Más de veinte años alegrando balcones

Nicolás Pouso Paz lleva más de veinte años acudiendo cada semana a la feria de los sábados de A Estrada como vendedor ambulante de plantas y flores. Heredó el oficio de su madre y su abuela, y es ya un rostro conocido entre los aficionados a la jardinería del municipio, a los que más que clientes, considera amigos.

Nicolás Pouso, ante su puesto de flores en A Estrada. |  N.C.

Nicolás Pouso, ante su puesto de flores en A Estrada. | N.C.

A Estrada

Los sábados por la mañana, incluso en los meses de lluvia y frío, hay algo que no falta en las inmediaciones del Mercado de Abastos de A Estrada: el puesto de flores y plantas de Nicolás Pouso Paz, un cambadés de 54 años que lleva más de veinte sembrando color y vida los hogares y jardines de este municipio.

«Llevo en esto desde que tengo uso de razón», dice con naturalidad, mientras acomoda unos tiestos de geranios. No le tiembla el pulso pese al trasiego de la feria, porque lo suyo no es improvisado: lo ha vivido desde niño y lo ha hecho oficio. Nicolás no solo es un comerciante ambulante; es parte del paisaje semanal de A Estrada, alguien a quien se saluda por el nombre de pila, con confianza y cariño.

Durante el invierno, su parada florece cada sábado ante el mercado, pero cuando la primavera despierta el interés por embellecer balcones y huertas, también abre los miércoles, multiplicando el esfuerzo para atender una demanda que crece con el buen tiempo. Sus plantas —petunias, claveles, begonias, geranios, hortensias, o frutales como los limoneros y los cerezos— son seleccionadas con ojo clínico, y no por casualidad: Nicolás observa. Siempre está atento a qué maceta se lleva una mirada más larga, qué flor genera un comentario.

«Se nota cuando algo gusta, hay que saber leer a la gente», comenta, entre risas y alguna broma que intercambia con un cliente habitual. Porque eso también forma parte de su sello: el trato cercano, afable, casi familiar. En su puesto, no se compra solo una planta. Se recibe un consejo, se conversa sobre el clima, se sonríe. «Una de las cosas que más me gusta de esto es precisamente el trato con la gente, son amigos más que clientes», comparte el cambadés, que añade: «de hecho, hay veces que hasta me da rabia tener que cobrar, pero es que de algo hay que vivir».

La clientela le es fiel. Quienes aman la jardinería en A Estrada lo conocen bien. Y él, sin aspavientos, sigue acudiendo semana tras semana, cumpliendo con esa pequeña misión de vender belleza, calma y alegría en forma de flor.

Su puesto, al igual que su pasión por el reino de las flores y las plantas, es heredado. Todo empezó con su abuela, que creó el vivero. Más tarde, su madre dio un giro al negocio familiar, llevándolo a la venta ambulante. Y ahora, con el paso del tiempo y sin soltar nunca el relevo, es Nicolás quien representa la tercera generación dedicada a este oficio. «Desde pequeño ayudaba cuando no tenía clase, y al finalizar el instituto me puse yo al frente», explica. «No me planteé otra cosa, sabía que esto era lo mío y a lo que quería dedicarme».

Y aunque la venta directa en la feria sea lo más visible de su trabajo, Nicolás se detiene en otro aspecto, quizás más silencioso pero igual de esencial: el cuidado diario de las plantas. Esa parte del proceso que no siempre se ve, pero que es imprescindible. «Es una tarea que realizo todo el año, y que para mí es una fuente de paz y de alegría. Cuidar las plantas, atenderlas, me proporciona tranquilidad y bienestar», asegura.

Por supuesto, no todo en su vida profesional son colores vivos y aromas agradables. El oficio de comerciante ambulante también tiene su cara menos amable. Nicolás se levanta temprano los días de mercado, carga el camión, recorre los kilómetros que hagan falta y monta su puesto llueva, truene o haga sol. A veces, incluso, para ver cómo el mal tiempo arruina la jornada. Ya sea por la escasa afluencia de clientes o por algún que otro tiesto estropeado por el viento, hay días que cuesta. Con todo, para este cambadés al final vale la pena el sacrificio.

Y es que él está convencido de que las plantas siempre hacen falta, sobre todo en los momentos más tristes o difíciles. Durante la pandemia, por ejemplo, vio cómo aumentaba el interés por las flores y los pequeños jardines. «La gente quería llenar su casa de verde. Era una forma de lidiar con la incertidumbre y el encierro», recuerda. A fin de cuentas, cuando todo va mal, una planta puede ser un consuelo silencioso, una forma de respirar mejor dentro de casa.

Así lo vive él, y así lo transmite. Porque para Nicolás, vender flores no es solo un medio de vida: es una manera de acompañar y regalar un poco de luz a quien se acerca a su puesto cada semana. Esa pasión por lo que hace llega, y es casi imposible no salir de allí sin una nueva adquisición para el jardín.

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