Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Hogar, dulce hogar

La residencia de Ponte recupera a todo su personal tras superar el COVID-19 y vuelve a funcionar con sus 18 plazas cubiertas

Benjamín Frade y su mujer y gerocultora, a mediodía de ayer, en el exterior de las instalaciones geriátricas, junto a otras dos de las trabajadoras del turno matinal. | // BERNABÉ/JAVIER LALÍN

“Dentro de la desgracia que supone perder a dos personas, salió todo bastante bien”, valora Benjamín Frade, director de Fogar San Miguel, que vuelve a funcionar con normalidad después de haber recuperado esta semana a toda su plantilla. Al centro, una vez limpiado y desinfectado, han ido regresando en las últimas semanas los 16 ancianos que habían sido evacuados tras el brote registrado a finales de octubre y se han incorporado otros dos nuevos, de modo que tiene de nuevo sus 18 plazas cubiertas.

Frade indica que la plantilla está completa desde el viernes pasado, aunque uno de sus trabajadores seguía figurando ayer como positivo en el listado del Sergas. Son trece trabajadores: nueve gerocultores, incluido uno incorporado recientemente, “que probablemente se quede”, apunta el director, que completa la nómina, junto a su hijo Juan, gerente, la secretaria-administrativa y la animadora cultural.

Casi todos ellos contrajeron el coronavirus, una experiencia de la que “sacas que no deja de ser un mal socio, porque ves que no das hecho nada contra él, te ves inútil”, rememora el máximo responsable de la residencia de Ponte. “Como te ataque duro, ni médicos ni nadie te salva”, relata el hombre, que confiesa su perplejidad ante una enfermedad que “se llevó por delante a gente joven y sana, mientras que “personas mayores con patologías graves salieron adelante”. “Acabas cansado, los primeros días después del alta te cuesta hasta caminar, te deja baldado, porque afecta a muchas partes del cuerpo, no solo al sistema respiratorio”, declara.

El centro geriátrico que dirige junto a su casa natal de Rosende fue desinfectado por una empresa especializada, que “limpió todo a fondo”. Para lo que no tiene explicación, ni cree que la llegue a tener algún día, es para el origen del brote. “Pudo ser una visita o traer cualquiera de nosotros el virus de fuera cuando fuimos a la compra”, barrunta Frade, que puso ser él mismo el contagiador tras haber estado recogiendo medicinas en el hospital días antes de que surgieran los primeros positivos. Pero “toca tirar hacia adelante, no queda otra”, declara el vecino de Ponte.

Fogar San Miguel recupera su vida normal, la que marcó sus casi doce años de trayectoria. “Lo nuestro funciona por el boca a boca”, señala su director, que indica que en agosto, antes de estallar esta segunda ola de la pandemia, tenían una lista de espera de 86 personas, y ahora la vuelven a tener, aunque más reducida, lógicamente, porque “unos fallecieron y otros no podían esperar y se fueron a otros centros”. “Tenemos un nombre, sonamos y sonamos bien”, proclama Frade. Los residentes más veteranos llevan siete u ocho años. “Para ellos es su casa y lo pasaron muy mal. Cuando estábamos en el hospital, preguntaban por nosotros, se preocupaban por nosotros. Y cuando llegaron de vuelta y nos vieron... ¡la fiesta que formaron!”, cuenta emocionado. “Te da una alegría muy grande y te anima mucho. ¡Te llena el alma! Esto no es como una residencia de ciento y pico personas, aquí nos conocen a todos como si fuéramos de su casa”, manifiesta. De hecho, predica con el ejemplo, pues la abuela del geriátrico es su propia madre, Carmen Gómez Cabaleiro, que, a sus 97 años, también lo es de la parroquia de Ponte.

Compartir el artículo

stats