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No sin mi móvil

Psicólogos de las comarcas detectan una dependencia mayor de móviles o redes sociales derivados del tiempo de confinamiento y cierres perimetrales | Afecta a todas las edades y puede acarrear aislamiento y adicción

Algunos pacientes dicen que les hace desconectar pero, en realidad, no resta estrés. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

Muchos habrán visto la viñeta en las redes sociales. Para quienes no la conozcan, imagínense la escena: un padre sentado en el sofá mirando su teléfono móvil, mientras su hijo trata de llamar su atención. Su papá le asegura que le está escuchando, aunque sigue sin levantar la vista de la pantalla. La respuesta del pequeño invita a la reflexión: “escúchame con los ojos”. No podemos culpar a la crisis sanitaria de la dependencia que hemos adquirido, en general, de las nuevas tecnologías, con el teléfono móvil o las tabletas como cabeza de lanza. Es más, durante los meses de confinamiento y cierres perimetrales, estas herramientas han tendido puentes y han permitido a muchas familias mantener –pese a la distancia– el contacto. Sin embargo, lo que ha unido también puede separar. El uso de la tecnología se ha disparado durante la crisis del coronavirus y también tiene sus efectos negativos, principalmente la adicción o la tendencia al aislamiento, fortificando una nueva forma de socializar que puede traer importantes consecuencias a nivel psicológico.

“Con la pandemia, dado que las relaciones sociales, en muchos casos, no pueden ser directas, utilizamos mucho más estas redes”, explica la psicóloga Verónica Barros, desde A Estrada. Señala que para muchos adolescentes la forma de compartir tiempo con sus amigos ha cambiado, programando quedadas sin salir de casa y través del teléfono, ya sea con una videollamada o multiconferencias como el Zoom.

Por tanto, la pandemia ha acrecentado esta dependencia tecnológica que, según indica Barros, ya venía detectándose hace un tiempo. Subraya que el problema es que se trata de un “enganche” socialmente aceptado, un uso que se produce en cualquier momento y lugar. “Se está convirtiendo en una necesidad básica y eso hace que no percibamos como una adicción”, apunta Verónica Barros. Esta psicóloga estradense subraya que una de las cuestiones que se estiman ahora de vital importancia cuando alguien acude a algún lugar es saber si va a disponer de wifi. “Todos somos un poco adictos al móvil. Si yo soy adicta, pero tú también, ese problema va a ser difícil de percibir por la persona”, señala.

Un vuelco

“Antes esto ya pasaba, pero la pandemia ha dado un vuelco. Ahora la accesibilidad a todas las redes sociales es mucho mayor. A nivel profesional lo que me encuentro es que esta adicción no es solo de jóvenes”, afirma.

Remarca esta profesional que no hay nada malo en el uso de las redes sociales ni en las nuevas formas de comunicación, “el problema es el control que tengamos sobre ellas”. En este sentido, recomienda establecer una pauta temporal, consciente de que en los momentos actuales tendría que ser un poco mayor, dado que la distancia social se impone más allá del metro y medio o dos metros de seguridad. “Hay que pensar que va a ser un poco más de tiempo de lo que era antes. Ahora cortaríamos relaciones con sus amigos, así que es normal que sea un poco más, pero hay que marcar pautas y seguir un horario”, expone.

Verónica Barros, psicóloga en A Estrada.

La alerta de uso abusivo ha de saltar cuando mediatiza todas las relaciones que tengo, mediatiza mi bienestar o cuando noto ansiedad por alejarme del móvil, por no entrar en una red social o no tener ese momento de desconexión.

Verónica Barros - Psicóloga en A Estrada

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Alerta

¿Cuándo deben saltar las alertas de que se está produciendo un uso abusivo de las nuevas tecnologías? Pues esta psicóloga lo explica de forma clara: “cuando mediatiza todas las relaciones que tengo, mediatiza mi bienestar o cuando noto ansiedad por alejarme del móvil, por no entrar en una red social o no tener ese momento de desconexión”.

“El uso está bien, pero el abuso no”, resume Beatriz Novoa, psicóloga de Lalín. Apunta que durante esta crisis sanitaria las nuevas tecnologías fueron muy positivas para algunas personas, haciendo que muchos que no las dominaban se pusiesen al día. “Después hay otra gente a la que le costaba salir de casa y que está rehuyendo tener contacto directo con otra gente y se refugia en las redes sociales, con el riesgo de que cuando pase todo esto les cueste mucho más relacionarse”, expone.

Beatriz Novoa, psicóloga en Lalín. /Bernabé/Javier Lalín

Nos estamos aislando los unos de los otros; el contacto, esos abrazos de los que tanto hablamos, no los puede sustituir una pantalla. Va a llegar un punto en el que no vamos a poder comunicarnos de la misma manera, nos costará expresar nuestras emociones.

Beatriz Novoa - Psicóloga en Lalín

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Dependientes

Ha sido un año tremendamente complicado. Hasta cierto punto, la pandemia nos ha hecho dependientes para conocer la evolución de la situación epidemiológica y de las restricciones del modo más actualizado posible. “Nos ha hecho dependientes a nivel informativo y social.” “El ocio que hemos buscado está relacionado con la tecnología. La películas y series que buscamos, hasta ligamos por internet... Está hecho para que te sientes en casa y no te muevas. Mucha gente ya no tiene ni libros de papel en casa”, apunta Novoa. “Ahora tenemos el tema de la distancia social, pero antes ya estábamos distanciados”, reflexiona.

En opinión de esta psicóloga lalinense, “nos estamos aislando los unos de los otros; el contacto, esos abrazos de los que tanto hablamos, no los puede sustituir una pantalla. Va a llegar un punto en el que no vamos a poder comunicarnos de la misma manera, nos costará expresar nuestras emociones y, si no lo hacemos, se quedan ahí y luego aparecerán la ansiedad, la depresión o lo que esté por venir”, apunta.

El uso abusivo de la tecnología no es el principal motivo por el que vecinos de las comarcas acuden a la consulta del psicólogo, a excepción de casos concretos y generalmente propiciados por la preocupación de los padres por la utilización que hacen sus hijos adolescentes. Sin embargo, es habitual que esta dependencia salga a relucir después de abordar otros problemas durante las sesiones.

Autoestima

“Me estoy encontrando muchas chicas. que pierden mucha motivación por hacer cosas porque al final no llegan a cumplir la expectativa de Instagram. Estas personas, sobre todo chicas y jóvenes, no llegan a esa perfección porque no existe, es una imagen creada”, explica Verónica Barros, subrayando los problemas de autoestima que para muchas personas están acarreando las idílicas imágenes que algunos comparten a través de sus redes. Indican que se generan “objetivos irreales”, que terminarían propiciando una sensación de ansiedad y depresión” por el alto nivel de exigencia”. A mayores, todo ello redunda en estar “ muy pendiente del móvil en todo momento”, sacando fotos para subir a esas redes o para analizar las que suben las personas a las que siguen. “Además ahora los influencer viajan y a mí no me dejan, de manera que la frustración crece muchísimo”, añade.

Menos hábiles en directo

Por otro lado, los psicólogos observan que la dependencia de las tecnologías para las relaciones sociales hace que las habilidades sociales bajen mucho en el cara a cara. “La gente se comunica muy bien a través de mensajes. Ahora mismo no eres capaz de tener un contacto tan bueno”, señalan. “Al final el móvil o las redes sociales no dejan de ser lo que antes era la televisión. Son mecanismos demasiado automáticos que te implican manejar poco el cerebro. Son muy pasivos.”, indica Barros.

Y aquí surge otro problema: el mito de la desconexión. “Es otra cosa que me dicen mucho: me pongo con el móvil porque me ayuda a desconcertar, pero es una desconexión pasiva y no pierdo el estrés. Al final con el móvil recibo estímulos pero no genero dopamina, ni adrenalina ni serotonina”.

“A veces cuando el niño está nervioso, sacas un móvil. Indirectamente le estamos enseñando que el teléfono lo calme. Antes le poníamos la tele para que esté tranquilo y nos diese esos cinco minutos, pero tiene que aprender a calmarse solo”, remarca Novoa.

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