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Un inciso

Peaje por arañar a Eolo

¿A alguien se le ocurriría colocar un aerogenerador junto a la catedral? Pues la naturaleza y la tradición tienen en montes de la zona sus propios templos

Parque eólico nevado en la zona. / Bernabé/Javier Lalín

¿Somos unos vendidos? No puedo evitar hacer la pregunta en alto a mi marido, que lleva los ojos clavados en la carretera. Miro alrededor y no consigo dejar de verlo. Ha sido matemático: poco después de cruzar el puente que separa Asturias de Galicia, no dejo de ver gigantes por todos lados. Se alzan en el horizonte y agitan sus brazos en un saludo que se me antoja un tanto perverso. Hasta donde alcanza la vista se dibujan altas montañas, una cima que el puerto que tenemos por delante promete hacernos coronar. Sin embargo, al llegar a la cumbre, solo puedo fijarme en la inmensidad de sus nuevos pobladores, que danzan frenéticamente para extraer del viento el elixir de la electricidad. Energías limpias, sí. ¿A coste cero? Ni de broma. El paisaje paga el peaje.

Si hubiese que escoger casa para luchar por el Trono de Hierro en la mítica Juego de Tronos, tengo claro que juraría mi lealtad a los Stark, desde el rudo Ned hasta su guapísimo hijo Robb (alerta spoiler: ¡qué lástima de chico!). Gritaría aquello de “¡el rey en el Norte!”. Quizás sea porque, cada vez que viajo por esta piel de toro que llamamos España, me declaro abiertamente norteña. Y orgullosamente gallega. De modo que, aprovechando los últimos días de vacaciones, cumplí con mis anhelos de disfrutar del Cantábrico, tanto al borde de sus acantilados como entre los valles y cimas de sus cordilleras.

Han sido unas vacaciones movidas, de esas de bici y zapatillas sucias de caminar por el monte. Gocé como Heidi en los Alpes, pero en mi caso en el escarpado municipio de Teverga, entendiendo cada mañana al abrir la ventana por qué llamaban El Privilegio al lugar en el que me despertaba. Mi móvil me dio un plante, harto de buscar cobertura y, lo que en un primer momento me generó ansiedad, pronto que concedió recuperar la libertad que perdí el día en que este aparato del demonio llegó a mi mochila.

Algo va mal

Recorrí esta zona de Asturias y me sumergí en los Picos de Europa, apreciando la calmada belleza de los Valles Pasiegos y adentrándome en todas las cuevas asturianas y cántabras que pude para fantasear con el hecho de compartir la misma estampa que pudieron encontrarse, prácticamente a oscuras, los nómadas prehistóricos. Confieso que soy de esas que se maravillan ante el arte rupestre y que ve una lección de vida en la formación de estalactitas y estalagmitas. Menos de tres centímetros en 5.000 años. Si la naturaleza se toma sus tiempos, ¿por qué tenemos nosotros que correr tanto siempre? Algo estamos haciendo mal.

En todo caso, la pena que sentí al llegar a mi tierra fue grande. Llevaba el móvil lleno de postales de montañas asturianas y cántabras. En ninguna de ellas vi un aerogenerador. En ninguna. Y fueron muchas las recorridas. No digo que estas comunidades se mantengan al margen de este tipo de producción energética, ojo, pero no vi su infraestructura. Sin embargo, fue lo primero que me llamó la atención al regresar y observar el perfil de las montañas gallegas. Confieso que pensé “nos hemos vendido”. Sentí que habíamos trocado belleza por riqueza, quizás sin entender el valor de la primera y sobrevalorando la importancia de la segunda. El impacto paisajístico es brutal y, a golpe de vista, tan solo se puede adivinar, porque detrás de estas cimas colonizadas por molinos de viento hay un servil entramado de pistas e infraestructuras destinadas a poder hacer botín de toda esa energía que le araña al viento.

Aquí no

En una de nuestras paradas escogimos Liérganes para pasar un par de días, pagando el agradable impuesto revolucionario de llevar a nuestros hijos al parque de Cabárceno y sin poder escapar a los sobaos y quesadas que ahora trataré de desquitarme. Que me quiten lo bailao. Me sorprendió en este hermoso pueblo encontrar en algunos balcones carteles en los que podía leerse “aquí no”, junto al dibujo de un aerogenerador. Después de comprender y compartir el mensaje, solo al contemplar la belleza de las montañas que me rodeaban, me acordé de Forcarei. En concreto de Acevedo, cuyos vecinos también llenaron ventanas y balconadas con pancartas en las que dejaban constancia de su oposición a la pretendida y próxima instalación de eólicos y a la “cicatriz” de sus líneas de evacuación.

En los últimos meses se han sucedido en las comarcas de Tabeirós-Terra de Montes y Deza el nacimiento de múltiples agrupaciones vecinales surgidas de la necesidad de hacer de la unión la fuerza. Cientos de alegaciones fueron presentadas para protestar por el impacto de muchos parques eólicos. Nadie puso en duda el carácter limpio de esta energía, pero sí se puso el acento en su fuerte impacto paisajístico y la alteración que supondría para muchos ecosistemas.

El “castigo” por arañar a Eolo, señor de todos los vientos, no es liviano. En Acevedo, en la parroquia forcaricense de Millerada, los vecinos se movilizaron para plantar batalla frente a un despliegue eólico que dejaría a la aldea en la poligonal de un parque, con tres torretas y dos líneas de evacuación de la energía a menos de 100 metros de sus casas. En Sabucedo (A Estrada) varios proyectos amenazan con alterar las zonas de campeo de las manadas de O Santo, que perpetúan la ancestral e internacional Rapa das Bestas. Me lo cuestioné públicamente en esta parroquia estradense y vuelvo a preguntármelo: ¿a alguien se le ocurriría pensar en situar un molino de viento cerca de la catedral de Santiago? Pues, aunque pueda parecer lo contrario, en el monte también hay templos. Tradiciones como la de la Rapa o espacios naturales de gran valor tienen en ellos su altar. Parece que solo valoramos lo que construimos y no lo que ya existe.

Decenas de chinchetas

Vecinos, asociaciones y agrupaciones políticas han cerrado filas para frenar la elevadísima proliferación de parques eólicos que se programan para estas comarcas. El mapa situaría un número tan alto de molinos en estas tierras que, si se tratase de colocar una chincheta en un mapa por cada aerogenerador y líneas de evacuación, dejaría completamente agujereada la representación de la geografía de la zona. Solo en Tabeirós-Terra de Montes son alrededor de 50 los parques eólicos proyectados, que se sumarían a los que ya coronan las cimas de muchas montañas de este territorio. Con afección al Concello de A Estrada serían 18, otros 16 en Forcarei y una docena en Cerdedo-Cotobade.

Por lo tanto, el desembarco previsto de nuevos “gigantes” parece tener toda la intención de dejar una huella poco discreta cuando se mire al horizonte desde estos municipios. Los molinos harán cumbre en las comarcas para atrapar la fuerza del viento con sus grandes brazos. Aunque su impacto es mayúsculo, su ascenso hasta la cima también quedará marcado por toda la infraestructura que precisan instalaciones de esta naturaleza, algo que, siendo evidente, parece pasar desapercibido tras las enormes aspas.

La energía eléctrica es vital en nuestro día a día y nadie discute que las renovables sean el camino a seguir. Sin embargo, ante tal despliegue y presuponiendo la estampa, no se puede pedir más que mucho control y, sobre todo, mesura. Está claro que nadie desea una de estas chinchetas rojas en su mapa, pero no es menos cierto que hay que ser muy cuidadoso con dónde se pincha. Que la riqueza no nos robe la belleza o, lo que viene a ser lo mismo, que de tanto beber de la fuerza de Eolo no sequemos la tierra a la que se agarran nuestras raíces.

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