-¿Diría que el psicoanálisis es una experiencia liberadora a pesar de que es posible que en muchas sesiones se pase mal?
-Yo diría que es una catarsis. Alguien decía que lo ideal sería que media humanidad fuera psicoanalista y la otra mitad psicoanalizable (risas). El problema más importante pienso que es el problema monetario y de precio.
-Es cierto, no existe un psicoanálisis, digamos barato, ¿por qué serán tan caros?
-La escuela lacaniana tiene la tendencia de las sesiones de duración variable, que a lo mejor son de cinco minutos, otro día un cuarto de hora y al otro tres minutos. Incluso hay gente que se echa un tiempo, como yo que estuve yendo de aquí a Vigo durante año y medio. Fue un esfuerzo económico muy grande pero mereció la pena. Es carísimo porque la tarifa forma parte del propio proceso de cura, es decir, es para que el paciente no tome eso a broma.
-Sin embargo, hay gente que se plantó por no poder soportarlo y nunca más volvió a intentarlo.
-No me extraña. Yo mismo lo interrumpí durante un mes y medio, me llamó la psicoanalista para que volviese pero no lo hice porque era muy duro. En Vigo hay muy buenos psicoanalistas. Una sobrina mía la curó uno de ellos.
-¿Le gustaría volver a psicoanalizarse de nuevo?
-Bueno, me gustaría pero no tengo tiempo ni tampoco el dinero suficiente porque mi sueldo lo gasto en mis proyectos editoriales. Sí me valió de experiencia porque hay gente que estuvo una década haciéndolo. Lo importante es encontrar un psicoanalista con garantías porque no tendría lugar el fenómeno de la transferencia. Si tú no valoras a tu psicoanalista como alguien capaz ya no funciona la transferencia entre los dos. Yo estaba fascinado porque estos lacanianos son muy concisos y cuando intervienen lo hacen de una manera profunda. Siempre que salía, en el ascensor, ya tomaba notas y tenía una libreta entera con las anotaciones de todo aquello.
