Recibir un premio siempre es un motivo de alegría y más cuando no te lo esperas. Desde hace ocho años, el Foro para Cultivos Culturais de Lalín(Focucu) entrega un reconocimiento a aquellas personas, individuales o colectivas, que por su trayectoria personal, profesional, cultural o vecinal, son un ejemplo de concordia y de progreso social. Raquel Vázquez Vaamonde, Benxamín Otero Otero y Celso Fernández Sanmartín entregaron ayer el Loureiro de Ouro a la familia del Café Camilo.

Este negocio fue fundado en el año 1930 con el nombre de Café Moderno. El gerente del local era el tío de Ernesto López Neira, actual dueño, que se llamaba Camilo. Con tan solo 13 años, Ernesto López comenzó a trabajar en el bar, tras salir de la escuela. Años más tarde, este hombre adquirió el establecimiento y decidió cambiarle el nombre por el de Café Camilo, en honor a su tío. En aquella época el establecimiento era uno de los pioneros en la hostelería local, por lo que desde sus inicios recibía mucha clientela. Con todo, los días de feria eran losl momento del mes que más gente había en el pueblo y eso también se notaba en el número de clientes que llegaban al local.

Las paredes de este establecimiento han recogido durante casi 90 años miles de anécdotas. Una de las más sorprendentes sucedió en la década de los 60, cuando dos becerros, que habían escapado de una carnicería cercana, entraron en el café para sorpresa de los dueños, causando varios destrozos. Tras casarse con Cristina Diéguez, esta mujer comenzó a trabajar también en el negocio. Ella misma reconoce que el pueblo a lo largo desde años ha cambiado mucho y echa en falta las antiguas infraestructuras. "Tiraron casas muy bonitas y ya casi no quedan recuerdos de épocas anteriores", asegura Cristina Diéguez.

La ilusión de ver que todo el esfuerzo y empeño que has dedicado tiene su recompensa hace que, las generaciones futuras también quieran formar parte. Así es como uno de sus hijos, Carlos López, trabaja también en el café y esperan que, algún día, los nietos continúen con el negocio familiar. "Hicimos una gran reforma con vistas a que alguno de nuestros nietos siga con el local", asegura Diéguez. Aunque también le gusta mantener algunas tradiciones como la de apagar la música y las luces en el momento que pasa un coche fúnebre por delante de sus puerta. "Es algo que todo el mundo debería hacer, es una manera de mostrar tus respetos a la familia". Esta costumbre también la mantienen otros locales próximos.

Toda una vida dedicada a este negocio hace que a veces, sin darse cuenta, los demás sean conscientes del esfuerzo y sacrificio que esto implica. Los tres miembros de Focucu definen a esta familia como "Memoria viva de Lalín" y Vitalidade de longo alento" porque aunque los años pasen, el buen hacer de este clan siempre perdura.