No se puede luchar contra las olas. El botellón no es una práctica reciente, ni mucho menos fácil de erradicar, en los hábitos nocturnos de la juventud durante los fines de semana. Como familiares y vecinos, solo se puede desear y esperar que quienes se suman a estos consumos al aire libr buscando reducir la factura de una noche de fiesta, lo hagan con la mayor sensatez y respeto posible. Hacia ellos y hacia quienes los rodean. Una petición más: que la resaca la padezcan exclusivamente quienes se hayan sumado al exceso.
Que el entorno del Teatro Principal de A Estrada y de la Casa das Letras es el nuevo “botellódromo” de la capital estradense lo sabe todo aquel que quiera enterarse. O, sencillamente, que pasee un sábado noche por esta zona céntrica de la villa. Quien no tenga costumbre, igual puede encontrarse la estampa solo con acudir a retirar su vehículo más tarde de lo habitual en las áreas de estacionamiento público existentes tanto junto al teatro como en la parte posterior del edificio que sirve de sede a la biblioteca municipal. Cierto es que, visto desde fuera, la imagen no es tan divertida como creen quienes se ven desde dentro de la fiesta. Sin embargo, no llega a ser tan desagradable como madrugarse un domingo con la fotografía de la falta total de conciencia cívica, de responsabilidad y –ya de paso– de educación.
El aparcamiento público del Teatro Principal daba este domingo auténtica lástima. Primero, porque el entorno amaneció después de la fiesta del sábado como un peligroso estercolero en el que muchos abandonaron esas bolsas de supermercado en las que portearon todas las bebidas que no quisieron pagar en los locales y, segundo, por las botellas de cristal que dejaron tiradas y rotas con las prisas de la retirada, justo al lado de las de refresco que les sirvieron para completar el combinado.
Cada uno responde con su cuerpo y su botiquín de analgésicos la noche después de ir de botellón pero, si a una práctica cuestionable se suma el vicio de creer que todo vale, el resultado son vecinos muy molestos y un espacio público que saca los colores.
Además de la cercanía de colegios y espacios pensados para disfrutar de la cultura y el estudio, los lugares escogidos para realizar estos botellones son también los que utilizan cada día cientos de estradenses para estacionar sus vehículos cuando van a trabajar o a hacer las gestiones cotidianas. Es por ello que la huella de esta fiesta incívica afecta a muchos y no se va con un simple ibuprofeno y suficientes horas de sueño. Alguien tiene que limpiar lo ensuciado, recoger lo tirado y exponerse a cortarse con las botellas destrozadas sobre el asfalto.
“Por favor, se ruega no tirar basura al interior de la finca” , reza el cartel colocado en la valla del estacionamiento, en la medianera con una propiedad particular. ¿Previsión o rendición? En todo caso, seguro que frustración de puro hartazgo. Ninguno de estos efectos se van con una aspirina.