Un sólo empresario puede ser capaz de colocar a un país sobre un movimiento telúrico de largo alcance y proporciones mayúsculas. Ahora mismo, nada menos que la continuidad de uno de los mayores grupos constructores españoles (Sacyr Vallehermoso), el futuro de uno de los mayores conglomerados de autopistas del país (Itínere), la nacionalidad de la única petrolera española (Repsol) y hasta el control del mayor operador gasista (Gas Natural, en pleno proceso de dominio de la tercera eléctrica nacional, Unión Fenosa) dependen, directa o indirectamente, de la decisión de un sólo hombre: Luis del Rivero.

El mercado es así. Una decisión empresarial puede tener efectos que alcanzan al conjunto de la economía de un país, a la política y hasta a la «soberanía» energética nacional. Sobre el terremoto está sentado un hombre que hizo posible un gran grupo empresarial con un fortísimo endeudamiento y que ahora pone su mejor voluntad para intentar controlar la explosión. Cada vez son más las voces que, a derecha y a izquierda, reclaman al Gobierno que intervenga. El anatema del intervencionismo se revisa siempre que se está al borde del abismo.

La vida española vive un dilema: Sacyr podría salvarse (y evitar así una crisis empresarial de efectos tremebundos por su tamaño) si la compañía logra vender Itínere y su 20% de Repsol. Pero la venta del 20% de Repsol a la petrolera rusa Lukoil (hoy por hoy, único candidato) ha suscitado la alarma por la naturaleza de la compañía, la identidad de algunos accionistas y sus vínculos con el Kremlim. Y entrar en Repsol es poner un pie en Gas Natural y, de paso, también en Unión Fenosa.

Luis del Rivero hizo posible su gran imperio con trabajo, conocimientos y astucia. Y con mucho arrojo. No era titular de una gran fortuna, ni heredero de un legado empresarial familiar, ni sucesor de un imperio acrisolado. Es, a la inversa, «un hombre hecho a sí mismo», pero que pudo hacerse y erigirse como un empresario de referencia merced a unas condiciones financieras, monetarias y económicas excepcionales: fortísimo crecimiento económico durante un período muy dilatado, altísima demanda inmobiliaria y fuerte inversión estatal en obra pública y unos bajísimos tipos de interés.

Desde Sacyr, del Rivero emprendió no sólo un fuerte crecimiento en el sector de la construcción, sino que inició a la vez una vigorosa diversificación. Se dice que Luis del Rivero es amante del mus y de los órdagos. La leyenda se verificó cuando se hizo con la inmobiliaria Vallehermoso, cuando forjó el grupo de autopistas Itínere (al que el PP adjudicó las empresas estatales, caso de la asturiana Aucalsa); cuando intentó el asalto del segundo banco español (BBVA) o cuando tomó en 2006 el 20% de la petrolera Repsol y cuando se hizo con el 32% de la constructora francesa Eiffage.

De Eiffage acabó yéndose y también se retiró de su empeño por sentarse en el consejo de administración del BBVA, pero siempre se marchó realizando plusvalías, aunque tales ganancias eran minucias en comparación a la deuda acumulada.

Ahora, con los bancos acreedores exigiéndole que aporte más garantías para unos créditos que se le concedieron respaldados por activos que están despreciándose por la crisis, Del Rivero tiene que desandar parte del camino. El debate nacional lleva días girando sobre el futuro de Repsol a costa de la necesidad de Sacyr de vender su 20% para reducir su endeudamiento.

Del Rivero, al igual que otros accionistas del grupo, caso del inversor Juan Abelló, tienen "hilo directo" con José María Aznar, pero el desencuentro con el ex ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, es frontal, como se acaba de ver en los Juzgados.

A Sacyr se le han atribuido conexiones con el equipo de Zapatero y, en su intento por entrar en el BBVA, se quiso ver una operación política. Pero sorprendentemente no hubo las mismas sospechas cuando, bajo otros gobiernos, Del Rivero cimentó su imperio, incluso siendo el adjudicatario de empresas estatales (ENA, matriz de Aucalsa).

La entrada de Sacyr en Repsol en 2006 evitó que penetrara Lukoil en la petrolera española. Se prefirió, en el mundo financiero y político, un socio español a un inversor ruso en Repsol. Ahora la asfixia financiera de Sacyr da de nuevo posibilidades a Lukoil de desembarcar en la petrolera española. Al Gobierno se le exige que lo impida, pero también se le reprocha que hace dos años (sea cierta o no su intervención) favoreciera la entrada de Sacyr en la petrolera para hacer justo lo que ahora se le está demandando al Ejecutivo: cerrarle el paso a los rusos.