Pedro Blanco de Crespo nació en el año 1843, en la parroquia de Donramiro, en el lugar de O Carrizal. Era hijo natural del cacique don José Crespo Villar, abogado, promotor fiscal, alcalde de Lalín y diputado a Cortes, jefe del partido democrático de Lalín, del que la voz popular decía "un solo Dios en el cielo y un solo Crespo en la tierra". La madre, María Blanco Iglesias, era una mujer de confianza en la casa de los Crespo.

Pedro marchó al Seminario de Lugo para hacer la carrera eclesiástica. Tuvo serias dificultades para ingresar por ser hijo de soltera, entró gracias a la influencia paterna y de un hermano del padre que era sacerdote. Llegó a ser un gran humanista, con una sólida cultura clásica, escribió en el Almanaque Gallego, hablando de sus primeros años en Donramiro y en el seminario un artículo titulado ¡¡¡Lugo!!!: "Siendo niño lloraba por el suelo que me vio nacer donde quedaban mis compañeros de juegos infantiles, y porque en él me restaban las caricias de la que me ha dado el ser y la vida amamantándome a sus pechos. Mas hoy que me veo ausente conozco el bien que he perdido, ansío volver a tu seno, a abrazar a mis compañeros de estudio que me tendían su mano amiga y me estrechaban contra su corazón. Deseo oír la voz de mis profesores que han alimentado mi espíritu y desarrollado mi inteligencia con las luces de la verdad".

Pero la vocación de Pedro no debía ser muy profunda; muy amante de la belleza femenina, era un hombre de acción, al que le gustaba la actividad pública y tenía pretensiones políticas y aficiones literarias. En las vacaciones solía ir a visitar a un hermano de su padre, don Vicente Crespo Villar, párroco de Santa María de Troáns, en Cuntis, que tenía una cierta influencia en la iglesia de Lalín, ya que los Crespo eran muy importantes políticamente. En una de estas visitas conoció a la que sería su esposa, Carmen Torres Fuentes, nacida en 1848, hija de una familia de ricos agricultores, que era la maestra de la escuela parroquial. Ya ordenado sacerdote, decidió renunciar al sacerdocio para casarse con Carmen. Tuvo que viajar a Roma para agilizar los trámites ante el propio Papa Pío IX y obtener la dispensa eclesiástica. Pedro y Carmen se casaron en 1872 y se quedaron a vivir en Cuntis, en una casa, situada en la antigua Rúa Lanuza, comprada con la ayuda de la familia y con los ahorros de Pedro.

Entre 1872 y 1874, ejerció, con un sueldo excepcional para los tiempos, de alcaide en la aduana de Santander, designación en la que de nuevo se encuentra el peso público de su padre. A partir de 1874, fue secretario del Juzgado de Cuntis y llegó a ser nombrado notario público del arciprestazgo de Moraña, por lo cual el matrimonio gozó de una notable posición social. En Cuntis nacieron sus diez hijos. En 1875 nació la primera hija del matrimonio y al poco tiempo doña Carmen cesa como maestra para dedicarse a la crianza de los hijos: Enriqueta (que murió muy joven), Segismundo, Esmeralda, Germán, Corina, Mario, Leonor, Ester (muerta a los dos meses), Nuño y Roberto. Todos recibieron de su padre una esmerada enseñanza en griego y latín, que lo hablaba con tanta facilidad como el castellano. Tenía una espléndida biblioteca.

En política, fue demócrata y liberal, cercano a Emilio Castelar y Montero Ríos y organizó en Cuntis el comité de los republicanos locales. Dice el periódico La Concordia: "Nuestro querido amigo el colaborador de La Concordia D. Pedro Blanco de Crespo estuvo a las doce de la mañana de anteayer a visitar al Sr. Montero Ríos en su quinta de Lourizán, impidiéndole motivos de urgencia y ajenos a su voluntad, asistir a la reunión de numerosos amigos que (...) tuvo lugar la tarde del mismo día. Por si algo se trataba de política, dejó plenos poderes a los Sres. D. Ángel Limeses y D. Teodoro Varela de la Iglesia, para que en su nombre manifestasen la más completa adhesión a la política iniciada por la izquierda dinástica, de la que es inspirador el Sr. Montero, como la más propia de la índole de los tiempos que corremos y que cree beneficiosa, por tanto, para la democracia sensata que se fija muy poco en las formas, porque no son más que un mero accidente, con tal de conquistar el dominio de la libertad, que es su ideal, por el reconocimiento de la soberanía nacional".

Fecunda labor literaria

Durante una decena de años, ya cumplida la primera juventud, el Sr. Crespo realizó una labor literaria extensa y fecunda. La época de apogeo de su producción literaria fue entre 1865 y 1878, con frecuentes visitas a las tertulias del balneario del periodista vigués Jaime Solá. Colaboró en los principales periódicos gallegos, especialmente con artículos políticos y sociológicos, relatos de ficción, crónicas de viaje, a través de los cuales puso de relieve su gran talento y su cultura extraordinaria. Los problemas más arduos y variados fueron tratados con gran acierto por su pluma. Fue colaborador del vigués La Razón, los pontevedreses La Opinión y El Diario, el orensano El Heraldo Gallego y también de periódicos de carácter progresista y gallegista como los vigueses La Concordia -donde escribió dos artículos titulados Los Catastros, sobre el reparto de las tierras-, La Oliva, El Miño y El Noticiero, dirigido por su amigo Solá. En El Diario de Santiago publicó el artículo La infancia, sobre la educación como base fundamental de las sociedades, porque es el orden y la paz, en el seno de las familias. "Es el mejor resorte y la mejor y quizás única palanca que impele a su perfección la vida moral de los pueblos -escribe-. No se puede descuidar la educación de la juventud, sobre todo ejerciéndola desde la niñez, que es la edad en que mejor se graban en la mente los buenos consejos. A los niños es necesario infundirles respeto y amor a su religión y a sus semejantes, porque esas dos virtudes serán siempre un freno suave que contenga los movimientos inconsiderados del instinto, y es menester también inculcarles la modestia y la templanza que les hará más llevaderas las privaciones del porvenir". En La Gaceta de Galicia, de Santiago, escribió dos artículos sobre el hambre en Galicia y otro titulado El patriotismo, en el que manifiesta que los gallegos importantes que están en Madrid desempeñando cargos políticos hacen muy poco por Galicia.

No solo fue un consagrado periodista de su tiempo, sino que también publicó varias novelas, de las que apenas se conservan ejemplares, como La loca de Guimarey y El Castillo de Briones -dos obras que bastarían para consagrarle entre los mejores novelistas españoles de fines del siglo XIX-, ensayos literarios, cuentos y crónicas, Los misterios de un roble o El carballo do norte. Realizó el Sr. Crespo, a través de sus escritos, elevadas campañas por la prosperidad y el enaltecimiento de Galicia. Tenía un estilo literario limpio y sucinto, en el que descollaban sus admirables dotes descriptivas.

La renuncia profesional, como maestra, de su mujer y el elevado número de hijos dejaron a la familia en una posición económica modesta y dependiente de los ingresos del padre, de tal manera que ninguno de los hijos -excepto Germán, que hizo la carrera eclesiástica completa en el Seminario de Santiago- hicieron estudios más allá de la escuela local. Uno de sus hijos, Roberto Blanco Torres, emigró a Cuba cuando tenía 15 años, donde vivían otros dos hermanos, Segismundo y Nuño, entra en contacto con varios intelectuales gallegos (Antón Villar Ponte, Ramón Cabanillas), en 1916 regresa a Cuntis, donde conoce al cura José Toubes, uno de los fundadores de El Ideal Gallego y empieza a desarrollar una amplia labor periodística; murió en Entrimo (Ourense) paseado el 3 de octubre de 1936. En 1999, la Real Academia Gallega le homenajeó en el Día das Letras Galegas.

Su mujer murió joven, en 1898, y Pedro la sobrevivió poco, pues falleció, tras una larga y penosa enfermedad, en 1905. Sus funerales fueron extraordinarios, pues todo el pueblo de Cuntis se unió al duelo. Sus hijos más pequeños quedaron a cargo de la vieja criada, Juana a Veana, y de las hermanas mayores.

Referencias a su tierra

Donramiro está presente en sus escritos, sobre todo en sus Ensayos literarios. En uno de estos relatos dice: "Una niña hermosa, que apenas contaba unos 17 años, estaba sentada sobre un montoncito de piedras a la entrada de un extenso campo, al fin del cual se halla una antigua capilla, o más bien una capilla medio arruinada, en cuyo centro brillaba una lámpara con débil luz y a cuyo resplandor rojizo podía divisarse apenas por una reja hecha en la puerta, la efigie de una virgen de Montserrat, colocada en el único altar que allí había". Es, probablemente, una referencia muy hermosa a la capilla de Donramiro. En esta obra también hay relatos dedicados a sus amigos de Lalín: "A mi querido amigo D. Plácido Goyanes Losada", "a mi bella amiga Ramonita González", "a la temprana muerte de la Señora Doña Dolores Crespo Pampin", "a mi amigo D. Miguel da Torre".

La mejor manera de honrar al Sr. Blanco de Crespo sería reeditar su obra Ensayos literarios, para que a través de este libro sus vecinos puedan conocer a este gran humanista, periodista y escritor, nacido en Donramiro.