La vida de los vecinos más desconocidos

Las charlas del Distrito Forestal XVI en colegios de A Estrada desvelan la corta esperanza de vida del zorro y el declive de la lechuza, un aliado del hombre, debido a los pesticidas

Un instante de la charla impartida por agentes forestales a alumnos de Figueiroa. // Bernabé / Juan Carlos Asorey

Un instante de la charla impartida por agentes forestales a alumnos de Figueiroa. // Bernabé / Juan Carlos Asorey

A Estrada

En un mundo acelerado y cada vez más urbano, en el que la urgencia del día a día impide a menudo pararse para observar el entorno, con frecuencia los más pequeños -influidos por las prisas de los padres- lo tienen difícil para conocer la flora y la fauna que les rodea. Conscientes de ello y de que el conocimiento de la naturaleza por parte de los más pequeños es clave para las futuras generaciones de adultos respeten y cuiden el patrimonio natural de todos, los centros educativos de Tabeirós-Montes y el Distrito Forestal XVI Deza-Tabeirós están apostando decidamente por organizar iniciativas en las que el personal del Distrito acerca a los más pequeños a la vida de los vecinos más desconocidos de Tabeirós-Montes. Es el caso de las que imparten agentes forestales como Félix Pérez sobre flora y fauna locales. La que ofreció recientemente en el colegio estradense de Figueiroa dejó a los niños boquiabiertos con curiosidades acerca del día a día de los vecinos más desconocidos de la comarca.

Así, por ejemplo, les desveló detalles de la vida del pájaro más "cuco", un ave migradora que suele llega en marzo -procedente de África meridional- para anunciar con sus cantos el inicio de la primavera. De la mano de Félix Pérez supieron que es un animal parásito. Es tan "cuco" que parasita los nidos de otros especies: deposita en ellos sus huevos para que se los cuiden. Los adultos suelen dormir en las copas de los árboles y sus crías, en los nidos de sus "padres adoptivos", que los alimentan y los cuidan.

Les habló también de la lechuza, una especie muy vinculada al hombre que suele vivir en núcleos de población y que está desapareciendo a causa de la entrada de los pesticidas en la cadena trófica. El hombre aplica herbicidas a las plantas para lograr un cultivo intensivo. Y esas mismas plantas o su grano -contaminados por pesticidas- son los que servirán de alimento para los ratones. Roedores y reptiles mueren a consecuencia de ello y la lechuza también. El hombre, sin querer, elimina así a uno de sus aliados, que se encarga de eliminar naturalmente a roedores y reptiles. De ahí que Félix Pérez aconseje usar los herbicidas con moderación porque tienen "consecuencias muy negativas".

Otra consecuencia del hombre, les explicó, es la corta esperanza de vida que tiene el zorro.Señaló que es "un animal injustamente calificado, de los pocos que se mata por matar", al considerarlo dañino para las demás especies", cuyos ejemplares no suelen pasar de los tres años de vida, sobre todo a causa de la caza.

Asimismo, Félix Pérez también les explicó que el lobo es un animal muy organizado, que funciona con una estructura jerárquica muy marcada: el macho dominante es el que manda en la manada. Y si esta se rompe -por ejemplo, por las bajas que ocasiona la caza furtiva- se dispara el número de ataques cerca de las casas. "Si se mata al macho alfa, que es el que dirige el ataque a una presa", explicó Félix Pérez, los demás miembros de la manada pierden la facultad de cazar. Son "como una clase sin profesores", les indicó a los niños. Sin nadie que les dirija convenientemente, "van a las presas fáciles", que son, justamente, las que están en las casas. Y es así como se disparan los ataques a animales domésticos, que en otras ocasiones también cabe atribuir a "machos solitarios" que han sido "expulsados de la manada" y que, por tanto, también "andan solos", a la búsqueda de "presas fáciles".

La histórica presencia del lobo en la zona también ha dejado huella en la toponimia y en los montes de la comarca. Los nombres de Matalobos y O Foxo así lo acreditan. Los "foxos" eran estructuras amuralladas que los vecinos construían en el medio del monte, con muros muy largos, de hasta 100 metros de longitud. Conducían hasta ese punto a los lobos que, al llegar a ese embudo -dotado a veces con un agujero cubierto por maleza- ya no podían escapar. Lo mataban o lo dejaban ahí. En cualquier caso, su muerte era inevitable.

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