Ambiente en la calle y pérdidas en el comercio: la doble cara del apagón
Los artículos más cotizados: pilas, radios,linternas, hornillos de gas y pan | La falta de efectivo rescata prácticas como fiar o añadir a la cuenta

Un supermercado a oscuras. / Bernabé
Fuera, un día radiante, lleno de vida en las calles. Dentro, la más absoluta de las oscuridades. Así fue la jornada de este lunes, que pasará a la historia en las comarcas de Deza y Tabeirós-Terra de Montes –y en buena parte de la península ibérica– como el día en que el apagón general dejó sin suministro eléctrico a la práctica totalidad de la población durante más de doce horas. Una desconexión masiva que no solo paralizó infraestructuras y negocios, sino que alteró profundamente la rutina diaria de miles de personas.
El corte de luz se produjo alrededor del mediodía. En un primer momento, muchos pensaron en una avería puntual. Sin embargo, bastó con salir a la calle para darse cuenta de que no era un fallo aislado. En cuestión de minutos, la confusión se transformó en certeza: la electricidad había desaparecido del territorio.
Lo que vino después fue una jornada de adaptación improvisada. En A Estrada, Lalín o Silleda, por citar algunas de las principales localidades afectadas, la vida se desplazó al exterior. Con el buen tiempo como aliado, las calles se llenaron de gente que buscaba aire fresco y conversación. Las terrazas de los bares se ocuparon rápidamente y, pese a la incomodidad, se impuso una cierta filosofía de resignación: si no hay luz, al menos que no falte sol.

Colas en una panadería de Lalín / A. G.
El apagón monopolizó todas las conversaciones. En los portales, en los bares y en los comercios cerrados, no se hablaba de otra cosa. El corte afectó por igual a hogares, negocios, oficinas, centros educativos y sanitarios. Las grandes superficies cerraron sus puertas al poco tiempo. Sin electricidad, sin datáfonos y sin sistemas informáticos, su operativa era inviable. En cambio, los ultramarinos y pequeños comercios, más acostumbrados a la versatilidad, lograron mantenerse a flote.
Eso sí, no sin dificultades. La falta de efectivo y la imposibilidad de usar los terminales de pago complicaron las compras. Los cajeros automáticos tampoco funcionaban, y muchos vecinos tuvieron que apañarse como pudieron. En villas como Lalín o A Estrada, donde la relación de confianza entre comerciantes y clientes sigue vigente, resurgieron prácticas casi olvidadas: «añádelo a mi cuenta», «te lo pago cuando vuelva la luz», o «me lo fías, como antes». Una vuelta a lo esencial que permitió resolver las urgencias cotidianas con pragmatismo y solidaridad.

Parque de la Alameda de A Estrada el día del apagón / N. C.
Impacto económico y educativo: 70% de comercios cerrados
En el ámbito empresarial, las consecuencias fueron inmediatas. En Lalín, la Asociación de Empresarios de Deza calificó de «nefastas» las pérdidas ocasionadas, ya que muchos de sus asociados se vieron obligados a cerrar, perdiendo ingresos y clientela. La situación fue similar en A Estrada, donde la Asociación de Comerciantes estimó que un 70% de los locales permaneció inactivo durante toda la jornada. «Un día de ventas perdido que se suma a los festivos de esta semana», lamentaban desde la entidad.
Los centros educativos lograron, dentro de lo posible, mantener la normalidad el lunes. En institutos como el de Lalín, los docentes tiraron de recursos clásicos: clases orales, pizarra y luz natural. «No pudimos utilizar el ordenador porque no había wifi, pero dimos clase sin mucho cambio. Utilizamos métodos manuales», explicaba una profesora. Sin embargo, el martes no hubo clases en ningún centro gallego: la Xunta decidió suspender la actividad escolar en toda la comunidad y elevó el nivel de emergencia a 3, cediendo la gestión de la crisis al Gobierno estatal.
En el centro de salud de A Estrada se mantuvo operativa la consulta de urgencias, aunque no se logró confirmar cómo se gestionaron internamente las complicaciones derivadas de la falta de suministro. En general, los servicios de emergencia funcionaron con normalidad, y no se registraron incidencias graves.
También hubo algunos sustos. Varios vecinos quedaron atrapados en ascensores o en garajes automáticos que quedaron bloqueados al cesar la corriente. El caso más preocupante se produjo en un edificio de A Estrada, en la Avenida de Santiago, donde el sistema de bombeo de dos garajes subterráneos dejó de funcionar, generando inundaciones y daño en los trasteros.
El lento regreso a la normalidad y sus lecciones
La electricidad fue regresando de forma progresiva entre la madrugada y la mañana del martes. En A Estrada volvió sobre las tres, en Lalín alrededor de las ocho, y en Silleda, pasadas las nueve y media. Pese a la vuelta de la luz, la incertidumbre no se disipó del todo.
Durante la jornada del martes, el apagón seguía siendo el tema de conversación en la calle. En algunos supermercados que lograron abrir sus puertas, solo se aceptaban pagos en efectivo, lo que volvió a poner de relieve la dependencia tecnológica de las operaciones diarias.
Asimismo, si durante la pandemia el artículo más codiciado fue el papel higiénico, esta vez los objetos de deseo fueron el pan, las pilas, las linternas, las radios y los hornillos de gas. Muchos vecinos decidieron no esperar a una segunda oportunidad y se abastecieron para estar preparados. Puede que la luz haya vuelto, pero el miedo a la oscuridad –esa repentina y total– todavía no se ha disipado.

José Turnes / FdV
«Me subí al ascensor y a los pocos segundos noté que se paraba»
Este lunes el estradense Jose Turnes estaba de día libre. En torno a las doce del mediodía se subió al ascensor, dispuesto a bajar a la calle a realizar unos recados. Sin embargo, pocos segundos después, todo se quedó a oscuras. Este fue el comienzo de una de sus horas más inciertas, esperando a ser rescatado por los servicios de emergencias. Él lo cuenta así: «Serían las doce y algo. Me subí al ascensor para bajar a la calle y a los pocos segundos noté que se paraba, y que se apagaba la luz. Imaginé que sería por una avería, que quizás se había ido la luz en el edificio, así que después de llamar a mi mujer para avisarla de lo que había pasado, contacté a través de la radio del ascensor con el servicio técnico. Fue entonces cuando me dijeron que estaban teniendo problemas para contactar al operario que tenía que venir a sacarme».
«Avisé a mi mujer y después tuve tiempo a alertar al servicio técnico»
Así es como Turnes se dio cuenta de que algo más estaba sucediendo, que no era un problema aislado de su edificio, ya que pronto la señal telefónica le empezó a fallar, y solo pudo comunicarse con su familia y vecinos a través del ascensor. Se había quedado atrapado enter dos pisos.
Su mujer, más nerviosa que él por la situación, vio que pasaba por la zona un equipo de Emerxencias A Estrada. Sin titubear, detuvo al vehículo con gestos mientras circulaba por la vía, y le contó lo sucedido. Los efectivos sacaron a Turnes sin complicación, y todo quedó en un susto.

Electrodomésticos Rey. / FdV
«Supusimos que vendría alguien, pero no nos imaginamos tanta gente»
Nunca llueve a gusto de todos. Es un refrán que se aplica perfectamente a la situación que tuvo lugar este lunes en el comercio estradense. Mientras que unos tuvieron que echar el cierre –la gran mayoría– otros vendieron inusualmente bien. Este último es el caso de Electrodomésticos Rey, donde durante los primeros instantes de confusión tras el apagón, no se imaginaban que cerrarían uno de los mejores días de lo que llevan de año.
«No imaginamos que vendría tanta gente, sí que abrimos y supusimos que alguién entraría, pero para nada se nos pasó por la cabeza el volumen de gente que tuvimos por la tarde», explican. Los artículos más demandados eran los siguientes, según apuntan: «Principalmente nos pedían radios con pila, por lo tanto también pilas, además se vendieron mucho las linternas, tanto a pilas como con luz solar, y por último los hornillos de gas». No llegaron a agotar existencias, pero sí se quedaron al límite. Lo poco que les quedaba el lunes remataban de venderlo el martes, una jornada en la que, pese a la vuelta de la electricidad a los hogares, todavía perduraba el miedo a un segundo corte de suministro, y muchos se apresuraban a abastecerse para estar preparados.
La demanda continuó ayer, llegando a agotar existencias
Una particularidad que llamó la atención a los gerentes de este negocio de la Calvo Sotelo es la falta de conocimiento de las nuevas generaciones en lo que respecta a artículos de este tipo. «Una persona vio la radio que vendíamos y nos acusó de intentar venderle un producto viejo, la gente mayor sabe cómo son estros productos pero los jóvenes no tanto», dicen.

Ramiro cillero, hostelero. / FdV
«Trabajamos mejor que en días de fiesta, se agotó prácticamente todo»
Si algo llamó la atención en la jornada del lunes es que a estas alturas, la población se toma las crisis con calma. Prueba de ello era la terraza de A Lacena de Chucha, un establecimiento hostelero de la calle Calvo Sotelo que trabajó a plena capacidad desde la mañana a la noche, llegando a agotar la mercancía de cervezas.
«Lo de ayer fue de locos, trabajamos más que en días de fiesta y acabamos todo. Especialmente la cerveza. La gente pedía idependientemente de la marca, con gluten o sin gluten... le daba igual», comentaban desde la gerencia del bar, y añadían: «Nos pedían sacar mesas para fuera pero era imposible, ya no podíamos atender más».
«Por la noche tuvimos que pedir a los clientes que se fueran, no eran horas»
Cualquier persona que pasar por la zona no podía evitar reposar la mirada en la terraza abarrotada, con mesas ocupadas a ambos lados de la calle peatonal, complaciendo así las preferencias de aquellos que buscaban la calidez del sol, o los que preferían el fresco de la sombra.
Pronto tuvieron que dejar de servir cañas, ya que el barril no conservaba el frío. Pero el resto de oferta en su carta permanecía disponible, algo que no sucedía en otros locales, que tuvieron que cerrar por falta de sistema de refrigeramiento. Finalmente, al llegar la noche, cuentan: «Pusimos unos focos y seguimos atendiendo, pero llegó un punto el que tuvimos que pedirle a los clientes que se fueran, porque ya no eran horas».
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