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La angustia de vivir cercado por barreras

Jose Vigo sufre desde su silla de ruedas inaccesibilidad por falta de rampas, aceras impracticables y terrazas excesivas

Jose Vigo Uzal, ante la larga escalera del antiguo ambulatorio, único acceso al INSS. | Bernabé /Ana Agra

Hace dos décadas que José Javier Vigo Uzal vive en A Estrada. Este santiagués se hizo estradense por amor a su pareja, Ángeles López. Juntos materializaron un sueño compartido: una cafetería en la calle Castelao que se convirtió en referente de tranquilidad y buen gusto por su amplia carta de cafés, chocolates e infusiones. Pero los problemas de salud de Jose –le diagnosticaron una arterioesclerosis múltiple y una distrofia muscular– le afectaron a las extremidades inferiores y superiores y les obligaron a cerrarla. Mientras pudo, aguantó y vivió una vida lo más normal posible pero en noviembre de 2020, sus problemas de salud le ataron a una silla de ruedas. Al dolor físico sumaron entonces Jose y su familia la angustia de sentir que vive cercado por barreras arquitectónicas y “actitudinales”, que le hacen plantearse acudir al Valedor do Pobo.

“Desde que estoy en una silla de ruedas, me encuentro con todo tipo de limitaciones para hacer mi vida normal. No puedo transitar por la mayoría de las calles”, explica. Para ganar en movilidad, incluso llegó a cambiar de residencia. Ante el pésimo estado de las aceras de la calle Olimpio Arca Caldas –que comunica Castelao con la estación de buses– y las barreras arquitectónicas –aceras demasiado estrechas, con adoquines torcidos y rampas impracticables– detectadas ahí y en Bedelle (“una silla de ruedas no es un quad”, dicen), Jose y su familia decidieron no renovarle el contrato de alquiler al inquilino de su piso de Justo Martínez y se trasladaron a vivir al centro.

Pero muy pronto descubrieron que también ahí le cercan las barreras. Las hay arquitectónicas. “Hay aceras en muy mal estado de uso”, explica, en las que, con demasiada frecuencia no halla rampas adecuadas para proseguir su camino. Lo sabe por experiencia. Narra la caída que sufrió junto a Helvetia, donde tuvo que ser socorrido por dos viandantes que levantaron con dificultad la pesada silla eléctrica y le ayudaron a proseguir su camino. A raíz de la queja que entonces Jose trasladó al alcalde el Concello reformó las rampas existentes en ese ámbito.

Pero no son las únicas que necesitan mejoras. Urge aplicar el Plan de Accesibilidad Municipal que esgrimió el Concello ante sus quejas. Hay mucho por hacer, por ejemplo, a lo largo de toda la Avenida de Benito Vigo. E incluso en aceras nuevas como las del final de Fernando Conde, cerca del supermercado DIA%. Allí, la acera “está cortada” y quien transita en silla de ruedas no tiene más remedio que dar la vuelta. Lo mismo ocurre en Waldo Álvarez Insua, delante del Novo Mercado. Una escalera de acceso a este corta el paso abruptamente en esa acera. Pero hay muchas más barreras: rampas sin el ángulo de giro adecuado como la de la esquina de Iryda con Castelao donde, por encima, frecuentemente se acumulan las vallas con las que la Policía Local veta al paso Castelao. Explicándolo a Vigo se le ocurren multitud de ejemplos, que ilustra con numerosas fotografías acreditativas tomadas en la Avenida de América.

Pero también hay otras barreras que dificultan su día a día, como la falta de rampas accesibles a diversos espacios públicos, comercios y negocios de hostelería. Un caso sangrante es la larga escalinata que hay que salvar para acceder a la oficina local del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS). En una ocasión, en la que tuvo que arreglar unos papeles, tuvo que aguardar estoicamente protegiéndose de la lluvia con un paraguas a que el personal de estas dependencias públicas –muy amablemente– acudiese a atenderle a la calle. Cuando estaba operativo el ambulatorio, los discapacitados utilizaban su ascensor para acceder a la oficina pero ahora, con el centro de salud en A Baiuca, solo se puede acceder a la oficina a través de esa larga escalinata, con lo que los discapacitados deben aguardar turno en la calle.

No es el único lugar en el que ocurre. Jose Vigo recuerda que su cafetería era perfectamente accesible. Y, conociendo las exigencias que tuvo para abrirla, no se explica por qué hay tantos locales que no lo son. En algunos –incluso reformados muy recientemente– también tiene que esperar fuera a que le atiendan. Tal vez por eso valora especialmente gestos como los de la Óptica Fondevila, que habilitó una rampa para que pueda seguir accediendo como siempre a su negocio; la accesibilidad de otros negocios locales como la tienda de telefonía Low Cost o la Farmacia Madriñán; o la adaptación de los supermercados Familia y Gadis a las circunstancias de los discapacitados.

Pero, desgraciadamente, Jose Vigo –y, según explica, otros usuarios de silla de ruedas existentes en A Estrada– no sienten que esa sensibilidad sea generalizada y sienten “impotencia y ansiedad” cuando constatan que, como ciudadanos con movilidad reducida, son discriminados y se ven privados de su libertad para disfrutar la vida y tener independencia a la hora de hacer sus compras, arreglar papeles o disfrutar de un paseo al ver, por ejemplo, obstruido el paso por terrazas “excesivas” que Vigo asegura que son ilegales “porque carecen de licencia”, “tienen informe policial negativo”, “anclan un toldo a la propia acera” “, no dejan un paso mínimo de 1,80 metros para los peatones” que exige la ley y, en algún caso, hasta ocupa un paso de cebra. Para pasar, aunque la acera sea pública, los discapacitados se ven obligados a pedir por favor que les dejen pasar. “Unos se levantan sin problema” pero “otros se molestan”. Y no falta incluso quien “haga burla”. Es una actitud de falta de “empatía” que dirige los ojos acusadores de quien en alguna ocasión le llegó a criticar por circular por la carretera ante la impracticabilidad de una acera, circunstancia que está permitida por Tráfico, destaca Vigo. Este también se ha encontrado con rampas inutilizadas por el incivismo de quien aparca delante o por la mala ubicación de un contenedor.

Y, si bien al principio el gobierno le expresó su “empatía”, con el tiempo asegura haber podido constatar que, en realidad, al igual que algún miembro de la Policía Local, ha actuado con pasividad ante sus reiteradas quejas. “Me dicen que tenga paciencia, que son fiestas o Navidades, como si para mí no lo fueran”. lamenta. “Es humillante”, asegura. “Ahora comprendo por qué se ven tan pocas personas con silla de ruedas por las calles”: poco a poco, apunta, para no sufrir luchando contra las barreras, optan por quedarse “encerrados en casa”.

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