Tres años desde la declaración del Estado de alarma

"Pensé que todo era de película": el día en el que la realidad superó a la ficción

Incredulidad, angustia y agobio: los tres ingredientes del cóctel que los ciudadanos se tomaron la tarde antes del confinamiento. Ahora, algunos recuerdan con cariño el tiempo en familia que les brindó

Efectivos de la Brilat desplegados 
en Lalín para sumarse a labores de 
desinfección.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Efectivos de la Brilat desplegados en Lalín para sumarse a labores de desinfección. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

Ana Cela/Xan Salgueiro

Hubo un día en el que la realidad superó a la ficción; en el que, de tanto parecerse a las cintas más apocalípticas, lo cotidiano nos volvió a todos protagonistas de un filme a medio camino entre esas pelis tendentes a la hipérbole y repletas de efectos especiales y las que te ponen el pelo como escarpias. Las puertas de los colegios se cerraron de manera preventiva y aquello empezó a pintar mal, pero todavía en las redes sociales se hacían chascarrillos con las medidas protectoras adoptadas en los bazares orientales para protegerse ante algo que nos parecía un cuento chino. Tan literal como errado. No había nada de fantasía, ni siquiera lugar para la imaginación. Asustaba, pero todo era cierto. Si acaso, la trama pudo llegar a suavizarse para que no empezásemos demasiado pronto a tener pesadillas, porque durante semanas pediríamos que aquello fuese un mal sueño. Aquel 14 de marzo de hace tres años, el Estado no tuvo más remedio que pulsar el botón de alarma. Y la vida –al menos aquella que habíamos conocido– y la libertad fueron las primeras en salir corriendo, dejándonos a todos encerrados con un cóctel del que muchos ciudadanos todavía compartían ayer la receta: incredulidad, angustia y agobio. Mezclado, no agitado. De cine.

“Yo lo primero que pensé es que parecía de película. Recuerdas Independence Day, las pelis de zombies y no terminas de creértelo”, asegura Sandra, de 36 años, a la que la declaración del estado de alarma la pilló embarazada. “Me sentí muy asustada”, confiesa. A su lado, Susana, compañera de trabajo, trata de quitarle un poco de hierro al asunto tirando de humor: “yo lo primero que pensé fue que libraba el sábado, porque por la mañana me llamaron y me dijeron que no fuese”, bromea. Seguidamente reconoce que la invadió la intranquilidad. “No sabíamos a qué nos íbamos a enfrentar, pero recordaba que los chinos fueron los primeros en tomar medidas”, comenta esta vecina de A Estrada.

Niños en casa y teletrabajo, la nueva normalidad.  | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Niños en casa y teletrabajo, la nueva normalidad. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

Lo cierto es que la realidad funciona un poco como el cine. Cuando hace tiempo que se vio un filme y, de pronto, nos sorprende una de sus secuencias, somos capaces de saber con rapidez que esa película la hemos visto, aun cuando –sobre todo al principio– nos cueste un poco saber de qué iba la historia y dónde estaban esos giros que nos mantuvieron pegados a la butaca. Solo han pasado tres años desde que el mundo pareció frenar en seco; desde aquel momento en el que todo cambió y nos tocó vivir un momento histórico: una pandemia. Estado de alarma, emergencia sanitaria, libertad de movimientos secuestrada, confinamiento, miedo al contacto... Fue ayer, pero ya casi parece un recuerdo lejano.

Hace tres años, los concellos de Deza y Tabeirós-Terra de Montes actuaron rápido. No aguardaron a la famosa comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciado el inicio del estado de alarma. Dos días antes la actividad había ya comenzado a paralizarse en estos nueve municipios pontevedreses. Los ayuntamientos empezaron a cancelar su agenda y a cerrar instalaciones municipales. Como norma general, los consistorios fueron los únicos que no echaron el candado para seguir atendiendo a la ciudadanía, aunque solo para lo urgente y necesario.

Lineales vacíos en un supér, tras declararse el estado de alarma.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Lineales vacíos en un supér, tras declararse el estado de alarma. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

En las residencias de mayores lucían ya los carteles de visitas restringidas hasta nuevo aviso, al objeto de proteger a los usuarios, cuya edad los hacía más vulnerables frente a un virus traicionero y completamente desconocido. Tras anunciarse las intenciones del Gobierno, los cierres comenzaron a precipitarse por todos lados. Los parques quedaron precintados por la Policía Local y los mercados suspendidos. Y entonces llegó la fiebre... al supermercado. Los lineales comenzaron a aparecer completamente arrasados y el papel higiénico y los productos desinfectantes se convirtieron en artículo codiciado, susceptible de llegar al mercado negro. Los carros no daban abasto entre cajas y más cajas de leche, pastas y productos cárnicos. Sencillamente, los vecinos se aprovisionaron como si llegase el fin del mundo. Lamentablemente, para algunos ciudadanos que se convirtieron en las primeras víctimas del COVID-19 en las comarcas, así terminaría siendo.

Una de las imágenes más impactantes de la pandemia es la de los camiones cisterna y tractores rociando lejía en las calles. “Aquello era muy fuerte porque, si hacía falta desinfectar fuera, ¿qué nos estábamos llevando a casa cuando volvíamos del súper o de la farmacia?”, se pregunta una estradense, antes de recordar también las imágenes de gente con guantes para coger los productos o el ritual de desinfección antes de guardar la compra en las alacenas.

El hidroalcohol, que todavía no había llegado a la vida cotidiana, se convirtió en un must have, como pasó a serlo cualquier solución que se vendiese bajo la marca ‘antibacterias’ o ‘desinfectante’. Si hasta la fecha muchos podían pensar que exageraban los que se ponían mascarillas para protegerse de ese virus tan lejano como el mismísmo Wuhan, el SARS-CoV-2 nos cerró la boca a todos. Y como, al menos al principio, mascarillas no había, se encendió la máquina de coser para crearlas en serie, por caseras que fuesen.

La Policía Local precintó losparques infantiles en toda la zona.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

La Policía Local precintó los parques infantiles en toda la zona. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

Mientras desarrollamos una capacidad inusitada para tocar botones y abrir puertas con el codo, las fuerzas del orden tomaron las calles. Policías, guardias civiles y militares se distribuyeron por toda la zona para colaborar en las tareas de desinfección –a golpe de sulfatadoras y equipados hasta las trancas– y de control de la población. Hubo que sacar los megáfonos para recordar a la gente aquello del quédate en casa, que mantuviese la distancia de seguridad o que se dispersase cada vez que se producía un cruce de más de dos personas en calles completamente desiertas.

Las costureras elaboraron mascarillas.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Las costureras elaboraron mascarillas. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

El miedo al presente se combinó como nunca con el miedo al futuro. El teletrabajo llegó para quienes podían seguir desempeñando sus funciones desde casa, pero fueron muchos los que –en el mejor de los casos– se vieron abocados a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). “Cuando nos dijeron que no podíamos ir a trabajar al día siguiente fue un poco de incredulidad e incertidumbre. Lo veías en las noticias como algo lejano cuando empezó todo y, de pronto, te dicen de un día para otro que los niños no van a ir al colegio y que las tiendas se cierran. Pensé que iba a ser para 15 días, para meternos en casa y parar el virus. Luego te vas al súper y ves que aquello está vacío y que la gente se tira a comprar y ya dices: esto pinta mal. A mí me generó angustia no saber qué iba a pasar con el trabajo, porque ya la empresa tenía una situación financiera complicada”, relata Natalia.

Integrantes del circo que quedó retenido en Lalín.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Integrantes del circo que quedó retenido en Lalín. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

El Circo Olimpia lo tenía todo preparado para estrenar su función en Lalín aquel fin de semana. Sin embargo, las siete familias que vivían de este espectáculo se quedaron, literalmente, atrapadas en la capital dezana por el estado de alarma.No podían trabajar, pero tampoco podían moverse de donde estaban. “Al ver que iba para largo, se nos cayó el mundo encima. Siete familias dependían de esto y no sabíamos qué hacer. Un circo familiar, que acababa de abrir unos meses atrás y que íbamos un poco justitos de todo”, recuerda el que era su director, Marco Zeferino. Lo poco que tenían lo habían invertido en financiar la publicidad de su estancia en Ourense. “En Lalín se portaron muy bien. Nos dijeron que podíamos dejarlo todo montado, vallarlo y quedarnos tranquilos allí. Nos ayudaron de todas las maneras posibles. Estaremos siempre agradecidos a Lalín, al alcalde, a los vecinos, incluso gente que no era de Lalín nos ayudó”, rememora.

“Es que no podíamos hacer nada; no podíamos irnos a otro lado a ganarnos las habichuelas”, incide. Aunque el Olimpia fue el primer circo que decidió abrir, la suerte no le sonrió, amedrentada como estaba. “Nos fue de pena. Fue terrible”, confiesa Marco, que explicó que la crisis sanitaria volvió a cerrar el circo en dos ocasiones más. “No nos hemos recuperado”, dijo ayer, explicando que este circo está, al menos de momento, cerrado.

Dos vecinos juegan al ahorcado en la distancia.  | // BERNABÉ/J.LALÍN

Dos vecinos juegan al ahorcado en la distancia. | // BERNABÉ/J.LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

No todo fue malo. Hubo también tiempo para hacer vecindario en los balcones –puntuales, a las 20.00 horas– y para disfrutar de las cosas pequeñas. “En el primerísimo momento sentí miedo a lo desconocido, imagino que como la mayoría, e incertidumbre por lo que estaba pasando. Después, al ir pasando los días, mi sensación era de tranquilidad por estar con las niñas en casa, en plan burbuja, a salvo. Si tengo que ser totalmente honesta, llegó un momento en el que agradecía el confinamiento, levantarme sin la sensación de tener que seguir ningún tipo de regla marcada era muy agradable. No recuerdo la experiencia como algo negativo. Fue un parón en el mundo frenético en el que vivo.”, narra Sandra.

Los balcones se llenaron de aplausos y buenos deseos.   | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Los balcones se llenaron de aplausos y buenos deseos. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

Susana coincide: “Yo repetiría otro estado de alarma sin consecuencias, obviamente, pero lo disfruté tanto estando en casa con mi hija... Lo recuerdo como algo bonito en mi hogar. Fue como un stop de la vorágine diaria y enfrentarte a convivir con tu familia las 24 horas, para bien o para mal”, concluye.

Raúl García y MatildeModesti se unieron en el confinamiento.

Raúl García y Matilde Modesti se unieron en el confinamiento. / ANa Cela/Xan SalgueiroAna Cela

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Matilde Modesti tomó un vuelo rumbo a España unos días antes de que se declarase el Estado de alarma. Natural de Livorno, en la Toscana italiana, esta prometedora bailarina tenía entonces 17 años de edad. Llegó a Soutelo de Montes para conocer a Raúl García, su nuevo compañero de baile. Lo que ni siquiera podría sospechar es que el forcaricense habría de convertirse, no solo en su nueva pareja sobre la pista, sino también en la persona con la que pasaría el confinamiento a tantos kilómetros de su hogar.

“Al principio pensé que sería por poco tiempo. La verdad es que me afectó, sobre todo por la familia”, recuerda Matilde. No volvería a su hogar hasta el mes de mayo, después de pasar tres con la familia de Raúl, hasta el momento unos completos desconocidos para ella. “Fue muy bien. Me sentí muy cómoda”, explica Modesti. “Estábamos todo el día entrenando en el garaje”, rememora. Si sus profesores, los italianos Alina Nowak y Edgard Marcos, consideraron que juntos serían un tándem capaz de competir a nivel internacional, el confinamiento pondría en marcha la maquinaria para trabajar toda la coreografía y demostrar su compenetración.

Raúl y Matilde salieron reforzados como bailarines de este concienzudo confinamiento en Soutelo, pero también unidos como pareja sentimental, aunque ahora ya no lo sean, según aclaró ayer la italiana. “Son cosas que pasan”, señaló. Sin embargo, esta pareja de cuarentena funcionó durante muchos meses, incluso después de que decayese el estado de alarma. Si en marzo de hace tres años fue la bailarina de la Toscana la que se quedó atrapada en Forcarei, después fue García el que emprendió vuelo con regularidad para desplazarse hasta Milán y Roma, reencontrándose con Matilde en Livorno para continuar con los ensayos que exige un nivel tan alto como en el que ellos compiten.

“Fue difícil por los vuelos, que los teníamos lejos de casa, a unas cuatro horas de distancia”, rememora Matilde. Tras los meses de encierro en los que se forjaron como pareja, pulverizaron los límites municipales y estatales, viajando todo lo que pudieron para competir en distintos campeonatos, como el de Bolonia, en el que alcanzaron la final, o en Mantova, donde quedaron quintos en la primera prueba del Universal Championship.

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Los casos diagnosticados de COVID-19 en Deza y Tabeirós-Montes durante la última semana oscilan entre 18 y 28, según la incidencia que reflejaba ayer el mapa del Sergas. Es la más alta en dos meses, pues en febrero apenas se llegó a superar la decena de positivos comunicados en siete jornadas. Actualmente, solo Vila de Cruces y Dozón se libran del virus en los últimos siete días, aunque sí tuvieron casos en lo que va de marzo. A Estrada ha registrado quince positivos este mes, por los once de Lalín, y ambos se mueven entre seis y nueve casos tomando la incidencia a siete días. Silleda y Forcarei no pasan de dos positivos en la última semana y Rodeiro y Agolada tienen uno. Cerdedo-Cotobade está entre dos y cuatro.

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