“El mundo sabe que usamos la fuerza. Pero no herimos a nadie. Sólo disparamos al cielo para asustar”. Esta frase de uno de los secuestradores del Playa de Bakio a través del teléfono satelital pretendía calmar a la opinión pública mientras familias gallegas esperaban noticias de sus marineros y los grupos somalíes negociaban un rescate de 769.000 euros. La UE no vio el pago con buenos ojos y acusó a España de contribuir a la financiación de la piratería al sucumbir con dinero a la presión de los bandidos.

El objetivo de los bucaneros del siglo XXI no es matar, es tomar el control de la embarcación a través de las armas, utilizar a los tripulantes como rehenes y medida de presión y negociar el mayor rescate posible. No obstante, las tensiones que se crean a bordo son de tal magnitud que los piratas no dudan en matar si eso les permite cumplir su cometido final. Varias operaciones de liberación en las que intervinieron fragatas enviadas por varios Estados miembros y buques de la UE que controlan las aguas del Índico se saldaron con muertos (tanto de tripulantes como de secuestradores): ocurrió con el yate Tanit, de tripulación francesa, o tras el ataque a dos barcos de guerra estadounidenses, que se defendieron con la misma moneda, disparos sin piedad a los bucaneros somalíes. La impotencia lleva a la flota a pensar en una única salida: defenderse en igualdad de condiciones. El Gobierno español ha negado a los atuneros la posibilidad de embarcar militares armados a bordo para librarse de posibles ataques. La única opción que les queda es contratar empresas privadas, cuyo elevado coste impediría sacar rentabilidad a la marea, o esperar a que los buques integrados en la operación Atalanta (organizada por la UE para luchar contra la piratería) lleguen a tiempo antes de que los piratas consigan paralizar el barco a golpe de lanzagranadas. En esta encrucijada entre la ética y la violencia, hay países que no dudan en deshacerse a cañonazos de los esquifes (lanchas de los piratas). Personal que conoce a fondo la operación Atalanta asegura que países como India o China emplean sus armas de fuego en cuanto perciben la amenaza de corsarios armados, que han cambiado el pistolón, la pata de palo y el loro en el hombro por pasamontañas, lanzagranadas RPG, fusiles AK47 y naves nodrizas. Detrás de la mafia del pirateo hay toda una industria “de hacer dinero”.

¿Quiénes son los piratas? La piratería moderna surge en los 90 en Somalia, un país en estado caótico tras la guerra civil, sin un Gobierno central que imponga normas. Cientos de jóvenes optaron por la piratería como modo de vida. Están organizados en grupos y se llevan un 30% del botín. Hoy son 1.500 individuos los implicados en el pillaje.

¿Cómo actúan? En grupos de siete a diez hombres en rápidos botes que parten de una nave nodriza. Utilizan fusiles Kalashnikov y lanzagranadas RPG, además de teléfonos satelitales y GPS. El asalto al barco se efectúa sujetándolo con ganchos para después trepar con cuerdas y escaleras. A veces lo atacan con armas para obligarlo a parar.

¿Quién está detrás? Es una industria a gran escala. Los jefes de los cinco principales grupos de piratas somalíes se ponen en contacto con sus fuentes en Londres, Dubái o el Yemen para recibir información y elegir el barco óptimo para el ataque. El 20% del botín es para los cabecillas y sobre un 30% para sobornar a oficiales locales.

La negociación del rescate. Londres, como capital del mayor imperio mercantil donde tienen sede muchas compañías navieras y aseguradoras es el epicentro de las actividades que realizan los piratas. La negociación y el pago de los rescates son gestionados por abogados expertos en derecho marítimo en oficinas de las calles londinenses.