Sobrevivir como migrante en A Estrada
La vida de L.E. cambió en menos de un mes. A sus 59 años, este exmilitar retirado de origen venezolano cogió sus bártulos, vendió su casa y dejó atrás a su familia escapando de la represión del gobierno de Maduro por haber participado en las elecciones del 28 de julio como testigo electoral de María Corina.

L.E. posa de espaldas en la calle principal estradense.
La emigración no es nunca un camino de rosas. Empezar de cero en otro país, lejos de la familia, los amigos y el entorno conocido, es un reto difícil de asumir, solitario y que muchas veces se emprende por una cuestión de mera supervivencia. No obstante, incluso en esta turbulenta odisea, hay quienes cuentan con más facilidades que otros. Algunos parten hacia su nuevo destino con una buena oportunidad laboral bajo el brazo. Otros no tienen que complicarse con permisos de residencia, visas o demás cuestiones burocráticas, como ocurre con los ciudadanos de países de la Unión Europea que migran dentro de la comunidad. En cambio, aquellos que llegan con lo puesto, escapando de estados empobrecidos o bajo algún tipo de opresión, la supervivencia llega una vez en el país de acogida.
Un ejemplo es el de L.E., que prefiere no dar su nombre real por miedo a que afecte a su proceso para conseguir asilo político en España. Esta migrante es de origen venezolano y reside en A Estrada desde el 10 de noviembre de 2024. Exmilitar y contable de profesión, a sus 59 años de edad, llevaba retirado desde hacía algo más de una década. Ahora, pese a querer y necesitar trabajar de nuevo para conseguir la estabilidad económica que le permita traerse a su mujer, su hija y su nieta a Galicia con él, no puede hacerlo hasta que no se regularice su situación en el país. Concretamente, necesita un Número de Identidad de Extranjero (NIE) para poder acceder a contratos de trabajo y el alquiler de una vivienda. Incluso para apuntarse a los cursos y formaciones del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Este no le será otorgado hasta que tenga su primera cita con Extranjería para la solicitud de asilo político, pero la fecha que le dan es para el 23 de marzo de 2028. De manera que solo le quedan dos opciones, trabajar y vivir sin contrato.
Desesperado, L.E. cuenta su historia a FARO, con la esperanza de que al hacerlo público, quizás, algo mejore: «No sabía si venir o no, pero estoy desesperado, y si lo cuento puede que alguien sepa cómo ayudarme», relata.
«Yo nunca he dependido de nadie. Nunca he tenido que pedir. Ahora, no me gusta llamarlo así, pero sí que he tenido que recibir la ayuda de una entidad sin ánimo de lucro para vestirme y comer», cuenta el protagonista de este relato, con la voz entrecortada por la emoción.
Todo empezó este verano, cuando L.E. decidió actuar como testigo del partido Vente Venezuela, capitaneado por María Corina. «El 28 de julio acudí como testigo principal a la mesa electoral de mi pueblo. Unas semanas antes me habían formado e incluido en las listas, dándome una acreditación y todo. Yo estaba ilusionado, mucho más cuando tras el recuento vimos que había ganado la oposición en la mayoría de colegios. Pero al día siguiente, cuando vimos que el gobierno de Maduro se proclamaba como ganador, no me imaginaba lo que vendría después», expone, y continúa: «La gente salió a la calle, todos estaban convencidos de que habían manipulado los resultados, pero como castigo Maduro respondió con una enorme represión, en apenas tres días se contabilizaron más de 20 muertes de manifestantes, y numerosas detenciones».
«Pronto empezaron a perseguir a los que habían ido como testigos de María Corina. A compañeros míos los detuvieron. Yo no podía ir a la cárcel, tengo una familia que depende de mí, dentro de una celda no les serviría de nada. Así que vendimos la casa y nos fuimos», rememora L.E., y sigue: «Nos mudamos, pero yo no estaba tranquilo. Sabía que estaba en las listas, además era exmilitar y de hecho me había retirado precisamente por ser opositor, así que hablé con mis hermanos, que viven en Madrid, y me ayudaron para venirme a España. Fue cuestión de días».
El 9 de agosto por la noche L.E. emprendió su complicada odisea, «no podía abandonar el país en avión porque había controles en los aeropuertos», así que escapó por tierra hacia Colombia. Desde Bogotá voló a Madrid, donde le esperaban sus hermanos, que después de una década residiendo en el país ya estaban asentados.
«Creí que iba a ser fácil, que en unos días, o unas semanas como mucho, podría tener los papeles en regla, empezar a trabajar y encontrar un sitio para quedarme, porque mis hermanos tienen familia y yo no quería ser un estorbo, ni una carga», comenta el exmilitar, que poco tardó en darse cuenta de que la verdadera supervivencia empezaba en el mismo momento en el que puso pie en territorio español.
«Llamaba a extranjería y no me atendían, busqué dónde era más ágil el proceso y vi que en Pontevedra lo hacían de forma presencial. Yo conocía a un matrimonio de A Estrada que había estado en Venezuela emigrado, así que me puse en contacto y me vine, ellos me ayudaron en lo que pudieron», señala. Una vez aquí, visitó Extranjería, presentó todos los documentos necesarios para requerir asilo político. Le dijeron que tras 90 días sin viajar, se entendería su intención de quedarse de forma permanente en el país y que lo gestionarían, pero la fecha para la siguiente cita era en nada más y nada menos que tres años. «Cuando lo leí no di crédito, pregunté si había un error. Me dijeron que posiblemente me llamaran antes, pero no me especificaron cuándo. Mientras, estoy en un limbo, gastando todos mis ahorros en alojamiento y comida. Sin poder mandar nada a mi familia. Yo solo quiero trabajar, me da igual de qué, ganar dinero para poder tráemelos. Nunca pensé que a mis casi 60 años me vería en esta situación. Miro al techo de mi habitación y no se me viene el mundo encima», confiesa, emocionado.
Citas en Extranjería a cambio de dinero
La situación de L.E. no es sencilla. Incluso queriendo hacer las cosas bien, no tiene margen de maniobra debido a la paralización burocrática. Como él, son muchos los que se encuentran en las mismas circunstancias o peores. Por ello, resulta desolador comprobar que, lejos de despertar empatía, algunas personas intentan quitarles lo poco que les queda.«Mis hermanos conocen gente aquí, contaron lo que me pasaba con la cita y algunos conocidos los pusieron en contacto con gente que supuestamente podría ayudarme. Son personas que presuntamente trabajan en la administración, como funcionarios, y que te cobran por adelantar la cita. Llamé, pero me pedían entre 60 euros y 250. No me garantizaban el destino, solo que podían sacarme una cita antes de lo que me habían dicho en Pontevedra. No quise hacerlo, no me parecía legal, fiable ni ético», sostiene L.E.«Quiero pensar que no son funcionarios, sino gente que llama desde varios teléfonos al mismo tiempo para tener más posibilidades de acceder a un agente. Pero, de cualquier forma, creo que deberían revisarlo, porque no me esperaba que algo así sucediese en un país como España», acerca el migrante, que añade: «Tengo amigos en Venezuela que me llamaron, interesados por venirse también, pero cuando les conté cómo era, decidieron quedarse. De ser hoy, yo habría hecho lo mismo».
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