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Elementos patrimoniales en el entorno natural lalinense

Molinos que son agua pasada

Gran parte de los 11 distribuidos a lo largo del Paseo do Pontiñas de Lalín presentan un avanzado estado de deterioro -La obra del espacio fluvial garantizó su preservación, pero nunca se impulsó un plan rehabilitador

Restos de un molino a la altura de Domusvi . // Bernabé/J.L.

El Paseo do Pontiñas es una de las infraestructuras envidiables que tiene Lalín, pero desde que fue inaugurado, en 2001, ha sido objeto de actuaciones de mantenimiento para preservar algunos de los elementos externos integrados en este recuperado paisaje fluvial.

En su primera fase, en las inmediaciones del auditorio municipal, se había construido un pantalán de madera y, emulando al Parque del Retiro madrileño, se amarraron barcas para dar paseos por un lago artificial. Desde hace años solo se conserva la masa de agua e incluso la pequeña isla postiza que la acción del agua fue minimizando hasta el punto que consiguió que la estatua de Laxeiro allí colocada se trasladase a otro espacio público más acorde: el museo municipal. Cerca del lago hay un molino, el primero de los 11 que todavía existen a lo largo del cauce fluvial, que remata, unos seis kilómetros después, en el otro lago; el de O Espiño. En el país de los mil ríos los molinos se cuentan también por millares, pero cada vez más solo como parte del paisaje. Bajo sus estructuras pétreas nacieron las muiñeiras y también una profesión prácticamente desparecida y condenada a ser divulgada en iniciativas de índole etnográfica o de tradición oral.

Ese molino anexo al auditorio fue rehabilitado por el Concello en el año 2016 con el objetivo de convertirlo en un espacio informativo sobre la diversidad y la riqueza natural del espacio fluvial. Conocido como Muíño do Calón, era utilizado por los vecinos de esa zona para moler el grano. Casi cuatro años después, de aquel proyecto nada se sabe y solo queda la nada reprochable decisión de recuperar esta pequeña estructura. En la conocida como primera fase el Pontiñas -remata en el puente de la Avenida Xosé Cuíña- hay otro molino a la altura de la parte trasera del principal núcleo de viviendas del Barrio de Abaixo. Su estado de conservación es bueno, pero sus piedras no prensan grano. Uno de los problemas de la administración para tratar de acometer una actuación integral en estos inmuebles es precisamente su singularidad, pues es habitual que la propiedad de los mismos recayese en un conjunto de personas, con derechos de uso repartidos.

A pocos metros del puente de la vía de circunvalación se encuentran casi tres juntos. El primero está razonablemente preservado, mientras que las dos pequeñas estructuras anexas hace mucho tiempo que se quedaron sin cubierta y solo sus paredes han sido capaces de resistir el paso del tiempo. A un minuto caminando se encuentra el molino de la familia Cuíña, en el lugar de O Río, rehabilitado y con capacidad de funcionamiento, pero recuperado quizá, como acontece en muchas ocasiones, por motivaciones emocionales.

A partir de ahí hay todavía cinco molinos más, aunque alguno pase desapercibido al haber sido devorado totalmente por la maleza y carezcan ya incluso de estructura constructiva. El primero está situado, en sentido descendente, en el margen izquierdo de la senda peatonal y próximo a unas escaleras por las que se accede a la Carballeira da Crespa, espacio que entra dentro del ámbito de actuación del futuro Cinto Verde que, proyectado con cargo al plan DUSI, conectará nueve áreas periurbanas. Río abajo hay otros cuatro y solo uno que no está situado encima del cauce fluvial mantiene sus cuatro paredes y parte del tejado. Los otros se han convertido en un amalgama de piedras. Además de uno -que no aparece en las imágenes que ilustran este reportaje porque no se apreciaría nada más que maleza- el último está a la altura de la residencia de Domusvi. Lo que sí se conserva es un panel ilustrativo de localización de los molinos, que en un tiempo quizá sea prescindible cuando las construcciones desaparezcan.

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