La explotación minera de Fontao

La fiebre del volframio desatada en 1940 abrió una etapa de esplendor que atrajo a esta aldea cruceña a multitud de personas que aspiraban a escapar del hambre y las penurias

Vista del conocido en la época como Barrio da Madeira. |   // MUSEO DA MINERÍA DE FONTAO

Vista del conocido en la época como Barrio da Madeira. | // MUSEO DA MINERÍA DE FONTAO / Antonio Vidal neira

Antonio Vidal neira

Las minas de A Brea en la actualidad forman parte de la imaginación popular, en la que se mezclan anécdotas, peripecias, fortunas, aventuras y desventuras alrededor del tráfico y comercio del oro negro procedente de las minas. En el siglo XX constituyeron una de las explotaciones más importantes de Galicia, ejerciendo durante muchos años un importante atractivo económico y social para la tierra de Deza. Alrededor de la explotación de las reservas de casiterita y volframio fue surgiendo, desde mediados del siglo XIX, una progresiva actividad extractiva hasta llegar a convertirse esta parroquia en un enclave industrial y minero muy importante.

Trabajadores en los talleres de las minas. |   // MUSEO DA MINERÍA DE FONTAO

Trabajadores en los talleres de las minas. | // MUSEO DA MINERÍA DE FONTAO / Antonio Vidal neira

Después de alcanzar su mayor esplendor alrededor de los años cuarenta, con las fuertes demandas de volframio para armamento, el trabajo en las minas cesó en su totalidad en 1963 y desde entonces su historia permanece envuelta en el recuerdo. La fiebre del volframio desatada en 1940 abrió una etapa de esplendor económico y dinero fácil que atrajo a Fontao una multitud de personajes varios que, convertido el lugar en una especie de nuevo El Dorado, aspiraban a escapar del hambre, las penurias y las privaciones de los momentos más duros de la posguerra, en las que no faltaron los presos políticos que redimían sus condenas en las minas, el estraperlo, las mujeres que trabajaban en las plantas de preparación del mineral, las tabernas y las grandes fiestas. Una parte importante de la historia de la minería del volframio en Fontao la constituyó la lucha entre los propietarios legales de las explotaciones y las actividades ilícitas, como robos de mineral dentro de la empresa una vez extraído y la explotación ilegal por parte de furtivos.

Panorámica de parte de las antiguas minas. |   // BERNABÉ

Panorámica de parte de las antiguas minas. | // BERNABÉ / Antonio Vidal neira

La empresa concedía carnés como recompensa a la productividad de los mineros, si no perdían ningún día de trabajo le daba tres carnés; a los que perdían un día al mes le daba dos y a los que perdían más días, les daba uno o ninguno. La única restricción era que el mineral recogido tenía que ser vendido exclusivamente a la empresa. En teoría con los carnés solo podían trabajar las familias de los mineros pero con frecuencia los cedían a buscadores con los que iban a medias en el producto obtenido. Estos buscadores llegaban a Fontao en grandes cantidades y algunos venían de zonas alejadas como A Estrada, Boimorto, Forcarei, Lalín, etc., vivían en casas particulares, algunos incluso dormían en el molino o en las cuadras del ganado. Se movían en el mundo escurridizo entre la legalidad y la ilegalidad y siempre bajo la presencia del estraperlo y la venta irregular del volframio. Los robos en la empresa se producían de muchas formas, desde tirarlo por las ventanas del lavadero hasta dejar sacos olvidados dentro de la mina y aprovechar algún descuido de los vigilantes o descolgándose por los huecos de la mina.

Una de las actividades ilegales más habitual, era el robo por parte de personas ajenas a la mina. Existían varias formas, entrando en las minas ya abandonadas o las mujeres buscando en las piedras con volframio en el río. Los buscadores ilegales descendían por los andamios de madera a la mina, a recoger los sacos que los cómplices mineros les habían dejado. Las actividades ilícitas eran el imán para la llegada de muchas personas. Algunos sábados llegaban a Fontao hasta nueve o diez autobuses con personas para buscar volframio por los montes próximos. La fuerte presencia de aventureros, estraperlistas y redes ilegales organizadas supuso, a parte de las pérdidas económicas para la empresa, serios problemas jurídicos y de orden público. La seguridad de la mina estaba garantizada por el propio servicio de vigilancia de la empresa y por la Guardia Civil, un pequeño destacamento al mando de un sargento.

La intensa actividad extractiva propició que la pequeña aldea de Fontao se convirtiera en un hervidero de gentes de diverso origen y condición. Ante la fuerte llegada de mano de obra, el problema del alojamiento se hizo urgente, comenzaron a construirse barracones, algunos íntegramente de madera y otros de madera y piedra. En algunos de estos barracones empezaron viviendo los presos que trabajaban en la mina a principios de los años cuarenta, pero una vez que estos se fueron los ocuparon los mineros y sus familias. Había un barrio al que llamaban O barrio da madeira formado por tres grandes barracones colocados en hilera. Este barrio fue derribado al construirse el nuevo poblado. Los servicios eran gratis, solo tenían que pagar por la vivienda un pequeño alquiler y la electricidad era gratuita.

En el complejo minero había otras casas. La casa de la dirección y en ella estaba la administración de la empresa y muy próxima a esta la vivienda del ingeniero. Un poco más apartadas están las casas en las que vivían los facultativos de las minas y también la casa del practicante. Había un edificio dedicado a botiquín de la empresa, con una sala con cuatro camas y una vivienda para el practicante. El practicante también por su cuenta atendía al resto de la población de la parroquia. Para el servicio exclusivo de la empresa el médico de Merza acudía todos los días a pasar consulta en la mina.

La mayor parte de los trabajadores vivían en sus propias viviendas familiares, tanto en la parroquia de Fontao como en otras próximas, en O Corpiño, en Merza, etc. en las que se seguía trabajando en la agricultura, sobre todo las mujeres, que era un complemento para ayudar a la economía familiar. A veces para llegar a la mina tenían que recorrer tres o cuatro kilómetros por senderos o caminos. En los años cincuenta ante la necesidad de mas mano de obra y fijar la población se lleva a cabo la construcción de un poblado totalmente nuevo con todos los servicios, aunque al ir paralizándose la actividad en la mina se fue abandono; en la actualidad se está recuperando.

30 tabernas

En los momentos de máxima producción en la mina llegaron a trabajar en torno a 3.000 personas que necesitaban un abundante abastecimiento, sobre todo alimentos. El abastecimiento básico se realizaba en la propia parroquia ya que llegó a haber unas 10 pequeñas tiendas, en las que se vendían productos alimenticios, textiles y artículos de ferretería; había panaderías, una frutería y una carnicería El solitario. Además, todos los días se montaba lo que los del lugar llamaban A praza a cargo de vendedores ambulantes. Otros lugares alternativos de compra eran Merza, A Bandeira y Silleda e incluso Lalín los días de feria. Ante el incremento de la demanda, los precios aumentaron muchos y para evitar la subida de los precios la empresa fletaba un autocar a Santiago de Compostela los jueves, día de mercado en la ciudad. También la empresa, en algunas ocasiones, abastecía a sus trabajadores de algunos productos básicos: harina, aceite, arroz, a precios más bajos que en las tiendas de la zona.

Minas Club de Fútbol

En un ambiente de dinero fácil y mucha población flotante, aparecieron lugares de diversión y ocio. En la parroquia de Fontao llegó a haber más de treinta tabernas: había dos en la casa de Santalla, en Xenil había tres, O Negro, Castañal, Rogelio, O Pimienteiro, O Ramón, Sabón, etc. Todas las aldeas de la parroquia contaban con alguna taberna. Había también salas de baile, muchas de ellas improvisadas. Cuentan que hasta había un local en el que se ejercía la prostitución y un salón como los del oeste americano donde actuaban cupletistas. En las décadas de los cuarenta y cincuenta existían dos cines fuera del poblado con instalaciones rudimentarias. Posteriormente el cine del nuevo poblado introdujo la modernidad, con asientos cómodos y una buena maquina de proyecciones. Este cine era gratis los sábados y domingos.

El fútbol formó parte importante del ocio en las minas de Fontao. El campo se hizo con pico y pala en el centro del poblado. La llegada de los reclusos supuso un fuerte revulsivo para el mundo deportivo de la mina, ya que vinieron presos que incluso habían jugado en equipos de primera división. La existencia del campo del fútbol favoreció la creación de un equipo el Minas Club de Fútbol, que llego a recibir en su campo a equipos importantes con ocasión de las fiestas de la patrona de la mina, Santa Bárbara.

En Santiago de Fontao, había una escuela parroquial de niños y niñas. Esta situación se mantuvo hasta la construcción de la escuela del poblado, a partir de este momento, todos los niños, incluidos aquellos que sus padres no trabajaban en la mina, se escolarizaron en ella. La contratación de los maestros la realizaba la empresa a través del Ministerio de Educación Nacional. Se trataba de maestros nacionales a los que les pagaba la empresa. En la iglesia parroquial se realizaban los servicios religiosos hasta la construcción de la nueva iglesia del poblado. El servicio religioso de la población penal estaba a cargo del Cura párroco de Fontao. Se celebraba una misa especial para toda la población, reclusa y libre, sufragada por la Sociedad. El cese da la actividad minera en mayo de 1963 volvió de nuevo a Fontao a su actividad rural y agrícola. Como testimonio de otros tiempos queda el poblado minero, construido en 1956, la casa de la dirección y a poca distancia las instalaciones de la vieja mina. Legado material e inmaterial que debe ser puesto en valor al objeto de recuperar un importante capítulo de la historia de las minas de A Brea.

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