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‘Los personajes de Pardo Bazán’, por Varela Jácome

El catedrático lalinense fue el principal responsable del descubrimiento y la recuperación de la obra de la autora gallega

Varela Jácome en la biblioteca de Lalín que lleva su nombre. | // BERNABÉ

Benito Varela Jácome, nació en la parroquia de Soutolongo (Lalín) y vivió los primeros años en Barcia. Fue un distinguido catedrático, escritor, crítico e investigador en distintos campos de la literatura; una de las más destacadas figuras de la intelectualidad gallega; uno de los grandes intelectuales que ha dado Deza. Su labor literaria fue abundante, especialmente la crítica en periódicos y revistas nacionales y de América. Se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis sobre Pardo Bazán y la novela de su tiempo. Es el principal responsable del descubrimiento y recuperación de la obra de Emilia Pardo Bazán, publicó un buen número de trabajos en diversas revistas y periódicos, sobre las relaciones entre doña Emilia, Rosalía y Murguía, trabajos que culminaron con su obra fundamental: Estructuras novelísticas de Emilia Pardo Bazán, se trata de un denso estudio de más de 300 páginas que analiza con procedimientos modernos las estructuras narrativas de la escritora las funciones de sus novelas, la asimilación de distintas tendencias estéticas, la exploración sociológica del mundo urbano de A Coruña, Santiago y Pontevedra, las estructuras sociales del ámbito rural y la interpretación del Madrid finisecular. Según Varela Jácome, Emilia Pardo Bazán se casó con el hidalgo don José Quiroga y Pérez de Deza, caballero de la Real Maestranza de Ronda, fina y entera estampa de señor, de cuyo matrimonio nació don Jaime Quiroga y Pardo Bazán, segundo Conde de la Torre de Cela, caballero del hábito de Santiago y de la Real Maestranza de Ronda”. José Quiroga tenía raíces dezanas, ya que su familia poseía un pazo en Quintela (Catasós), a donde venía durante las vacaciones de verano.

Escribió varios artículos en los periódicos sobre diversos autores, recogemos uno de ellos sobre Pardo Bazán, publicado en el periódico La Noche: único diario de la tarde de Galicia, Año XXXII, Número 9442, 14 de septiembre de 1951, titulado “Los personajes de la Pardo Bazán. Su esencia gallega”, que trascribimos a continuación:

Todas las dimensiones de la vida de Galicia aparecen reflejadas en la obra de Emilia Pardo Bazán. El paisaje, las costumbres, la cálida humanidad de las gentes aldeanas, es una preocupación constante en su prosa. La novelista coruñesa vive “prendada –según su propia confesión- del gris de las nubes, del olor de los castaños, de los ríos espumantes presos en las hoces, de los prados húmedos, de los caminos hondos” de la tierra. En los cuentos y novelas de doña Emilia intimamos con una galería de personajes que nos descubren los distintos pliegues del alma gallega: El peón caminero, sudoroso bajo el sol estival. El cazador que regresa del monte con una liebre “con los ojos empañados y el pelaje maculado de sangre”. La costurera María Vicenta que contempla, como una autómata, el entierro de su hijo. La mendiga que en la encrucijada antigua, soporta las inclemencias del tiempo sentada en un camero, hasta que el frío sosiego de la muerte se adueña de su cuerpo. Los obreros que hacen una mina y antes de encontrar agua para el riego quedan sepultados bajo la tierra compacta y rojiza. La figura aventurera de Pepa a Loba que tiene como escenario de sus poemas las tierras de Dozón, Cée y Carballiño. Los aldeanos que venden la yunta de bueyes para librar al hijo del servicio. Personajes tarados como Leliña, el tío Fidel y Minguiños. La vida de los trajinantes, de los arrieros, de los labradores, de los artesanos, está plenamente reflejada; es la expresión de la Galicia trabajadora. Los canteros que en invierno atienden a sus heredades y en verano se dispersan por las aldeas lucenses para levantar las paredes de mampostería; las mujeres trabajan mientras tanto la tierra, y ellos regresan a fines de temporada con el dinero para comprar el terreno, la ceba, la ropa, los apeos de labranza. Todo este mundo preferentemente rural que aparece en las obras de Pardo Bazán nos enfrenta con el paisaje, con las costumbres, con el ambiente; nos descubre los vicios, las virtudes; las ideas políticas, las creencias supersticiosas, las pasiones de los aldeanos.

En su obra hay una serie de personajes claves que son la expresión de los aspectos más relevantes del ambiente de la Galicia decimonónica. Algunos no mantienen la trayectoria auténticamente galaica; aparecen desvirtuados al final por la moda literaria. Nos pueden servir de ejemplo Pascual López, el verdugo de Marineda, de “La piedra angular” y la Amparo, de “La Tribuna”.

La primera novela de la Condesa, “Pascual López. Autobiografía de un estudiante de Medicina”, refleja el ambiente de la vida estudiantil compostelana. Pascual López nos cuenta sus impresiones de Compostela; las piedras cinceladas, erosionadas por la huella del tiempo, doradas por la pátina, encierran un atractivo legendario; en las bóvedas de la Catedral, en la penumbra de los soportales, en la amplia Plaza de la Quintana iluminada por la luna, en las calles estrechas e irregulares, en los lienzos de los conventos, nos va dando el estudiante de Medicina una visión emotiva de la ciudad del Apóstol. A veces se asoma a las afueras, a los apacibles verdes, a las montañas azules que se pierden en la legendaria atlántica. Pero además la vida toda de la ciudad tiene un pulso autentico en la novela: la voz perezosa del sereno en la alta noche, el regocijado cantar de los trasnochadores; el grito sostenido de las vendedoras de ostras y lampreas; la vida vacía, bulliciosa, despreocupada, de los estudiantes decimonónicos, precedente de los estudiantes troyanos, con las horas muertas en un café jugando al tute y al dominó, y los paseos bajo los soportales de la Rúa y por el Preguntoiro; las noches de tuna, los estrenos del teatro vistos desde la “cazuela”; los amores ilusionados. Solo se aparta Pascual López de esta autenticidad de la vida compostelana cuando entra en la aventura alquimista del profesor Onarro; los extraños experimentos están concebidos bajo una influencia literaria y cortan en flor los amores y las raíces galaicas del alma de Pascual López.

Los personajes de “La piedra angular”, de “La Tribuna” y de una serie de cuento, nos dan una visión de la ciudad herculina que adquiere rango literario con el nombre de Marineda. El verdugo Juan Rojo, el doctor Moraga, pueden darse en cualquier ciudad española, pero la sensibilidad femenina de Nené y Rosa son esencialmente gallegos; además la acción nos lleva a las reuniones del Casino, a los paseos de la calle Real, a las aguardenterías de los soportales de la Marina, al agitado mar de la Torre de Hércules.

La Amparo de “La Tribuna” tiene un indudable enlace literario con la Naiz de Zola, pero antes que el termómetro político mida sus reacciones, piensa y obra como una moza coruñesa de la época. “La Tribuna” es en el fondo un estudio de costumbres locales. Su autora frecuentó durante dos meses la Fábrica de Tabacos para captar el ambiente, delinear tipos y cazar al vuelo las conversaciones de las obreras. En la acción novelesca, Amparo representa la vida de las cigarreras que sienten la nostalgia de la calle, siempre concurrida, siempre abierta y franca, y el barrio pobre de pescadores, alborotado por las diligencias que lo llenan de polvo, con sus abigarradas tiendas, sus miserias domesticas; Baltasar, su pretendiente, nos introduce en el lujo de las gentes acomodadas del barrio “de Abajo”, simboliza la familia de ricos comerciantes. La acción de “El cisne de Villamorta” se centra en torno al poeta Segundo García, que nos pone en contacto con la vida aparentemente sosegada de un pueblo pequeño, Carballiño, felizmente descrita.

La visión más vigorosa de Galicia la encontramos en “Los pazos de Ulloa” y “La madre naturaleza”. En sus páginas descubrimos el paisaje húmedo y verde, con la vegetación lujuriante, rebosantes de savia, con una amplia galería de tipos y ambientes. Don Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage, nieto de Bazán del Mendoza, el escritor afrancesado traductor de “La Henriada”, es la personalización del señor del pazo venido a menos. Su ejecutoria de nobleza no le impide mezclarse con sus caseros y servidores en las cacerías, en las ferias, en las fiestas patronales de Naya. Es autoritario, un poco rudo, como el ambiente en que vive, y dominado por pasiones primitivas. El abad de Naya don Eugenio, prototipo de cierto sector del clero rural de finales de siglo, sociable y tolerante, cazador y anfitrión de los pantagruélicos banquetes de las fiestas patronales. El administrador Primitivo reúne en su persona el carácter, la astucia, la decisión y la conciencia llena de pliegues de algunos paisanos nuestros. Barbacana y Trampeta personifican las luchas políticas de la época. Isabel es un ejemplo de rozagante moza que no mantiene sus acciones dentro de los límites del pudor. Otro personaje femenino temperamentalmente pasional, pero en un medio social aristocrático, es Rita, la hija del señor de Lage. Nucha, la esposa de Pedro Moscos, se encuentra descentrada en el ambiente del pazo; su educación, su pasividad, su pundonor le hunden en la asfixia moral que le ocasiona la muerte. El sacerdote Julián contrasta con la relación moral del ambiente y templa su timidez en el alejamiento de una iglesia de la montaña. Perucho y Manolita son bellas realizaciones; en sus correrías nos ponen en contacto con el paisaje, con las mieses granadas amontonadas en las eras, nos conducen por los caminos que cruzan los frondosos castañares y suben hasta la soledad estival de los castros.

A través de la vida de algunos personajes de doña Emilia, Galicia aparece en función de saudade. Gastón de Landrey, después de vivir en el mundo cosmopolita de París, regresa a su casa solariega para encontrar la fortuna perdida y la soñada felicidad. Esclavitud, la criada de “Morriñá”, trasplantada a la vida madrileña, no pierde su auténtica feminidad y no emplea para expresar en pasión amorosa” ni una palabra que no quepa en el más llano lenguaje de una campesina gallega”.

Pero si quisiéramos hacer la síntesis de metafísica de la saudade gallega escogeríamos al pintor Silvio Lago, héroe de “La Quimera”. Silvio Lago, que es como una personificación del pintor coruñés Joaquín Vaamonde, pinta damas aristocráticas madrileñas, esboza la belleza triunfante de Lina Moros, atrae con su perfil de Van Dick el amor de Clara Ayamonte, se enreda en la pasión de María de la Espina; atraído por la “quimera” se asoma al clima turbulento de París, recorre las galerías de arte flamencas, pero la presencia saudosa de la tierra gallega no le abandona. Cuando en el sufrimiento de su enfermedad presiente la proximidad de la muerte, retorna a Galicia y al recibir en sus ojos la alegría abierta del paisaje nuestro exclama: «No quisiera ahora haber salido nunca de aquí”. Y en el encantado paisaje de las Mariñas coruñesas muere, bebiendo el dulce aire de la tierra, contemplando con ojos ávidos la caridad mansa de la tarde estival, el espejo de la ría entre el arco de los pinares y eucaliptos, el bosque de castaños que tiende su “tapiz de verdura honda y reciente sobre el azul del cielo lavado y vivo como una acuarela”.

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