In memoriam

El cielo ganado

El bombero Manuel Silva Cordo, integrante del Grupo de Apoyo Logístico de la Axega, murió este martes a los 46 años

Las sirenas de Deza lloran por Manuel Silva Cordo.

N.A.

Ana Cela

Ana Cela

A veces pienso que este mundo no está diseñado para la gente buena. Ayer fue uno de esos días. Una jornada triste en la que esta evidencia se comprueba con la pérdida de alguien hecho de otra pasta; de la masa madre que fermenta al calor de las buenas intenciones. El estradense Manuel Silva Cordo no se quedaba en la teoría de la bondad, él siempre pasaba a la práctica, incluso a riesgo de quemarse en el intento.

Manu –si me permiten la cercanía– tenía muchas cualidades. Una de ellas era la empatía y, otra, su capacidad para ponerse al nivel de cualquier persona con la que le tocase tratar, ya fuese un ministro o un paisano que, al verlo llegar vestido para la acción, lo primero que pudiese pensar de él fuese si era una réplica de Action Man de carne y hueso.

Conocer la noticia de su fallecimiento ha supuesto un auténtico shock, para mí y para cualquiera que lo conociese. Tratando de digerirlo, he llegado a la conclusión de que todos estos años me han dado muchas perspectivas de él. Lo he visto como persona, lo he visto como profesional y lo he visto desde el lado en que lo ven las víctimas. En todas estas facetas le pongo un diez.

Entrega total

Son incontables las ocasiones que me encontré a Manuel Silva ejerciendo como lo que era: un bombero entregado a los demás. Era tremendamente fácil hablar con él como periodista, porque tenía un discurso perfecto. Parecía preparado para tratar con los medios, siguiendo las directrices de la famosa pirámide invertida, avanzando de lo más importante a lo casi anecdótico, salpicando el camino de datos y frases que una acababa destacando en su bloc de notas con enérgicos subrayados o círculos, a fin de que no se perdiesen cuando tocase pasarlos a la página en blanco. Además, con él siempre tenías la garantía de veracidad, porque Silva era tremendamente escrupuloso, respetuoso y con una sensibilidad especial a la hora de tratar la información.

Manuel Silva Cordo, en el operativo del bus que se cayó al río en Pedre. Diciembre 2023. BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Manuel Silva Cordo, en el operativo del bus que se cayó al río en Pedre esta Nochebuena. / BERNABÉ/JAVIER LALÍN

En lo personal, encontrarse con Manu siempre te daba buen rollo. Recuerdo perfectamente que, aunque nos conocíamos de vista, nos presentaron lejos de A Estrada. Era invierno y yo –sin duda eran tiempos de juventud– salía del agua después de que me convenciesen para ir a hacer una ruta en kayak. Él se preparaba para entrar, en la playa de Coroso (Ribeira). Bromeamos con que él y su grupo –todos profesionales– iban equipados hasta las cejas, bien protegidos del frío y listos para la acción. Nacho –por entonces todavía novio– y yo parecíamos dos domingueros con ganas de aventura, pero de esos a lo que acaban teniendo que ir a socorrer por pringaos. Vaya, dos tontos motivados. Él nos siguió la broma, nos deseó buen fin de semana y se echó al mar.

Desde entonces hablábamos durante largo tiempo cuando nos encontrábamos. Me contaba en qué cursos andaba metido y siempre me dejaba alucinada su entrega. Ponía emoción en cada palabra y me generaba casi hasta envidia ver cómo estaba exactamente donde tenía que estar. Encajaba a la perfección en la profesión que había escogido. No solo era vocación, era una entrega total, convencido de que, para dar lo mejor de sí, el reciclaje y la formación continua eran lo mínimo que podía hacer.

Alguien con quien contar

Hace año y medio que me tocó ver otra cara de Manu. Esa que ven las víctimas; la que ofrecía a quienes buscaban en él una respuesta o un resquicio para la esperanza. Y puedo asegurarles que era una cara que cualquiera querría ver en una situación difícil. Llegó un día de agosto a un escenario en el que mi familia buscaba desesperadamente a una tía que había desaparecido, muy cerca de Santiago de Compostela. María –así se llamaba– tenía alzhéimer y estaba fuera de su entorno habitual, porque la vida la llevó un día a buscarse el pan en Alemania. Manu apareció con la unidad de drones de la Axega y fue un auténtico encanto, en un sentido amplísimo del término.

Mi tía Mercedes todavía lo recuerda bien, ya que fue a ella a quien invitó a subirse al coche para realizar un recorrido por los lugares por los que pudo avanzar una María completamente desorientada. También mi hermano Jesús, que quedó completamente impresionado con el manejo del dron con el que Manu podía ver y avanzar mucho más de los que cualquier familiar pudiese soñar.

Manuel Silva, durante una visita a la Axega para mostrar su unidad de drones. BERNABÉ / CRIS M.V.

Manuel Silva, durante una visita a la Axega para mostrar su unidad de drones. / Bernabé/Cris M.V.

Cuando salí del trabajo y conseguí llegar a su lado, me dio el informe más completo que me proporcionaron nunca en tan poco tiempo, acompañado de palabras de apoyo, pero sin insuflar en ellas una falsa esperanza que poco nos hubiese ayudado. Todos los que habían colaborado ese día en la búsqueda se arremolinaron a su alrededor, en un intento de despedirse de él, haciendo que sintiese el calor de su agradecimiento. Nos deseó suerte a todos, pero ese día ya la habíamos tenido.

Nochebuena en Pedre

La pasada Nochebuena pensé en llamarlo, cuando me enteré de que un autobús se había caído al río en Pedre. Pensé que igual estaba en el operativo de rescate y me pareció tontería molestarlo. Días después hablamos en la Redacción de FARO DE VIGO de proponerle una entrevista, pero mi compañera Salomé lo descartó. Y tenía toda la razón. Ella lo conocía bien y sabía que nunca le gustó que el foco se pusiese sobre él. Siempre quería mantenerse en un segundo plano. Era muy discreto y humilde y entendía su trabajo nunca como un “yo”; para él era siempre un “nosotros”. Ese “compañeros” que nunca se cansaba de repetir.

Manuel Silva buceaba, pilotaba drones o combatía el fuego desde la sencillez y la preparación constante. Sabía ponerse a la altura y en la piel de cualquiera, pero era una persona grande. De corazón inmenso. Su muerte nos deja a quienes lo conocíamos consternados, desorientados en la búsqueda de un porqué que nunca encontraremos. Quizás la respuesta sea esa: el mundo no está diseñado para la gente buena. Manu era alguien bueno que dedicó su vida a ayudar a los demás y, quizás, no supo cobrarse un poquito de esa ayuda cuando más falta le hacía.

Capilla ardiente

La capilla ardiente de Manuel Silva Cordo quedó ayer instalada en el Tanatorio San Pelayo de A Estrada, desde donde el cortejo fúnebre saldrá a las 15.30 horas de hoy hacia la iglesia parroquial de San Paio y, seguidamente, al cementerio de San Lourenzo de Ouzande para su inhumación.

Manu, que ahí arriba te hagan un hueco muy grande, al menos tan extenso como el vacío que dejas. Partes con el cielo ganado. Hasta que nos veamos, compañero.