El «máquina» lalinense de Ibai

«Es un dios, un máquina... Lo ha adivinado». De esta forma se refería el streamer Ibai Llanos a Luis González Mouriño en una de las pruebas de El juego del calamar, en el que el lalinense solo perdió en la final.

Final entre Isabel y Luis.

Final entre Isabel y Luis. / Cedida

Xan Salgueiro

Xan Salgueiro

La serie surcoreana El juego del calamar estrena el 26 de diciembre su segunda temporada en Netflix y la plataforma de streaming, junto a KFC e Ibai Llanos, organizaron un concurso previo en Madrid. Un total de 456 personas de toda España se dieron cita en la Caja Mágica y, entre ellas, estaba el lalinense Luis González Mouriño. Este joven de 30 años llegó a la final y se quedó solo a un paso de ganar los 27.000 euros del premio, que se llevó Isabel, madrileña de 18 años.

El «máquina» lalinense de Ibai

El concursante lalinense, en una conexión con Ibai Llanos. / Cedida

Todos los participantes tenían que mantener una bandeja con productos de KFC en alto, sin que se les cayese ninguno durante las tres horas y media de pruebas, con inicio a las 20 horas del jueves 19. Cada bandeja tenía un peso distinto: las rojas eran de 5 kilos, uno más que la de Luis (azul) y veinte veces más que las más ligeras.

La competición arrancó con una prueba de recordar y replicar secuencias de movimientos y poses al ritmo que marcaba la música, lo que derivó en una primera gran criba que dejó fuera a más de un centenar de aspirantes. A continuación, tenían que formar equipos por filas, haciendo circular una nueva bandeja hasta el final, siempre manteniendo la suya en la mano. Dos filas fueron eliminadas, de modo que la cifra de supervivientes bajaba hasta 263.

Llegó entonces una de las pruebas más controvertidas, pues dependía de la habilidad con el joystick del streamer y presentador Ibai Llanos, que tenía que completar un circuito con un pollo teledirigido. Los jugadores en cuyas peanas tocase el bólido quedaban eliminados. «Aquí hubo muchas quejas, porque tú no podías hacer nada», comenta Luis. Con todo, apenas se quedaron fuera una decena.

En Pink Guard Trileros, los concursantes tenían que adivinar qué guardias, que se iban mezclando entre ellos, tenían las manos rosas. También hubo «bastante controversia, porque los que estábamos más atrás no veíamos nada», dice el lalinense.

Quedaban 114 en liza para enfrentarse al juego de las baldosas: con cada pitido, tenían que ir moviéndose a una adyacente y terminar en una de las 48 de color rojo. Ese fue el número de supervivientes, que compitieron en una carrera en cuatro equipos de doce, del que se clasificaba solo uno. Pasó el de Luis, pero no su capitán, al que se le cayó la bandeja. Los once restantes fueron divididos en un grupo de seis y otro de cinco, ahora capitaneado por Max. Este se sacrificó por su equipo a cambio de un regalo sorpresa, que consistió en un año de pollo de gratis y un viaje a Corea. El juego de la patata caliente eliminó a otra persona y el de la silla dejó solo a Isabel y Luis, elogiado por Ibai: «¡Es un máquina, es un dios... Lo ha adivinado!». Al final, tenían que elegir entre dos huchas idénticas. A Luis le tocó la vacía y, aunque respondió a su contrincante que el dinero estaba allí, la joven madirileña no cayó en el engaño, se quedó con la otra y se llevó los 27.000 euros.

Lo que nadie le arrebatará a Luis es «la experiencia» de haber participado en un evento seguido en directo por 160.000 personas a través de Twich. «Me encanta la competitividad», confiesa el lalinense, ejecutivo de ciberseguridad de la firma compostelana Ednon.

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