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Comer bien, vivir mejor

Venta de frutas y verduras, indispensables en una dieta saludable. | // BERNABÉ / JAVIER LALÍN

Coronavirus es sinónimo de revolución. Una palabra que, hasta hace poco más de un año, resultaba incierta y desconocida. Un virus capaz de desordenar la vida de propios y ajenos. Y tras la larga estela destructiva que deja a su paso, cabe preguntarse si también ha dejado algo positivo. Tal vez la gran importancia del cuidado personal y la adopción de hábitos de vida saludables, tales como adquirir una buena rutina de ejercicio o adoptar una alimentación más sana.

“Puede que la pandemia de COVID-19 haya impulsado el deseo por mejorar ciertos hábitos, pero no creo que sea el único factor”, apunta la nutricionista Clara Torres. De hecho, ella estima que en los últimos dos o tres años ha percibido cambios en su consulta. Es decir, que el perfil del cliente no solo se corresponde con aquel que desea adelgazar, sino con el que quiere mejorar sus hábitos alimentarios con el objetivo de elaborar menús más saludables.

Aprender a comer

De hecho, Torres afirma que a su consulta suele acudir más gente joven de lo que lo hacía antes. Su objetivo, frente a las personas de más edad que suelen acudir por una finalidad más estética, está “en aprender a comer bien”. Eso sí, es necesario que se produzca un cambio de hábitos global, en el que también se tenga en cuenta los gustos personales de cada cliente. “Si no se baraja esta opción, entonces el hábito no se va a mantener”, asegura.

Además, la práctica regular de ejercicio físico y el saber cómo comer de manera sana puede contribuir de forma positiva a combatir los síntomas de la conocida como “fatiga pandémica”. “La alimentación no es la única solución, pero sí un factor ventajoso. Si comemos de manera adecuada nuestro cuerpo estará agradecido, tendremos más energía, descansaremos mejor...” , explica Clara Torres.

De todas formas, la nutricionista insiste en que, en ocasiones, la voluntad de adquirir un estilo de vida saludable no es suficiente. “Una cosa es ser golosa, o comer determinado tipo de productos de manera ocasional. Otra muy distinta es darse atracones para aliviar la ansiedad, tratando de reducir el estrés a través de la comida”, añade Torres. En ese caso, recomienda combinar la consulta con el nutricionista con una terapia psicológica que ayude a canalizar estos momentos de agobio.

La importancia de las redes

Parece que en este cambio de mentalidad, más orientado a la adquisición de una vida sana, las redes sociales han podido jugar un papel importante. Pese a que, tal y como apunta Torres, pueden ser peligrosas para niños y adolescentes por promover cánones de belleza irreales. Un ejemplo en positivo serían las redes sociales que se hacen eco de aquellas personas que muestran un estilo de vida saludable que no tiene que ser aburrido. “Gracias a ellas vemos que no solo hay que comer pechuga y ensalada, sino que podemos comer sano construyendo menús más apetecibles”, explica Torres.

De hecho, la nutricionista estradense insiste en que se suelen asociar ideas erróneas, como aquella en la que dieta y sufrimiento van de la mano. “La tortilla de patatas es saludable si usamos un buen aceite y la acompañamos con una ensalada. Otra cosa es que sea una comida muy calórica, pero esto no va reñido con que sea sano”, insiste Torres.

Eso sí, no solo debemos consumir verduras y hortalizas, proteínas de calidad y dejar de lado el alcohol, el tabaco y los ultraprocesados. También debemos ser más activos, porque “somos demasiado sedentarios”. Un buen objetivo sería dar cumplimiento a los 10.000 pasos diarios que recomiendan muchas voces expertas, pese a que Torres advierte que no es fácil conseguirlos.

De todas formas, la voluntad, la constancia y el empeño también son claves para conseguir cualquier objetivo. Puede que ahí también resida el verdadero secreto de un estilo de vida saludable.

La preocupación por la calidad de los alimentos

El deseo por adquirir hábitos de vida saludables también impulsa el comercio “bio”, especialmente en el ámbito de la alimentación. De hecho, la nutricionista Clara Torres afirma que se está tomando más conciencia de lo importante que es la calidad de los alimentos que consumimos. Sin embargo, el cambio en la mentalidad no es brusco, sino paulatino. “La gente suele empezar a preocuparse por la salud, queriendo productos que estén libres de pesticidas, hasta que dan el paso de comprar aquí”, afirma Montse Fernández, que trabaja en un comercio “bio” en A Estrada. Uno de los hándicaps a la hora de adquirir este tipo de productos suele ser el precio. “La calidad tenemos que pagarla”, incide Fernández.

“Si cocinamos un dulce, no es lo mismo hacerlo con un azúcar refinado que con un sirope de agave”, concluye. Fernández asegura que no ha notado un cambio significativo desde la pandemia, puesto que cree que el interés por llevar una vida más saludable viene de antes. En lo que respecta al perfil de su clientela, ella estima que se mueve entre los 35 y los 55 años. Y que las personas que realizan la compra suelen ser mujeres que se dedican al ámbito educativo. Un perfil que, en cierta medida, encaja con el que dibuja Sonia Sixto, dietista y trabajadora en una tienda “bio” en el casco urbano de A Estrada. Estima que su clientela también se mueve entre los 30 y los 50 años, aunque es una cifra oscilante. Uno de los aspectos que recalca Sixto es el creciente interés que comienza a suscitar la cosmética natural. “La mayoría de los consumidores de este tipo de productos son mujeres, pero también está aumentando el número de hombres que se interesan por los champús sólidos o, incluso, por los aceites para la barba.

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