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“Mi mejor amiga me salvó la vida”

La lalinense Teresa Romero logró recuperar a Ana Seijas, ya a punto de desvanecerse, tras un atragantamiento con una loncha de jamón mientras desayunaban juntas en un bar

Teresa López Romero y Ana Seijas, ayer, en la terraza del bar donde pasaron el susto. | // BERNABÉ

Existen episodios en nuestras vidas de los que sacamos conclusiones fundamentales para nuestro aprendizaje, otras nos sirven para reforzar lazos de amistad con personas ya fuesen de nuestro entorno más próximo o nos las topásemos por casualidad. La vida puede interpretarse como un viaje en el que nos encontramos compañeros con los que continuamos el trayecto y otros pueden apearse. Ana Seijas Riádigos y Teresa López Romero son dos lalinenses que comparten muchas cosas: decenas de amigos, aficiones, la dos son madres y ambas son dos mujeres de sólidos principios. Una de ellas estuvo a punto de perder la vida, pero ahí estaba la otra para impedirlo pues una separación forzada de ambas sería una faena que ninguna podría perdonarse jamás.

Como en otras muchas ocasiones, Ana y Teresa habían quedado para dar un paseo y, poco después, compartir el primer café de la mañana. Eran en torno a las 10.00 cuando Ana le propuso a su íntima ir a desayunar a un bar. Se sentaron en una mesa y Ana –una apasionada de la gastronomía– se metió una loncha de jamón en la boca que segundos después pudo haberla matado. Un atragantamiento le impedía respirar y todavía fue capaz de ponerse de pie para, mientras el resto del local presenciaba impasible el trágico momento, Teresa se armaba de valor y le salvaba la vida al practicarle una Maniobra de Heimlich. En décimas de segundo vino a su cabeza aquel curso de primeros auxilios que había hecho “hace unos quince años por lo menos” cuando su pareja la convenció y, a regañadientes, acudió. Esas prácticas que pensaba haber olvidado fueron las que le permitieron ver como Ana comenzaba a recuperarse.

“Noté que se me había quedado en la garganta un trozo de jamón; quise beber, pero el agua me salió por la nariz y me di cuenta de que no era capaz de respirar, vi que me moría ahogada”, relata Ana. Lo que quizá más le sorprendió fue que nadie de los clientes se levantase para interesarse por lo que estaba aconteciendo en su mesa. “Para mí fue mucho tiempo, muchísimo”, afirma, en relación al tiempo que estuvo al borde del ahogamiento hasta que su Ángel de la Guarda sobrevoló por detrás de su espalda y le comprimió varias veces su abdomen para desobstruir el conducto respiratorio. Muerta de miedo, la heroína y su amiga salieron a la terraza del local para tomar aire. “Me gritó que respirase con cuidado, pero ya me encontraba bien, pero entonces la que se empezó como a marear fue ella”. A Teresa le había pasado factura la tensión vivida y se desplomó emocionalmente. Casi 24 horas después, confiesa que todavía convive con un nerviosismo molesto que se aviva “cuando ve vienen a la mente aquellas imágenes”, apunta.

Ya cuando la situación se había normalizado Ana recordó que más de medio desayuno se había quedado encima de la mesa y allí volvieron. Sin miedo. Después de dar cuenta del menú matinal se despidieron en una jornada que ninguna de las dos olvidará en lo que le queda de vida. “Me dijo, Ana, no sé pero después de esto me apetecería tomar un vino para celebrarlo y le contesté: Teruca, pero si son poco más de las diez de la mañana”, recuerda entre risas. El brindis se aplazó para la hora del aperitivo, donde recordaron lo mal que lo habían pasado unas horas antes. De lo que recuerda, Ana insiste en la determinación que tuvo su amiga para realizarle la maniobra de reanimación pues no estamos hablando de una persona con una destacada formación en la materia, sino que se dedica al negocio de la joyería. Aquel curso de primeros auxilios regresa a la mente de Teresa y a la colectiva de muchos de los amigos que conocieron esta historia con final feliz; que una formación básica en este sentido nunca está de más.

Durante la tarde del viernes y ayer fueron muchas las personas que contactaron con ellas para interesarse por su estado y al mismo tiempo conocer de primera mano los detalles de un episodio asombroso que al tiempo ejemplifica la debilidad humana o como una acción cotidiana que repetimos en nuestra vida millones de veces puede transformarse en una tragedia.

“Sí, es mi mejor amiga y me salvó la vida”, proclama feliz Ana Seijas. Teresa tiene hoy otro motivo para sentirse más que contenta pues sus padres celebran medio siglo de matrimonio y ella, hija única, fue la encargada de organizar una cita que, a tenor de como se toma en serio las cosas Teresa, será por todo lo alto y de gran abundancia.

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