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Las compras por internet y la reutilización incrementan los arreglos de ropa y calzado

Hay clientas que readaptan prendas de sus abuelas | Pese a esa subida de los encargos, modistas y zapateros coinciden en las dificultades para formar a aprendices | Aunque de forma puntual, realizan prendas a medida

Nidia Rodríguez posa junto a uno de sus encargos. |  Bernabé/Javier Lalín

Nidia Rodríguez posa junto a uno de sus encargos. | Bernabé/Javier Lalín

Salomé Soutelo

Salomé Soutelo

Lalín

En España, cada año se desechan 890.244 toneladas de ropa, lo que significa 19 kilos por cada uno de nosotros. De esa cantidad, casi 108.300 se deposita en los contenedores adecuados para su reutilización o su reciclaje, mientras que las prendas, el calzado o la ropa de hogar que se tira en el colector verde o acaba en un vertedero o se quema, con lo que si ya generó un impacto ambiental al fabricarse (por el consumo de agua), al ser incinerada volverá a contaminar con dióxido de carbono.

Cristiane Maril, en su taller del casco urbano de Silleda. |  Bernabé/Javier Lalín

Cristiane Maril, en su taller del casco urbano de Silleda. | Bernabé/Javier Lalín

Son datos que aporta la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje y que podrían reducirse con medidas como alargar la vida útil de la ropa, reciclar prendas o donarlas. En Deza ya se dan casos de esta concienciación ambiental, como indica Nidia Coromoto Rodríguez Romero. Nació en Venezuela y trabaja como modista en Lalín desde 2017, al frente del local Máis que arranxos. Señala que «cada día, aumenta más el arreglo de ropa, entre otras causas porque la moda va y viene. He tenido clientas que traen a arreglar prendas de sus abuelas». Ayudan, también, las compras por internet, «porque a veces los clientes prefieren arreglar la prenda en lugar de devolverla si no les coincide la talla y cambiarla por otra, ya que es más rápido». En los últimos tiempos, «tienden a rescatar cosas que antes eran muy buena calidad y que aún se conservan en buen estado».

El calzado deportivo también va al taller

Compramos más por internet, pero los reparadores no. Nidia Rodríguez se surte del material que precisa en las mercerías locales, y Cristiane Maril Villar, que trabaja desde hace 15 años como zapatera en Silleda, tiene claro que «deberías tocar y ver el material con el que trabajas porque, por ejemplo, hay unas falsificaciones muy buena de piel en bolsos». Tiene clientes del municipio pero también de Vila de Cruces, Orazo, Loimil o Lalín, donde aún repara calzado Manuel Méijome Rial. Los dos coinciden en que el arreglo de calzado ha cambiado desde la pandemia, por el hábito cada vez mayor de usar zapatillas de deporte tanto en verano como en invierno. «Pero las zapatillas también pueden repararse, porque si te han costado 100 ó 120 euros y a los 6 meses están con el piso dañado, hay que estirarles la vida, y merece la pena repararlas, porque cuesta 20 ó 25 euros», señala Cristiane.

Eso sí, la calidad tanto de las telas como del calzado ha bajado, pese a que son más caras. Esta zapatera apunta que «hace 20 años, a los zapatos se les solía estropear la goma. Ahora se les desintegra también, de modo que valen para reparar hasta cierto punto. Del mismo modo, hace dos o tres décadas el calzado tenía plantilla de suela, estaba forrado de piel y cosido. Ahora, sin embargo, se fabrican con plantillas de cartón o telas.» Y, a diferencia de lo que ocurre con las telas, no se puede emplear partes de un zapato para reparar otros.

¿Habrá relevo en la profesión?

Tanto Nidia Rodríguez como Cristiane Maril aprendieron el oficio junto a su familia. En el caso de Nidia, su madre, su tía y una prima le enseñaron a coger los bajos de los uniformes del colegio como a sacar patrones, y posteriormente se formó en cursos de confección tanto mientras estudiaba como cuando trabajó ya en fábrica. Cristiane aprendió el oficio con su padre, con quien trabajó hasta hace siete años, y puede presumir de estar entre las escasísimas mujeres que reparan calzado en Galicia. «Al principio, algunos clientes me miraban extrañados», relata,entre risas. También Manuel Méijome aprendió a trabajar de zapatero con su padre, en Cangas (Lalín). Relata que la otra opción que tenía, a los 11 años, era cursar estudios en el Seminario de Lugo. Recuerda que cuando él tenía 15 años (ahora roza los 80) «los clientes solo usaban los zapatos en las fiestas, así que les duraban 20 años. Muchos, por ejemplo, venían a la Feira do Vento, que se celebraba el Jueves Santo, en zuecos, y «antes de entrar en la feria los escondían y se ponían los zapatos». Méijome y su padre también repararon zuecos, «muchas veces con las piezas de otros viejos, o con las varas de sauce que ya nos traía el propio cliente para que les resultase más barato».

Este zapatero hizo, en su dilatada vida laboral, zapatos a medida para taxistas, algún chófer de empresas de transporte e incluso botas de piel de ternero para cazadores. Aún hoy, Nidia recibe de forma puntual encargos de prendas a medida. «Es un trabajo diferente» pero que tiene en cuenta detalles que no se dan en la ropa comprada en tienda.

Estos tres profesionales han aprendido su trabajo con la familia y, sin embargo, ven muy difícil que haya relevo. Manuel Méijome tuvo un aprendiz de Moimenta que después emigró a Suíza, y otro que cambió el oficio para trabajar en la construcción del pantano de Belesar. «Cuando trabajaba con mi padre, vino un joven de Forcarei a traernos el curriculum», recuerda Cristiane Maril, que ve complicado formar a una persona en su taller «porque para mí sería un coste elevado, ya que no puede tener aquí a una persona sin seguro y sin sueldo. Creo que esto ocurre con otros oficios manuales, electricistas y fontaneros».

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