Te falta calle

Cada vez es menos frecuente que los niños dispongan de tiempo de juego al aire libre, una práctica fundamental para su desarrollo psicomotriz y para la adquisición de autonomía

Niños jugando en el parque de la Alameda de A Estrada.

Niños jugando en el parque de la Alameda de A Estrada.

La infancia de aquellos que nacieron antes del nuevo milenio, o en los primeros años de este, suena a gritos de júbilo, risas y correteos por los barrios y los parques. A tardes de verano jugando con vecinos, amigos, primos... hasta que el sol, cansado, teñía el cielo de rojo a modo de despedida. La merienda se engullía a toda prisa para volver a fuera, a ese mundo de fantasía que partía de la imaginación colectiva, ya que los medios para el entretenimiento eran, en la mayoría de los casos, limitados.

Ahora, es impensable que grupos de niños jueguen solos en la calle, sin la atenta mirada de los adultos. Entre las horas de colegio, que son casi una jornada laboral con apenas 20 o 30 minutos de patio, las actividades extraescolares y los deberes, el poco tiempo de ocio que queda se llena con videoconsolas, ordenadores, tablets... en resumen: en interior y ante la pantalla.

El abuso de estos dispositivos electrónicos ha estado en el centro del debate en numerosas ocasiones, pero ante la paulatina desaparición de la escena descrita al inicio de este reportaje en las calles de las villas y las aldeas, cabe preguntarse si sobran las pantallas, o si lo que falta es calle.

Para hablar de ello, los psicólogos estradenses Carlos Vila y Jeanette Valiñas, así como la socióloga silledense Noemí Rilo, explican a FARO cómo la falta de horas de juego al aire libre puede afectar al desarrollo de los más peques en una etapa crucial para moldear sus habilidades, su personalidad y su forma de relacionarse con su entorno.

“No nos damos cuenta de lo importante que es, pero resulta fundamental para el desarrollo cognitivo de los niños” afirma Vila, que lamenta que cada vez sea menos frecuente ver a los infantes jugar en los barrios y en los parques. “La exploración del entorno de forma empírica, a través de los cinco sentidos, es su forma de aprender, de desarrollar la plasticidad cerebral, cuestiones como el sistema auditivo, el equilibrio, el control de la postura... al privarlos de esto estamos limitándolos” recalca el psicólogo infantil.

Por su parte, Jeanette Valiñas añade: “Parece que ahora pensamos más en hacer diagnósticos, a veces precipitados o erróneos, antes que en tomar medidas preventivas como esta”. “Los niños, especialmente antes de los seis años, tienen mucha energía y la necesidad biológica de darle salida. Necesitan correr, jugar, explorar el exterior para percibirse a sí mismos en el, todo esto se está eliminando ahora, se pretende que los peques estén quietos en la guardería, en casa, en el cole... y si no lo hacen pronto se menciona el TDAH (Trastorno de Défitic de Atención e Hiperactividad), por ejemplo”. En este sentido, la psicoanalista subraya que comportamientos como las travesuras, los llantos, las rabietas... es una forma de liberarse.

En esta línea, Noemí Rilo, socióloga al frente de un centro de acompañamiento emocional para niños y adolescentes en Silleda, insiste en los beneficios de que se permita a los peques jugar en un entorno natural, al aire libre y sin normas preestablecidas. “Tienen que salir, se pasan el día en el cole, en la pasantía, en actividades extraescolares, y ya no queda tiempo para que descubran el mundo a través de su propia experiencia. Como consecuencia socializan menos, se limita su desarrollo y entonces la situación se vuelve preocupante”. Para Rilo, el aumento de conflictos y conductas como el bullying en las aulas es consecuencia directa de la falta de empatía y las limitadas capacidades sociales de las nuevas generaciones, que empiezan a crear una nueva forma de comunicarse más centrada en los dispositivos electrónicos y menos en el cara a cara.

Lo mismo cree Jeanette Valiñas, que expone: “Antes, en la calle o el parque, los resolvían sus propios conflictos, tenían más autonomía para gestionar sus relaciones, mientras que ahora los adultos intervenimos antes por miedo a que sufran, lo que los priva de buscar soluciones ellos mismos”. “Hay que buscar el equilibrio para no caer en la sobreprotección”, zanja.

Sobreprotección, un arma de doble filo

La sobreprotección. Es normal que padres, madres, o cualquiera al frente del cuidado de un niño sienta la necesidad de alejarlo de daños, sufrimiento o conflictos, pero estas conductas pueden ser un arma de doble filo. “Se está cayendo un poco en la sobreprotección. Es normal que las familias no quieran que a sus hijos les pase nada, pero a veces lo que hacen es restarles autonomía” cuenta Rilo. Lo mismo consideran Vila y Valiñas, que si bien comprenden de dónde sale este temor, abogan por buscar un equilibrio. “No queremos que tengan traumas, nos da miedo que lo pasen mal, que se hagan daño, pero el error es la forma más efectiva de aprender y no podemos quitárselo. Caer les ayudará a saber cuáles son sus límites, hasta dónde pueden llegar, y sobre todo, a cómo levantarse”, expone Valiñas, que matiza: “Bien es cierto que en la sociedad actual está mal visto, por ejemplo, dejar a los peques sin vigilancia jugando en la calle, que vayan solos al cole o encargarles recados, mientras que en otros países, como Alemania, es muy habitual”.

Las actividades extraescolares no son suficientes

Los expertos en psicología y sociología infantil inciden en que el tiempo de juego al aire libre, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda en torno a una hora al día, no es intercambiable por actividades extraescolares. “Partimos de la base de que se busca un entorno sin normas preestablecidas, sin pautas, en el que puedan explorar, crear sus propios juegos y reglas, como se hizo siempre”, dice Carlos Vila.

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