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Frey Francisco Gil de Taboada y Lemos, Virrey de Nueva Granada y del Perú y ministro de Marina

Con la invasión francesa en España decidió dimitir alegando razones de salud

Francisco Gil de Taboada. | // MUSEO NAVAL DE MADRID

El Capitán General de la Real Armada Frey Francisco Gil de Taboada y Lemos, hombre austero y de acrisolada honradez, fue uno de los marinos más significativos del último tercio del siglo XVIII, gobernador de las islas Malvinas, Virrey de Nueva Granada y Perú, Consejero de Estado y Ministro de Marina. Bailío y Gran Cruz de la Orden de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, Lugarteniente del Gran Prior el Infante D. Pedro y Presidente de la Sacra Asamblea de Castilla y León, Comendador de Puertomarín y Puente Órbigo.

Fue un ilustre lalinense, que a pesar de sus grandes dotes de inteligencia y demostrado patriotismo, muy rara vez se ocuparon sus paisanos de hacerle justicia en la medida de sus merecimientos que fueron muchos, su inteligente gobierno al frente del Perú y los últimos años de su vida enfrentándose a los franceses; logrando en cambio, el olvido y la falta de mención en su pueblo, ya que con el paso del tiempo casi desapareció el recuerdo de su obra, de su capacidad y entereza de espíritu y de su bien ganada personalidad en la historia. Fue un hombre de clara política que llevo lejos de su tierra los avances de la Ilustración. Nació el 24 de septiembre de 1733, en Santa María de Soutolongo (Lalín), sus padres fueron Diego Felipe Gil de Taboada y Villamarín, señor de Dés y María Josefa de Lemos y Rois. Hermano suyo fue el procurador síndico de Santiago, D. Benito, primer conde de Taboada y entre sus parientes próximos se encuentran dos famosos prelados, D. Felipe Gil de Taboada, que fue arzobispo de Sevilla y D. Cayetano Gil Taboada, obispo de Lugo y arzobispo de Santiago, cuyo nombre va unido a la creación de la fachada del Obradoiro de la catedral compostelana, obra de Fernando de Casas Novoa.

Antes de ingresar en la Armada “corrió caravanas”, es decir, tomó parte como meritorio en empresas corsarias o viajes comerciales y su carrera militar fue un modelo de hoja de servicios. Hombre de firmes convicciones y extraordinaria capacidad, de las cuales dio sobradas pruebas a través de su brillante carrera en la Marina española. A los dieciocho años ingresó en la Real Compañía de Guardiamarinas en Cádiz, 27 de octubre de 1752; asciende a Alférez de Fragata, el 23 de diciembre de 1754; Alférez de Navío, el 12 de abril de 1760; Teniente de Fragata, el 8 de abril de 1765 y Teniente de Navío, el 3 de septiembre de 1767. Navegó por el Mediterráneo, el Atlántico y ambas Américas, tomando parte en las campañas y combates navales de su época, en los que se distinguió por su reconocido valor y sus grandes conocimientos.

Capitán de Fragata, el 22 octubre de 1770. Después de participar al mando de la fragata Santa Rosa en la expulsión de los ingleses de Puerto Egmont, es nombrado gobernador de las Malvinas, no llegó a ocupar el cargo porque después de ascender a Capitán de Navío, el 17 febrero de 1776, fue nombrado el 19 de noviembre de 1776 capitán de la Compañía de Guardiamarinas de El Ferrol. Ascendió a Brigadier, el 19 junio de 1781, cuando tenía 48 años y a Jefe de Escuadra, de 21 diciembre de 1782.

En 1788 el bailío Antonio Valdés le nombró virrey y capitán general de Nueva Granada. Tras ascender a Teniente General de Marina, el 4 marzo de 1789, pasó en 1790 al Virreinato del Perú, entrando en Lima el 17 de mayo, sustituyendo a Teodoro de Croix. Tres días después llegó Alejandro Malaspina en la Descubierta, uno de los grandes viajes científicos de la era ilustrada, la llamada Expedición Malaspina, que recibió todo su apoyo. El 1 de noviembre de 1791, su primer año de Virrey, funda la Academia Real Náutica de Lima y nombra a Andrés Baleato como profesor. Destacó por la inteligencia y desinterés puestos a la contribución de una política progresiva y democrática que se propuso desarrollar durante su gobierno al frente del Perú. A su regreso a la península, el 23 de diciembre de 1796 abandonó el puerto del Callao en la fragata Astrea, Gil y Lemos fue nombrado Consejero en el Supremo Consejo de la Guerra, y en 1799, fue nombrado Director General de la Armada, primero con carácter interino y después en propiedad. El 6 de febrero de 1805 se encargó interinamente del Ministerio de Marina, ascendiendo a Capitán General de la Real Armada, el 9 de noviembre de 1805. El 22 de abril de 1806 pasó a ser Ministro de Marina en propiedad. El 28 de febrero de 1807, al instalarse el Almirantazgo y extinguirse la Dirección General de Marina, pasó a ser Inspector General de Marina. El 4 de agosto de 1807 fue nombrado Consejero de Estado. Miembro de la Junta Suprema de Gobierno de Madrid, dejada por Fernando VII al marcharse hacia Bayona, llamado por Napoleón, encargada de dirigir los destinos de la nación española, cargo que desempeña con abnegado patriotismo.

Asistió a la reunión del Consejo de Castilla, el 6 mayo de 1808, que aceptó la protesta de Carlos IV de que su abdicación había sido forzada y al nombramiento del Mariscal de Francia Joaquín Murat, duque de Berg, como lugarteniente del Reino y presidente de la Junta, en mayo de 1808. Cuando el infante don Antonio de Borbón se marchó a Francia, le dejó un papel que decía: “Me voy; ahí queda eso”. Como lugarteniente del Gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén cumplimentó al gran Duque de Berg el 15 de mayo de 1808. Como Ministro de Marina, Director General de la Armada, y Primer Secretario de Estado, mostró cierta oposición a Murat, y promovió la formación de otra Junta, primero en casa de su sobrino Felipe Gil Taboada, y después se pensaba que podría trasladarse a Zaragoza.

Dimitió el 2 de junio de 1808, alegando razones de salud. Se nombra en su lugar a José Mazarredo, Ministro de Marina, y a Eusebio Bardají, Ministro de Estado, el 3 junio 1808. Juró como Consejero de Estado, el 23 de julio de 1808. Al producirse la entrada de los franceses en Madrid, Martín Fernández de Navarrete le avisó y aun lo escondió en su casa. El 29 de septiembre de 1808 reconoció a la Junta Central, reunida en Aranjuez, negándose siempre a acatar a las autoridades francesas. A pesar de ello José I ordenó que no se molestase a tan valiente anciano.

Hondamente contrariado y acariciando la esperanza de ver en día no lejano brillar el sol de la liberación de España de la ocupación francesa, falleció a finales de 1809, “agobiado por los años y por el disgusto que le produjera la presencia del extranjero en el suelo patrio”. La guarnición francesa de Madrid le tributó los honores fúnebres que le correspondían por su alta dignidad. Con entereza y sacrificio supo contribuir al mantenimiento de las libertades patrias, fuertemente amenazadas en los postreros días de su vida por la invasión francesa de España.

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