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El cierre por concellos eleva las ventas de alimentación en los más pequeños

Barros y la comerciante que ahora regenta el ultramarinos del San Blas en Quireza. | BERNABÉ / JAVIERR LALÍN

A Tenda da Aldea –nombre elegido por el comerciante cerdedense Gonzalo Fortes para su supermercado radicado en el centro de Cerdedo– hace, más que nunca, honor a su nombre. Con el COVID causando estragos y las fronteras intermunicipales cerradas salvo para causas muy justificadas de trabajo, estudios o citas médicas, negocios como el de Gonzalo Fortes se convierten en la referencia para muchos de sus vecinos e incluso para clientes antes nunca vistos en sus establecimientos. Es el caso de residentes en Viascón o Tenorio a quienes el cierre de la frontera intermunicipal con Pontevedra les obliga a buscar otras alternativas dentro del Concello de Cerdedo-Cotobade. Es un ejemplo de que el cierre por concellos eleva las ventas de productos de alimentación en los municipios más pequeños.

Nelson Pivaral y Rossana Espiña, de Nelross de Cerdedo. | BERNABÉ / JAVIER LALÍN

“Se notó y mucho”, asegura Fortes, que ha visto duplicada la afluencia a su establecimiento.”Es un repunte muy importante. Viascón y Tenorio son zonas muy pobladas, precisamente porque limitan con Pontevedra”, explica. Al no poder realizar sus compras en la capital de la provincia, hacen la compra en Tabeirós-Montes. Y Fortes –que asegura que hubiera preferido que esto no hubiera sucedido sino que la normalidad sanitaria hubiese permitido que las cosas siguiesen como antes– no piensa desaprovechar la oportunidad de dar a conocer las bondades de su negocio, de raíces familiares. Antes era una tienda de alimentación más pequeña pero, al tomar sus riendas, en 2004, decidió transformarla y crecer para ser competitivo.

En el actual contexto, se propone fidelizar a sus nuevos clientes. Su filosofía es “tener de todo, cerca y a buen precio, que es hoy lo que prevalece”. Si a ello se le suma “buen trato”, apunta, el cliente se fideliza. Lo acredita que durante la pandemia haya ganado muchos clientes de Forcarei y Campo Lameiro, que antes preferían realizar sus compras en grandes superficies. El temor al COVID les hizo buscar una alternativa. Y la hallaron en este negocio que también ofrece servicio a domicilio.

Raquel Rodríguez, de un bar, súper y almacén de piensos de Dozón. | // BERNABÉ / JAVIER LALÍN

Este tuvo más demanda en el confinamiento del pasado año. En esta ocasión, lo que nota es que viene una o dos personas a lo sumo de una familia con su coche y llevan uno o dos carros de alimentos y productos de limpieza para aguantar 10 o 12 días. “Antes la gente compraba más a menudo”, explica. “Ahora no” y tampoco se está constatando la “locura” de ventas en papel higiénico, harina, azúcar o levadura del anterior confinamiento. Ya no existe el temor al desabastecimiento que antes disparaba las ventas.

Coinciden en el diagnóstico Cruz Fernández y Raquel Rodríguez, que regentan un ultramarinos más taxi y un bar más supermercado y almacén de piensos en las localidades dezanas de Vila de Cruces y Dozón, respectivamente. También ellas han visto cómo con la pandemia crecían sus ventas.

Mari Carmen Troitiño y Estefanía López, en su ultramarinos de Presqueiras. / Bernabé / Javier Lalín

Cruz Fernández lo percibió ya desde el inicio, en marzo del pasado año. “Aquellos días fueron una locura”, explica, apuntando que parte de los clientes que antes iban a las grandes superficies y solo compraba en su negocio aquel producto puntual que había olvidado siguió acudiendo a su establecimiento con la “nueva normalidad”. En otoño percibió un pequeño bajón. Pero, con los brotes de Covid –que tiene a la población “asustada” y metida en sus casas, temerosa de contagiarse, según la presidenta de la Asociación de Pequenos Empresarios de Vila de Cruces (APEC), Lupe Pampín, dejando las calles “desiertas”– las compras de ultramarinos vuelven a repuntar en su tienda. Pero Cruz constata que ahora ya no se compra “a lo loco”, como en marzo. Ahora se compra lo necesario, tal vez por temor a una crisis económica, que Lupe Pampín se teme que sucederá a la sanitaria. Ya no hay “alegría” comprando sino que, en general, se percibe “tristeza”.

"Cruces nunca estuvo tan mal"

No es de extrañar. Cruces “nunca estuvo tan mal”, apunta Pampín. “Cuando salimos de la primera cuarentena, la gente nos apoyó” pero ahora, en general, al comercio se le presenta una nueva cuesta arriba. Existe entre la población constancia de que es como “una guerra” y de que, a causa del coronavirus, “muere gente” . Y, con el cierre de los bares, llegó también una paralización general de los negocios ajenos a la alimentación. Esta se sigue demandando y, con el COVID sumando contagios en Cruces– son muchos los vecinos que le piden a Cruz que les acerque la compra a casa. La pasada semana, por ejemplo, “llevamos muchísima”, explica.

Lo mismo le sucede a Raquel Rodríguez de O Cantón de Dozón. En esta localidad regenta un bar, supermercado y almacén de pienso de corte familiar que, desde el inicio de la pandemia, recibe más pedidos de muchos vecinos de la zona que aprovechan la ruta de reparto de piensos que realiza el padre de Raquel los martes, miércoles, viernes y sábados para trasladarle sus pedidos de víspera y recibirla, así, cómodamente en su casa. Si esto ya venía sucediendo desde el inicio de la pandemia, con el cierre perimetral de Lalín, la tendencia se ha acentuado. “La gente tiene miedo”, expone Raquel. La triple vertiente de su negocio le permite ahora a ella y a su familia continuar trabajando. O Cantón permanece cerrado como bar pero sigue trabajando como supermercado y almacén de piensos. “Menos mal”, expone, aliviada.

La comerciante que ahora regenta el ultramarinos del San Blas en Quireza. / Bernabé /Javier Lalín

Los recibos caen a final de mes y la hostelería –con su medio de vida cerrado– está pasando momentos, ciertamente, más que angustiosos. Sobre todo en el caso de familias que tenían en su bar, cafetería o restaurante su principal medio de vida.

Un establecimiento de referencia

Por eso, Rossana Espiña España da “gracias” a que el negocio que ella y su marido, Nelson Pivaral, regentan en el centro de Cerdedo no solo sea cafetería sino que también ofrezca productos de panadería, prensa y tabaco. Así lo decidieron cuando en 2012 decidieron dejar Suiza y fijar su residencia en Cerdedo con su hijo para cuidar de los padres de ella. Desde entonces, su establecimiento hostelero es toda una referencia. Con la imposibilidad de servir dentro del local o en terraza, decidieron apostar por ofrecer comida para llevar. “Ahí vamos”, explica, “dándole servicio a los pocos obreros que hay por el pueblo” y acuden a su local para recoger la comida previamente encargada.

“En el fondo”, al disponer también de panadería y de puesto de venta de prensa, se sabe una privilegiada. Al abrir, “no tienes derecho a nada pero te da otro ánimo. Si aun así te comen los nervios, ¡imagínate lo que debe ser estar en casa sin poder hacer nada y sabiendo que el final de mes llega enseguida!”, expone. Para ella y su marido, mantener su negocio abierto es “genial” porque, además de estar ocupados, saben que “la gente lo agradece”. “Te dicen: ¡menos mal!”, señala. El cierre intermunicipal ha dejado casi sin tráfico la general N-541 –Pontevedra-Ourense– y, con los bares cerrados, “el pueblo se ve muy triste”. Este fin de semana, por ejemplo, se notó que “la gente no se movió”. Solo “lo justo y necesario”. Y con miedo.

Con Forcarei batiendo día a día su propio récord de tasa de incidencia acumulada en COVID, varios clientes del Nelross le confesaron a Rossana su temor a que sus hijos se contagiasen. “Todo el mundo está nervioso”, resumía ella ayer, cuando aun se desconocía que el Sergas autorizaba el cribado a alumnado y docentes del IES Chano Piñeiro solicitado por su director, Anxo Fernández. “En un pueblo tan pequeño con tantos casos deberían cerrar los centros educativos”, explicaba Rossana, trasladando la opinión de sus clientes.

José Barros. / Bernabé / Javier Lalín

Pero no solo en los núcleos más grandes de los pequeños concellos hay oferta comercial de alimentación o tabaco. También en pequeños ultramarinos o estancos de bares radicados en puntos de Tabeirós-Montes como las parroquias estradense de Arnois o cerdedense de Quireza, que ahora están cerrados como bares pero siguen abiertos como negocios de ultramarinos y estancos.

Es el caso del San Blas, que José Barros fundó en Quireza hace aproximadamente tres décadas. Entonces, expone, Quireza era la parroquia más grande del municipio con “2.000 votantes y ahora no llegamos a 200”. Entonces no había coches y todos los vecinos acudían a su negocio a comprar. El “boom” de las grandes superficies –que venden algunos productos más baratos de lo que se los venden a los propios negocios pequeños– se llevó por delante todo eso. Los clientes ahora compran en este tipo de establecimientos el producto que olvidaron adquirir en otros más grandes. Pero el Bar San Blas siguió manteniendo su sección de ultramarinos junto al estanco que le da una razón para levantarse a José Barros. “Disfruto trabajando”, expone. El bar hoy está cerrado pero el negocio sigue abierto como ultramarinos y como estanco. Gracias a él y a negocios como el que él fundó muchos vecinos del rural siguen teniendo al lado de casa ese negocio al que acudir para realizar sus compras. Son esas tiendas que a menudo pasaron desapercibidas y que la pandemia ha hecho valorar más a sus vecinos.

Una puerta abierta en Presqueiras pese a la crisis COVID en Forcarei

Mari Carmen Troitiño aprendió de sus padres el oficio de tabernera en Guisande de Presqueiras. A sus 72 años, recuerda que “toda la vida” hubo en su casa taberna con ultramarinos. Entonces los vecinos compraban allí los productos de alimentación. Luego el auge de los supermercados le convirtieron en el recurso siempre disponible cuando la memoria falla. Sigue siéndolo. Con la hostelería cerrada por la amenaza COVID que estos días atenaza a Forcarei, este negocio del que ha tomado el testigo la nieta de Mari Carmen, Estefanía López Antelo, solo abre como ultramarinos. Gracias al mimo con el que Mari Carmen les ha tratado durante décadas todos los vecinos saben que si les falta sal, azúcar, harina o una botella de aceite, solo tienen que llamar a su puerta. Allí podrán encontrarla. Es un servicio que siguen teniendo en Presqueiras y que, a pesar del miedo al virus, sigue abierto a su público en plena pandemia.

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