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Déjame ser libre

Los caballos salvajes solo observaron a los participantes desde la distancia. Bernabé/Ana Agra

Sabucedo tiene un color especial. Tal vez es la magia de la tradición o la dedicación de sus vecinos. La fuerte conexión que tienen con la naturaleza, con la protección del monte y con el deseo de seguir perpetuando la leyenda. Ha sido un año y medio muy duro. El 2020 estuvo marcado por el silencio de los relinchos. Por la falta de un zapatear de herradura sobre el asfalto. Sabucedo se quedó solo, sin su Rapa. Su tradición centenaria se quedó rezagada. Sin embargo, el cuidado de los caballos y el mantenimiento del monte tuvo que hacerse igual. Hubiese o no una pandemia. La asociación Rapa das Bestas, en cuerpo y espíritu, subía al monte. Cuidaba con cariño y mimo a sus animales. Pero siempre respetando la distancia. No hay mayor enemigo que la mano del hombre, parecen decir. Y ellos también son conscientes de ello. Justo por este motivo, tratan de proteger a sus bestas de la gran cantidad de amenazas que se ciernen sobre ellas. Los incendios desbocados, los robos desalmados y los gigantes eólicos. También, el descuido del monte, casi selva. Por ello, con la firme idea de concienciar acerca de los riesgos, Rapa das Bestas organizó ayer una ruta. Pero no una ruta cualquiera.

Un instante del ascenso de los participantes. | // BERNABÉ/ANA AGRA

Más de 80 participantes partieron a primera hora de la mañana del teleclub de Sabucedo para hacer el mismo recorrido que se suele hacer el viernes de la Rapa, la más conocida como Baixa. Una caminata que formaba parte de una campaña de sensibilización. En los últimos años, la cabaña de O Santo ha mermado. Ha mermado tanto que asusta. Más de 500 caballos han desaparecido de las estadísticas. Y del monte. Los incendios del 2006 fueron devastadores, pero también los cuatreros, capaces de hacer negocio con la naturaleza. Por eso la Rapa, consciente de la realidad, quiere dar a conocer su trabajo, su monte, sus bestas. Decir: “están aquí, hay que protegerlas”.

“La jornada fue muy bien. Estamos contentísimos porque ha venido mucha gente”, dijo el presidente de la asociación, Paulo Vicente Monteagudo. La emoción no se contiene cuando es real. Al otro lado del teléfono se escucha el ruido. O, más bien, el jolgorio. Más que voces, la naturaleza era capaz de colarse entre los cables y llegar al auricular. La jornada parecía envidiable.

Tuvieron que ir sorteando diferentes obstáculos. | // BERNABÉ/ANA AGRA

“Hemos ido caminando, explicándoles a los participantes cómo actúan las bestas cuando nos ven. Cuáles son las zonas de bebida, de sombra...”, apuntó el presidente. Es decir, dar a conocer, un poco más, el hábitat y el modo de vida de unos caballos que, en realidad, son unos grandes desconocidos. Además de tímidos. De hecho, se hicieron de rogar y no fue fácil verlos. “Solo aparecieron algunos a lo lejos. Vimos algunas manadas, como la de Solitario y Ciclón, además de otros ejemplares sueltos”, indicó Vicente. Y es que a ellos no les gusta la gente. Y la Rapa quiere que así siga siendo. Lo más importante es que la mano del hombre interfiera lo menos posible en la rutina de sus caballos, que solo bajan a la civilización para cortar sus crines.

“Cuando nosotros tenemos que subir para colocar algún microchip, por ejemplo, lo hacemos en silencio. Tenemos que rodearlos y ser cuidadosos, porque escapan”, explicó el presidente de la Rapa. Al fin y al cabo, son animales salvajes. Ellos viven en total libertad, campando a sus anchas por un monte que los acoge como sus hijos. Y por un viento que los acuna en su regazo. Si uno trata de interferir en su vida, es mejor que sea con un prismático. O con el profundo respeto y cariño con que lo hace la Rapa.

Un momento de descanso y orientación. | // BERNABÉ/ANA AGRA

Sin embargo, las bestas no fueron las únicas protagonistas, dadas sus apariciones esporádicas. Desde la asociación también quisieron poner en valor el patrimonio natural y arqueológico. “Hemos visto los petroglifos de Guerrero y Cervo. Creemos que son un bien muy importante y hay muy pocos que estén catalogados”, explicó Vicente.

Y es que los grabados rupestres, pese a ser inertes, también son víctimas. Tienen cosas en común con las bestas.No solo son sus inestimables compañeros en el monte, comparten las amenazas. Entre ellas, el alto riesgo de incendios. Sobre todo en una época del año como esta, en la que las altas temperaturas ponen en jaque al verde. “El monte está precioso, no tiene problema. Lo único que puede suceder son los incendios. Por eso debemos protegerlos”, indicó el presidente de la Rapa, tratanto de concienciar sobre este asunto.

Los caminantes comienzan su ruta de senderismo. | // BERNABÉ/ANA AGRA

Además del fuego, están los eólicos. Gigantes aerogeneradores que prevén instalarse en la zona, a mayores de los que salpican el paisaje de Sabucedo y los montes de su entorno. De hecho, la campaña de sensibilización de la Rapa, protagonizada por la ruta de senderismo, tuvo un fuerte cariz de lucha eólica. Los participantes, cuando acabaron el recorrido, en el que también disfrutaron de la lectura de un manifiesto en O Peón, regresaron a Sabucedo, donde comieron. Por la tarde estaba programada la actuación de Mofa y Befa, cuyo espectáculo cómico estuvo centrado en el rechazo a los eólicos.

Encontraron varios restos óseos de bestas. | // BERNABÉ/ANA AGRA

Y es que nadie puede negar que el monte, y las bestas, se enfrentan a una fuente inagotable de amenazas. Sin embargo, ahí siguen, tratando de sobrevivir pese a las adversidades y luchando –aun sin saberlo– contra los riesgos que se ciernen sobre ellos. Tal vez les ayuda ser ajenos. Carecer de toda conciencia y seguir viviendo como han vivido toda la vida: libres.

Desde la asociación Rapa das Bestas también luchan por ese objetivo. Proteger a sus caballos, para que sigan galopando con la felicidad propia de quien nunca ha conocido el cautiverio. Este año, la Rapa no ha podido celebrarse en su fecha habitual, pero el curro volverá a recibir a su público –y sus caballos– a finales del próximo mes.

Lectura del manifiesto. Bernabé/Ana Agra

Los tiempos cambian. Sabucedo lo sabe, pero se resiste. Sigue creyendo firmemente en su tradición, en la fuerza de su cabaña de O Santo, en la fiereza del monte y en el potencial de una naturaleza inestimable. Las bestas, que ayer pastaron a sus anchas y alejadas de la presencia humana, quisieron decir –con relinchos y sin palabras– que las dejemos ser libres. Que no hay más felicidad que la de galopar con las crines peinadas por el viento.

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