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Alas para un piloto con raíces estradenses

Julián Pernas disfruta del trabajo que siempre soñó y constata la reactivación de vuelos tras la peor crisis aérea por el COVID

Arriba, Julián Pernas (derecha) como copiloto con Borja Ulloa, su exinstructor y comandante de Vueling. A la derecha, Julián en avioneta con su novia Elizabeth, que también quiere pilotar. |

Julián Pernas Filloy supo a los 10 años que quería ser piloto de aviación. Como Pepe Mella Pascual, un amigo de su padre cuyo afán de superación hizo que fuese primero mecánico de motos, luego de coches, a continuación de avionetas y helicópteros para ser luego piloto de aviación. En un momento en el que los pilotos civiles no abundaban, Mella se ganó el apelativo de “maestro” por el cariño y el respeto que le profesaban los jóvenes que, como Julián, querían emularle y ser pilotos comerciales. “Fue la persona que más me apoyó”, recuerda, agradecido.

Alas para un piloto con raíces estradenses

Su segundo instructor fue Diego Ulloa, de Becerreá, hoy piloto con Air Europa; y el tercero, Borja Ulloa, “con quien ahora tengo la suerte de hacer viajes en Vueling, con él de comandante y siendo yo el copiloto. El último, el pasado día 12 a Tenerife Norte”, relata. “Es un lujo trabajar con él. Tiene mucha experiencia y, aunque me da más caña de lo habitual, se lo agradezco. Es fantástico trabajar con él”, explica.

Es la conclusión lógica de un profesional que considera “un privilegio” poder vivir del trabajo que siempre soñó. Y más después de que la peor crisis aérea –la del COVID, que hizo que la de 2001 motivada por los atentados de las Torres Gemelas se quedase en “una anécdota”– le enviase, como a buena parte de los españoles, a un ERTE que Vueling diseñó “muy bien”, de tal modo que repartió el poco trabajo existente en plena pandemia entre toda su plantilla para garantizar que los pilotos pudiesen mantener la “pericia” que les exigen para mantener activa su licencia. El desplome de vuelos a las islas Canarias y Baleares, a Cataluña y al Reino Unido –muy relevante por sus innumerables conexiones internacionales– fue brutal. Así que la compañía hizo un esfuerzo adicional en simuladores.

Gracias a ello, Julián y sus compañeros permanecen en activo y pudieron reanudar su labor este verano, cuando los vuelos se han reactivado. Aunque ligado a la base de Vueling en Barcelona, este verano tuvo la suerte de que le enviasen con un destacamento a Santiago. Y, así, poder disfrutar de la familia –por ejemplo, en la segunda Primada Pernas en versión “take away”– en Pontevea, donde nació en 1984 y se crió. Y también en A Estrada, municipio al que le unen lazos familiares (su madre es de Cereixo y tres de sus abuelos son de Cereixo, Guimarei y Rubín) y de amistad (fundamentalmente con jóvenes de Couso y Santa Cristina de Vea). De hecho, esta misma semana aprovechó uno de sus descansos laborales para acercarse a A Estrada y visitar a su abuela y jugar al pádel con sus primos.

Son las raíces que anclan al suelo a aquel niño que miraba al cielo deseando ser piloto y al que sus padres apoyaron pero aconsejándole que, antes, se graduase para tener una profesión alternativa. Tras graduarse en Administración y Dirección de Empresas (ADE) y habiendo ya obtenido el título de piloto privado de avión en Santiago y el de piloto comercial en A Coruña, emprendió –literalmente– el vuelo en dirección a Inglaterra para convertirse en instructor de vuelo y, así, alcanzar las horas que le exigían para convertirse en piloto comercial.

Su cálculo fue acertado. Así logró trabajar en Vueling. De su etapa inglesa, atesora otro bellísimo recuerdo: el inicio de la relación sentimental con su novia, Elizabeth, que allí aprendía a volar con otros instructores y a la que ahora él instruye para que alcance su sueño de poder, más pronto que tarde, pilotar un avión comercial. “Se está sacando el título”, explica. Además, “está aprendiendo a hablar gallego” , sonríe. Juntos, acostumbran a volar por distintos puntos de Galicia en avioneta.

A ninguno de los dos le pesa estudiar. No es admisible en su profesión, por seguridad y responsabilidad. Aunque la licencia de vuelo se obtiene de por vida, cada año hay que renovar la licencia. Y, por seguridad, cada seis meses estudian para los simuladores. Practican “emergencias que ojalá que no nos toquen nunca en la vida real, como aterrizajes forzosos, despresurización... En tres años tenemos que cubrir todos los sistemas del avión”. Es “natural”, para que sus pasajeros vuelen con la máxima seguridad.

Ese es el objetivo primordial. Pero, a mayores, su labor le brinda vistas espectaculares cada día. Su primer vuelo comercial fue a Argelia. Desde entonces, ha viajado ya por toda Europa, Islandia, el norte de África y el límite de Rusia con Asia. Las vistas de Galicia le siguen pareciendo “espectaculares”. Otras que le han cautivado son las del Estrecho de Gibraltar, desde donde se pueden apreciar España, Portugal y África así como la confluencia del Mediterráneo con el Océano Atlántico. No le van a la zaga Islandia ni Lanzarote, que, a vista de pájaro, parece un paisaje lunar. El de la costa mediterránea el desierto de Mauritania y las islas griegas también le han llamado la atención. Es la ventaja de una profesión que Julián espera poder seguir ejerciendo toda su vida, pese a saber que ello le obligará a viajar a mucha distancia de las personas a las que ama. Su profesión también a veces le brinda la oportunidad de hacer turismo. Así conoció Florencia, por ejemplo. Por eso, cuando algún joven aspirante le pide consejo, intenta asesorarle lo mejor posible como otros hicieron en su día con él. Para que algún día tengan el “privilegio” de vivir de lo que más le gusta.

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