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Una estradense, platanera de La Palma por amor

Olga Mella sigue con gran preocupación en Madrid la evolución del volcán: “No me puedo quejar. Hay quien lo ha perdido todo”

Olga Mella, preocupada, muestra las fotos de sus plataneras en La Palma. Luis Viviant Arias / Lalín Press

Olga Mella se siente estradense, madrileña y palmera. Hija del médico de O Foxo, en este lugar vivió su infancia y parte de su juventud. Y en él tiene su segunda casa, en la que vive entre uno y tres meses al año, generalmente veraneando entre julio y septiembre. Pero no solo a este lugar pertenece su corazón. También a Madrid, donde vive cerca del Santiago Bernabéu –para estar lo más próxima posible de sus hijos y sus nietos–, y a La Palma, de la que era originario el amor de su vida, Tomás Guadalupe Perera, y por el que ella misma se convirtió y sigue siendo aun hoy platanera. Por eso, pero sobre todo por el cariño que le merecen los palmeros, vive con gran preocupación la evolución del volcán que está asolando la Isla Bonita.

Las piñas de plátanos se llenan de ceniza que hay que limpiar. | // CEDIDA Silvia pampín

Usufructuaria por expreso deseo de su marido –fallecido hace un año– de las plataneras de Tazacorte y Puerto Nao que heredaron sus hijos, sabe que una de esas plantaciones está radicada a tan solo 3 kilómetros de distancia en línea recta de la colada del volcán. Los trabajadores que se ocupan de esta explotación le informan de las nocivas consecuencias de la erupción sobre la explotación. Le han enviado fotos como la que ilustra esta información, en las que se aprecia con claridad la lluvia de ceniza que cae continuamente en la zona así como los desperfectos que están sufriendo las hojas de los plataneros y las propias piñas de plátanos de la plantación. Sabe que el personal que la cuida está redoblando esfuerzos para conseguir salvar ya no la cosecha de este año sino las plantas.

Para acudir a diario a regar y cuidar las plantas afrontan colas de hasta dos horas para recorrer un trecho que, en circunstancias normales les llevaría diez minutos. Y limpian con mimo las plantas y las piñas de plátanos, intentando protegerlos lo más posible para que sean comercializables y no sufrir más pérdidas de las estrictamente necesarias.

Aun así, mientras consulta en su teléfono las fotografías de los efectos dela lluvia de cenizas del volcán sobre sus plantaciones, Olga reflexiona en voz alta: “no me puedo quejar. Hay quien lo ha perdido todo”.

Muy apenada, admite que vive muy pendiente de las noticias. Le encoge el corazón ver que las tierras que un día recorrió con su marido y de cuyos frutos han vivido “toda la vida” y, sobre todo, las gentes de la isla se encuentran en esta situación. Y es que, tras tantos años vinculada a la isla, también se siente palmeera.

Es lógico. De allí era su marido, al que conoció en Madrid, adonde Olga había ido –tras estudiar Filosofía e Historia en Santiago de Compostela–para especializarse en Atte. Su marido estudiaba Cine. Enseguida se enamoraron, casándose en 1963 y formando una familia. Tuvieron tres hijos: dos mujeres y un varón.

Igual que viajaban a O Foxo, también lo hacían a La Palma, una isla cautivadora en la que buena parte de los isleños viven del cultivo de un plátano de una calidad excepcional que –al igual que otros productores– la familia de Olga vende a firmas comercializadoras. También, explica, hay cabreros que viven de la elaboración de “quesos maravillosos”. Y, por supuesto, otros muchos del turismo y de diversas profesiones. Aunque, al residir en una isla de origen volcánico, todos ellos sabían que el volcán podía despertarse en cualquier momento, tienen una “gran sensación de apego” a su tierra, “formada de lava, salitre” y un “clima tan maravilloso” que ha hecho que La Palma fuese bautizada como “la Isla Feliz” o la “Isla Bonita” porque tiene “unos paisajes increíbles”. El despertar del volcán de Cumbre Vieja y el vertido continuo de lava ha cortado buena parte de las zonas que conocen Olga y su familia de norte a sur. Y se ha llevado por delante las casas, los negocios y, por tanto, la vida de muchísimas familias. “Hay mucha incertidumbre”, explica Olga.

Intuye que el espíritu de lucha de los canarios hará que vuelvan a levantar sus casas y sus negocios en la isla, a pesar de todo. Pero recuerda que necesitan ayuda. Y un buen gesto, para empezar, puede ser –hoy más que nunca– comer plátano de Canarias. “Aunque lo vean algo feo por fuera, por dentro está buenísimo”, asegura. Y, además, así, se puede ayudar a que los miles de personas que lo han perdido todo, puedan –tan pronto como el volcán lo permita– reencauzar su vida. Son necesarias las ayudas de las administraciones y que estas se vuelquen en reponer las infraestructuras que la lava se ha llevado por delante. Pero también los ciudadanos –con nuestras decisiones como consumidores– podemos contribuir a esa recuperación y a que los que hoy sufren mañana puedan seguir teniendo un futuro próspero en la Isla Bonita.

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