Josefina Menéndez - Dueña del Pazo de Anzuxao

"El pazo nos ayuda muchísimo a la hora de dar a conocer la fábrica"

"Mi distracción es el jardín, sobre todo por la tarde, cuando se pone el sol"

Josefina Menéndez, ayer, en su pazo, en Madriñán.  // Bernabé/Javier Lalín

Josefina Menéndez, ayer, en su pazo, en Madriñán. // Bernabé/Javier Lalín

BLANCA PAZ - LALÍN

Los elementos que caracterizan a un pazo son: La chimenea -símbolo de la hartura-; los escudos -que contaban la historia de los linajes-; la solana, y las posesiones. El Pazo de Anzuxao los tiene y, además, su propietaria ha sabido conservarlos, pese a haber tenido que soportar un incendio en 2008. Hoy en día el edificio es símbolo de tradición y de modernidad. Está lleno de vida y de progreso, porque en él se alberga una quesería, un negocio familiar que encabeza la matriarca, Josefina Menéndez Vázquez.

-Retrotrayéndonos en el tiempo, ¿dónde nace su vinculación con el Pazo de Anzuxao?

-Yo soy de A Brea, en Fontao, pero me vine aquí por amor. El pazo era de mis suegros, pero tuvimos muchísimos problemas económicos, y mi marido y sus hermanos tuvieron que hacerles frente, y terminamos comprándolo. Al principio eran dos viviendas. Un hermano de mi marido se quedó con una parte y nosotros con la otra, pero al final, a base de trabajo y de esfuerzo le compramos su parte.

-Hace casi cinco años sufrieron un incendio. ¿Cómo afrontaron la rehabilitación?

-No fue nada fácil. Se quemó todo y nos costó mucho rehacerlo. No me gusta hablar de cifras, pero es muy costoso, porque tampoco puedes hacerlo como te de la gana, sino que debes respetar las exigencias de Patrimonio. Restaurar un pazo cuesta muchísimo y, además, nunca acabas de prepararlo.

-Costoso tiene que ser también el mantenimiento. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene vivir en una casona?

-El mantenimiento es mucho más caro, eso está claro. Pero hay otra libertad y otra tranquilidad. Mis hijos tienen piso, pero yo estoy cinco minutos en él y ya me quiero marchar. Aquí salgo a dar un paseo por el jardín y me distraigo mucho más.

-¿Cuál es su rincón predilecto?

-Me gusta mucho el jardín. Mirarlo, y colocar aquí y allí. Me ayuda un señor, sino no podría llevado. El pazo tiene trece hectáreas, y hay un pinar y un terreno donde cosechamos maíz. Mi distracción es el jardín, sobre todo por la tarde, cuando se pone el sol. Pero primero está la fábrica, claro, porque es la que me da el dinero (se ríe).

-Pazo y quesería parecen la simbiosis perfecta...

-El pazo nos ayuda muchísimo a la hora de dar a conocer la fábrica. Vienen muchas excursiones, y aprovechan para dar un paseo, conocer el pazo, y luego compran algún queso. Van hasta la pajarera, que le pusimos bancos alrededor; vienen y se sientan a comer. Hacen reportajes fotográficos... Una cosa va unida a la otra y eso nos vale muchísimo.

-¿Cómo surge la quesería?

-Mis suegros tenían vacas y, por complicaciones con el cambio de fábrica a la que le entregaban la leche, pensaron en hacer quesos. Yo lo que quería era trabajar y ganar dinero. Empezamos a hacerlos mi suegra y yo en una olla, hace ya 42 años.

-¿Cómo ve la salud de las casonas de la zona?

-Yo donde veo una piedra allá voy a mirar, porque me encanta. Es una pena ver cómo está alguno, pero restaurar un pazo cuesta muchísimo. La Casa Grande de Bendoiro me encantaba cuando era joven, y ahora quedó preciosa. Y hay otro yendo hacia Agolada que estaba lleno de maleza, pero tiene una piedra y una capilla muy bonitas.

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