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Guardianes de la tradición

Sabucedo reúne una docena de garañones, que ayudan a perpetuar la Rapa das Bestas con su instinto protector de la manada

Zepelín, el desaparecido garañón del Cádavo. // Bernabé/Javier Lalín

Garañón ou griñón : cabalo dono ou xefe dun determinado grupo de bestas, que as dirixe e controla. En Sabucedo estes cabalos son tradicionalmente sempre do "santo". Es la definición que uno puede encontrar cuando se busca este término en el glosario que Manuel Cabada Castro y Roi Vicente Monteagudo elaboraron para recoger el léxico habitualmente utilizado en torno a la internacional Rapa das Bestas que se celebra en esta parroquia de A Estrada. La definición es fácil de comprender. Sin embargo, su significado es, en realidad, muchísimo más profundo. Analizándolo sin excluir un cierto halo de romanticismo, los garañones se encargan de continuar en el monte la labor que la asociación Rapa das Bestas realiza a lo largo de todo el año. Son ellos quienes velan por el bienestar de la manada, quienes protegen a cada yegua y cada potro, enseñando los dientes y sacando músculo ante el mismísimo lobo si la ocasión lo requiere.

El actual presidente de Rapa das Bestas, Henrique Bazal, recuerda con cariño e infinito respeto una anécdota de una de las "baixas" -el ascenso al monte para reunir a las manadas y bajarlas hasta Sabucedo- de su juventud. Los aloitadores habían conseguido reunir a una manada y comenzaban a guiarla hacia el punto de reunión de los caballos antes de emprender el descenso a la aldea. De repente el garañón inició la huida "como endemoniado". Al minuto reapareció animando a un potrillo recién nacido a caminar, propinándole pequeños empujones con su hocico. El joven integrante de la manada se había quedado atrás, oculto entre la maleza, y el comportamiento desesperado del caballo únicamente respondía a su intención de no dejar atrás a ningún miembro de la familia. "Es increíble el sentido de la protección que tienen", dice Bazal antes de volver a guardar la imagen entre sus recuerdos.

El carácter protector de estos machos dominantes de la manada solo encuentra parangón en la bravura que les infunde un espíritu salvaje que no está dispuesto a dejarse doblegar. No lo ponen fácil en el monte y mucho menos sobre la arena del curro. En su entorno van guiando a la manada desde detrás, dejando que sea una de las yeguas la que, a la cabeza, vaya marcando el camino. Aunque los de Sabucedo reconocen que hay hembras "tan bravas como cualquier garañón", la principal diferencia en el curro es que estos caballos siempre plantarán batalla sin doblar la rodilla. "Nunca van al suelo", explica Bazal. Las yeguas se bajan, se desequilibran y muchas veces terminan tendidas sobre la arena. A ellos habrá que atraparlos y, aunque finalmente el cansancio les aconseje dejarse cortar las crines, siempre son rapados en pie.

Defender a la manada del lobo o de cualquier peligro que se presente es una de las misiones del garañón. Se encargan de marcar el territorio y no dudan en emplear la fuerza para que este no sea invadido. La imagen típica del curro en el que dos caballos se miden frente a frente apoyados sobre las patas traseras y buscando un punto débil en el que dejar marcados sus dientes es un ejemplo de ello.

Rapa das Bestas calcula que actualmente son alrededor de una docena los garañones que cuidan de las manadas de O Santo en los montes que circundan Sabucedo. Cada uno de ellos tiene su propio espacio, si bien algunos de los más jóvenes conviven con otros machos hasta que asuman en solitario el papel que les ha encomendado la tradición. Algunos de estos équidos dirigen grupos de entre 30 y 40 bestas, mientras que en otros casos son manadas de una veintena de cabezas.

La fuerza y el espíritu indomable de muchos de estos caballos los convierte en ejemplares de leyenda. Ello contribuye a que los seguidores más fieles de la Rapa das Bestas conozcan a estos ejemplares por el nombre con los que los bautizaron los aloitadores. Es el caso del célebre Makelele, O vello de Souto, O Borrallas -apelativo que responde a su color entre marrón y gris, con una línea negra en el lomo que, apuntan los expertos, evidencia la antigüedad de su linaje- o el desaparecido Zepelín. A ellos se suman ejemplares más jóvenes, como Champán -se le puso este nombre porque fue apresado un 31 de diciembre- y O Irmandinho, bautizado así en honor al equipo de fútbol gaélico.

Makelele y Zepelín estuvieron unidos por ser dos de los señores del monte Cádavo. Al primero son muchos los que lo buscan cada año entre los équidos reunidos en el curro del Campo do Medio. Sin embargo, hace años que no pisa la arena. Su rebeldía le ha hecho famoso, hasta el punto de convertirlo en toda una leyenda. Los aloitadores lo bautizaron con el nombre de Makelele, como el mítico futbolista, a quien emula en capacidad para el regate. Los de Sabucedo solo lograron bajarlo al curro en dos ocasiones, una de ellas en 2014. Se ganó a pulso su reputación. Negro como el azabache y con una pequeña mancha blanca, tiene unas potentes condiciones físicas. Es el prototipo de caballo salvaje, con espíritu rebelde que pone las cosas muy difíciles a quien intenta doblegar su voluntad. Por su parte, Zepelín también forjó su leyenda pero, lamentablemente, tuvo un desafortunado final. La acción salvaje, fruto de la sinrazón humana, le llevó a terminar su historia como víctima de una matanza con arma blanca de varios équidos.

Los aloitadores intentarán que Makelele regrese este año al curro y acreciente su fama. El célebre garañón esperará su llegada. Por sus venas corre el brío de esta secular tradición. Goza de su libertad. La disfruta a galope tendido pero sin escapar nunca a la responsabilidad que le inspira el instinto. Protege a los suyos. Protege un legado. Es un guardián de la tradición.

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