El acordeonista autodidacta que se convirtió en experto

Cándido Peiteado, el músico autodidacta de Arnois que fue recientemente homenajeado en Vigo por su estilo singular, recuerda su trayectoria y sus comienzos, donde aprendió a tocar el acordeón diatónico de oído y sin ayuda de nadie, hasta terminar viviendo en Asturias, donde retomó su instrumento al jubilarse

Cándido Peiteado, con su nieto Adrián y sus acordeones.

Cándido Peiteado, con su nieto Adrián y sus acordeones.

Samuel Pernas

A Estrada

A sus 83 años, Cándido Peiteado, también conocido como «Canducho do Lisario», sigue haciendo sonar su acordeón diatónico con la misma pasión que cuando, siendo apenas un adolescente, lo descubrió en su casa de Arnois. Autodidacta, sin una formación musical formal y sin necesidad de leer partituras, este estradense aprendió a tocar «de oído», como él mismo dice, convirtiéndose con el tiempo en un referente de la música popular y tradicional gallega con este particular instrumento.

Hace unas semanas, recibió un emotivo homenaje en Vigo por su trayectoria, gracias a otro miembro de la comunidad de acordeones, Guillerme Inácio Costa, que está escribiendo un libro sobre él. Hoy, desde Asturias, donde vive desde hace décadas, rememora sus comienzos y reflexiona sobre el valor de la música en la vida

«Tenía solo 15 años cuando un accidente como cantero me obligó a guardar reposo durante un mes. Fue entonces cuando me atreví por fin, por primera vez, a tocar el acordeón diatónico de mi padre». Su progenitor guardaba con celo este instrumento en su casa, y a Cándido siempre le había llamado enormemente la atención, pero nunca había tenido la oportunidad de probarlo.

«El acordeón de mi padre era como un tesoro. Él lo tocaba un poco, tenía dos o tres canciones, y yo lo miraba con mucho respeto. Pero aquel mes que estuve de baja, le pedí permiso para probarlo y, sorprendentemente, me dijo que sí», recuerda. Desde entonces, se sumergió en el instrumento con una dedicación absoluta: «Empecé a ‘sanfonear’ de golpe. Es un instrumento complicado. Tienes que memorizar cada sonido al abrir y cerrar, porque según lo muevas te da una nota distinta».

Su formación musical fue, como él mismo la define, «totalmente autodidacta». En su época, no existían ni escuelas ni profesores cerca que enseñasen acordeón. «Allí nadie enseñaba a música, no había recursos. Solo una revista que se llamaba CCC, Centro de Cultura por Correspondencia. Pedí el curso, me mandaron el material, pero era bastante complicado, y me pedían saber solfear». Por suerte, a pesar de las dificultades, se empeñó en entender ese lenguaje musical. «Había un clarinetista en Santa Cruz de Rivadulla, de la banda municipal, que me ayudó un poco con el solfeo, pero luego me tuve que ir a Alemania a trabajar para poder ahorrar algo de dinero y hacer la mili como Dios manda», relata. Allí se encontró con una nueva barrera: «En Alemania las notas tenían otro nombre, y yo ya bastante tuve con aprenderlas aquí como para encima tener que cambiarlas», comenta entre risas.

Después de su paso por Alemania y la mili, su vida profesional lo llevó a trabajar en varias fincas agrícolas, primero en Galicia y luego en Asturias, donde terminó quedándose toda la vida. «La finca empezó a funcionar tan bien que me ofrecieron quedarme como empleado fijo», explica Peiteado.

Durante esos años, el acordeón quedó aparcado. «Pasé décadas sin tocarlo, pero cuando me jubilé y vi en el periódico que había unas clases de acordeón diatónico me apunté», cuenta con orgullo. Allí conoció al músico Expósito, con el que mejoró su técnica: «Aprendí a usar los bajos correctamente y a acompañar con la mano izquierda».

Cándido Peiteado nunca tocó en un grupo formal, pero sí animó numerosas fiestas y reuniones vecinales. «Tocaba en las casas, en fiestas de campo, en cenas después de acabar una obra... Éramos una generación muy ‘farrista’», recuerda con simpatía. Su estilo, dice, se caracteriza por la autenticidad y el oído. «Toco todo de oído. Alguna vez usé partituras, pero yo me guío por lo que escucho. Hay canciones que escuché una sola vez en la radio, pero las tengo grabadas en la memoria», reconoce.

El pasado mes, fue homenajeado en Vigo por su trayectoria musical. La emoción se le nota al recordarlo: «Fue fantástico. Nunca imaginé algo así. Me emocionó mucho ver que se valora mi forma de tocar, de oído, sin que nadie me enseñase. Me dio un orgullo inmenso». Allí coincidió con otros acordeonistas reconocidos y recordó a su padre, del que aprendió sus primeras melodías. Para Canducho, la música no es solo una afición, sino una forma de vida: «Tocar un instrumento te llena. Nunca te sentirás solo, y te ayuda a alargar la vida. La gente que tiene una afición vive más feliz».

Tracking Pixel Contents