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Un inciso

Un futuro por amueblar

Tras años de esplendor, la autocensura corrió como la pólvora. Parece que ha llegado el momento de hablar claro en la Fundación do Moble

Imagen de archivo de una inauguración de la Feira do Moble de Galicia. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

La diversión consistía en reunir el mayor número de tarjetas de visita. Las coleccionábamos como si fuesen los cromos de la Liga. Mientras mis padres recorrían los distintos stands de la Feira do Moble, mi hermano y yo solo teníamos ojos para localizar el lugar en el que el expositor amontonaba las tarjetas con las señas y el teléfono de su mueblería, con el deseo de que los contactos durante la feria fructificasen en una visita posterior para cerrar la compra de un dormitorio o un comedor que poco interesaban a dos niños inquietos. Lo nuestro era comparar el botín y, como mucho, hacer un comentario sobre el diseño, como si las tarjetas más estilosas fuesen, en realidad, la codiciada estampa del goleador que te hace gastarte la paga en sobres por su asombrosa capacidad para regatear en el juego del “sipi” y el “nopi”.

Aunque no fuesen los muebles los que, siendo solo una niña, me llamasen la atención, recuerdo perfectamente el bullicio de aquellas primeras ferias en la Fundación de Exposicións e Congresos de A Estrada. Costaba no perderse en aquellos pasillos abarrotados y, aún con desde una perspectiva infantil, conservo en la memoria el asombro por la cantidad de muebles expuestos. Me parecía que cada stand era como que ir de visita a una casa en la que no faltaba detalle. Recuerdo la madera de tonos oscuros y torneada como si fuese plastilina que se moldea al antojo de las manos expertas, un estilo al que los comentarios de mis padres le atribuían el sello estradense, aunque yo todavía no entendiese muy bien a qué se referían.

Durante muchos años, la llegada del mes de septiembre ha sido sinónimo en A Estrada de Feira do Moble. Por algo el municipio se ganó su fama como capital de este sector en Galicia. Un amplio abanico de expositores, una combinación del estilo clásico de piezas labradas en madera de primera calidad con composiciones más vanguardistas y un espacio exterior reservado para carpas en las que se instalaban los complementos, ese espacio de curiosidades o de artículos a un precio más reducido que te brindaban la posibilidad de salir del recinto con la satisfacción de llevarte algo a casa. El paseo del fin de semana consistía en comprobar hasta dónde llegaban los coches aparcados para visitar la feria en una A Estrada que todavía vuelve a mi mente con las farolas adornadas con banderitas mecidas al antojo del viento. El que más y el que menos se las apañaba para conseguir invitaciones para pasear por este escaparte y no perderse las novedades. Hoy la entrada cuesta un euro y muchos ni se lo plantean.

Cuando me interesaban más los muebles que las tarjetas de visita pude empezar a formarme mi propia impresión de la feria. Fue consciente de cómo aquellos torneados comenzaban a estar cada vez más arrinconados. El estilo clásico seguía presente, pero más comedido en sus curvas. Sabía a qué stands debía ir si quería que me impresionase la innovación en el sector. El último grito. Recuerdo cocinas y salones de ensueño, que me parecían salidas de casas de revista, pero también propuestas de diseño que buscaban sacar el máximo partido a los espacios reducidos, conscientes de que aquellas majestuosas composiciones difícilmente tenían encaje en un mercado inmobiliario pensado para el común de los mortales y cada vez más rácano con los metros cuadrados de sus pisos.

Mi profesión me invitó a esa feria cada año, hasta que empecé a sentir la necesidad de escaquearme en esta visita, prefiriendo que cualquier otro compañero pisase el terreno para cubrir el evento. ¿El motivo? Entender el periodismo como esa suerte de ir, ver y contar que exige objetividad en esa observación. Mis últimas visitas pusieron la mía en un compromiso. Las últimas ediciones de la Feira do Moble que visité eran solo una sombra de lo que había sido el certamen. Si no me autocensuraba y decía lo que veía, tendría que hablar claramente de declive y no me avergüenza reconocer que temía hacer daño a un sector que había trabajado mucho y que, sencillamente, allí ya no estaba.

Por suerte, las primeras voces críticas llegaron desde dentro. Que una amplia representación de los profesionales estradenses del mueble no acudiese al certamen tuvo que activar muchas alarmas. Las mías, al menos. Sin embargo, el mutismo corrió como la pólvora. Edición tras edición, nadie parecía tener valor suficiente para llamar a las cosas por su nombre. Los balances daban por cumplidas las expectativas, los políticos se hacían la foto en la inauguración y ofrecían un discurso vacío, se estrechaban muchas manos y los expositores se pasaban nueve días de feria esperando a que llegase el fin de semana y pudiesen salir del tedio de las interminables jornadas de entre semana releyendo el periódico y ahuecando los cojines de su exposición. ¿Solución? Poca autocrítica y menos días de feria. Traducido: perder menos.

Los expositores que antes llenaban carpas con accesorios fueron cobijados a sus anchas en los pabellones en los que antes no cabía ni un alfiler. El mueble, sencillamente, fue quedándose como en un segundo plano, en un telón de fondo que ya causaba poca sorpresa y que exigía cada vez un mayor acompañamiento que lo apuntalase, como si fuese un intento desesperado por evitar que todo el decorado se viniese abajo. Los discursos inaugurales que otrora abanderaban el derecho propio de A Estrada a estrenar algún día una Cidade do Moble fueron dando paso a palabras vacías y a una retahíla anual de datos sobre el sector de la madera y el mueble en Galicia, que luego no casaban con la imagen que ofrecía la que, en teoría, era la capital del sector.

Otros derroteros

Después de años de autocensura, creo que ha llegado el momento de que todo el mundo hable alto y claro. La Feira do Moble de Galicia, por los motivos que sean, no parece ya representativa de un sector que ha emprendido otros caminos y que sigue siendo puntero y que está muy lejos de la imagen que el certamen ofrece de él. Es más, esa imagen no puede ser más desfavorecedora y desajustada a su realidad. El mueble que se fabrica en A Estrada equipa hoteles y establecimientos a lo largo y ancho del mundo. Su sello está en múltiples edificios públicos dentro y fuera de la comunidad, en las necesidades más específicas de muchos hogares o, incluso, en lujosos barcos. El sector ha sabido cambiar y adaptarse a los tiempos. Renovarse o morir, recomienda la sabiduría popular. ¿Y la feria? Yo tengo mis muchas dudas.

Si las primeras voces críticas llegaron del sector, en los últimos tiempos encontraron eco en el Concello de A Estrada. El alcalde, José López Campos, dio un paso al frente y expuso la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo, no solo de la Feira do Moble sino también de la Fundación de Exposicións e Congresos. La formación dirigida al propio sector fue el primer paso, que tardó una eternidad en darse. Ya se sabe cómo van las cosas de palacio. Los balances económicos acusan déficit desde hace unos años. Parece que ya no se puede callar más. La entidad necesita nuevos acicates para volver a los tiempos en los que uno quería llevarse una tarjeta de visita con la intención de regresar. Decidir cuáles han de ser sus nuevos objetivos corresponde a los patronos, siempre y cuando tengan la valentía de poner las cartas sobre la mesa y actuar en consecuencia. Pero, por favor, háganlo ya. El 21 de diciembre tienen ocasión de decidir si prolongan esta agonía o si mueven ficha para intentar una recuperación.

El dinero público no cuesta gastarlo. Eso es evidente. Sin embargo, invertir exige buscar un rendimiento, no mirar para otro lado y esperar a que la hucha no tenga un agujero demasiado grande. Es momento de poner un tapón. De buscar la fórmula más conveniente para que este dinero de todos que se deposita cada año en la popular Fundación do Moble tenga sus frutos.

Después de un año en blanco por motivos justificados y evidentes, la burocracia no puede dilatar más una respuesta a este SOS. El recinto ferial de A Estrada necesita un salvavidas. Una salida hacia la que nadar para dejar de ir a contracorriente hasta que el cuerpo aguante. Hay un futuro por amueblar. Y de eso A Estrada sabe mucho. Manos a la obra.

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