Nació en un mundo conmocionado por el fragor de la Primera Guerra Mundial en un municipio que entonces se denominaba Carbia y del que hoy, bajo el nombre de Vila de Cruces, puede presumir de ser abuela. El 27 de noviembre de 1916 una niña a la que pondrían de nombre María venía a aumentar la familia Alonso Navaza en la parroquia de Toiriz. Allí sigue residiendo con 104 años recién cumplidos y después de una vida llena de vicisitudes, como la de tantas otras madres coraje en la Galicia de la primera mitad del siglo XX.

Y es que María Alonso Navaza tuvo que ingeniárselas para salir adelante, sobre todo, para dar un futuro a los cinco hijos menores de edad que tenía cuando se quedó viuda. “La hija más joven tenía unos meses y el mayor, que era mi padre, con 17 años, estaba estudiando, pero tuvo que dejarlo para ponerse a trabajar”, apunta su nieto Rafael, con quien convive en la casa familiar de Toiriz. Se dedicó al negocio de la madera y a echar una mano a su madre con las tareas de una casa de labranza. Con mucho esfuerzo y la ayuda de sus vástagos, María laboró duramente en el campo y en las tareas domésticas.

Eso sí, tres conocieron la emigración: Dos hijas eligieron uno de los destinos favoritos de los cruceños, Bilbao, y la otra, que años más tarde retornó a su patria chica, se buscó la vida en Suiza, también tierra de oportunidades para tantos habitantes de la Península Ibérica. Un hijo se casó en Duxame y el mayor se quedó en la vivienda familiar. Este y una de sus hermanas ya fallecieron y, de los otros tres, solo una de las que reside en Bilbao, que lleva aquí unos meses, pudo ayudarla ayer a soplar las velas que simbolizaban sus 104 otoños. “Fue una celebración con mi tía y los de casa”, señala Rafael Navaza.

Rotura de cadera

La matriarca se encuentra bien de salud, aunque con más achaques desde que en abril, en pleno confinamiento, rompió la cadera y tuvo que someterse a una intervención quirúrgica. “Eso le provocó desgaste y le perjudicó en su movilidad”, explica uno de sus doce nietos, a los que se suman varios bisnietos y un tataranieto en camino, de la familia de Suiza. Desde entonces, la centenaria pasa buena parte del día en cama, de la que prácticamente solo se levanta para comer, y en silla de ruedas. A nivel intelectual, “tiene días buenos y días malos”, dice Rafael, que se congratula de que el de ayer fuera de los primeros.