cautiverio que los mantuvo encerrados en las bodegas del pesquero y desesperados al depender tan sólo de la voluntad de un grupo de piratas sin más preocupación que una gran cantidad de dinero.

Con la mano en alto, exultante como los vencedores, salía de su casa Silvia Albés, esposa de Pablo Costas, el engrasador del pesquero que reside en la parroquia gondomareña de Mañufe. Eran las tres de la tarde y acaba de recibir la llamada del secretario general del Mar, Juan Carlos Martín Fragueiro, y de escuchar el anuncio del presidente del Gobierno por televisión. “Gracias a todos, a los medios, a la gente...” fueron las primeras palabras de la joven que ponía punto y final a la agonía de 47 días de angustia. La llamada del Gobierno había sido muy corta, sólo para comunicarle la liberación y que el barco navegaba hacia Seychelles con la fragata “Canarias” muy cerca. “Muy contenta por poder acabar con esta vida de locos que dura ya demasiado tiempo”, se manifestaba.

Los primeros minutos después de conocer la liberación fueron emocionantes. Cientos de mensajes en sus móviles, llamadas. Incluso habló con un marinero de otro barco que quería informarle que había contactado con el barco y que navegaba a 22 millas “a toda máquina para llegar a Seychelles mañana -por hoy- por la tarde.

Llamada

Sólo le faltaba una llamada, la más importante, la de su marido, con el que no hablaba desde hacía semanas. Su último contacto había sido angustioso, ya que Pablo le pedía llorando que lo sacase del barco, que se uniese con otros familiares para conseguir que el secuestro terminase. Pero la voz de su marido la tranquilizó por la tarde. Esta vez con una llamada corta pero aclaradora. Le decía que estaba bien, que todos estaban “animados” y que deseaba verla ya. “Fue una conversación muy escueta y había jaleo por detrás porque todos querían hablar”, explicó a última hora.

Pero antes de oir su voz de nuevo no sabía qué decir a su marido en cuanto lo vea. Sólo aseguraba: “Me lo voy a comer a besos en cuanto pueda verlo y abrazarlo. Lo estoy deseando”. Lo único que tiene claro es que Pablo no volverá a separarse de ella de su hija de 3 años para volver al Índico. “Este no vuelve en su vida”, sentenciaba.

Deja atrás ya los malos momentos de los últimos 47 días y recuerda con especial pesar aquella desgarradora llamada de su marido. “Sentir tan cerca el dolor de él fue lo peor”. Los demás episodios del largo cautiverio fueron más soportables para ella. “Hubo que saber llevarlo, dar el tirón de orejas cuando hubo que darlo y también ser prudente cuando hubo que serlo. Ahora por fin se ha resuelto todo y agradezco a los medios de comunicación y a la gente que nos ha apoyado su ayuda”, añadía.

El abrazo emocionado de un vecino primero interrumpía el encuentro de la mujer de Pablo Costas con los periodistas, en el que todavía no sabía cómo iba a volver su esposo a casa. Su intervención terminaba con otro abrazo, el de su hermana. Poco más tarde, Silvia se dirigía a casa de su suegra para estar con ella en este feliz momento. Ahora el nerviosismo se queda en los preparativos para el regreso.