Su apellido está unido a la hostelería y a la cultura desde hace tiempo en Lalín, pero ahora, también, en la capital de Galicia. El Kunsthalle ("sala de arte" en alemán), situado en la compostelana Rúa da Conga número 8, es un establecimiento donde lo gastronómico y lo cultural caminan de la mano para deleite de paladares exquisitos en los dos ámbitos. Carlos Montilla regenta el coqueto local junto a su socio David Barro sin perder de vista su tierra natal, a donde regresa de manera regular.

-¿Resulta rentable dedicarse a la gestión cultural con gastronomía y arte como reclamo?

-Yo creo que un espacio rentable si no buscas únicamente la rentabilidad de forma directa. La rentabilidad siempre surge a la larga y tampoco ni todos los espacios ni todos los proyectos de hostelería si le mezclas cultura. En mi caso, la rentabilidad llegó por asociarme, precisamente, con el mundo de la cultura. Hay un retorno en forma de presencia mediática, de publicidad, de prestigio, de reconocimiento en el exterior, etcétera, que muchas veces no se da conseguido. Hay una cosa clara: el 70 por ciento de las actividades culturales que se hacen en hostelería dan pérdidas. Entonces, tienes que estar dispuesto a renunciar a una parte de los beneficios generados en la hostelería para invertirlos en actividades culturales.

-¿Es partidario de que la cultura sea subvencionada?

-Creo que debería subvencionarse en algunos casos y debería de haber unas premisas para que sea subvencionable.

-¿Por ejemplo?

-Hablo de una trayectoria y nos resultados. La subvención a fondo perdido, como se vino utilizando aquí desde hace mucho tiempo en todos los sectores, al final es una de las causas que propiciaron el desmantelamiento de esos mismos sectores. Se tendría que poner en marcha un modelo mixto donde la Administración le de la oportunidad a la gente para saber cómo buscar una financiación privada. Festivales o compañías de teatro se encontraron de repente con que se cortó ayuda pública y no saben ni a dónde ir ni tampoco dónde llamar ni que existe la posibilidad de seguir generando actividad cultural al margen de las posibles salidas.

-¿Y cuál sería el método para poder alternar esas dos formas de financiación?

-Donde más se tienen que invertir es políticas de captación de públicos, de formación y de trabajo de espacios. Que la gente se habitúe a consumir cultura. Si ahora mismo hay muchos proyectos que no son viables es porque no llegan a un público necesario para que eso sea sostenible. Tú en un bar si tienes menos clientes de los que necesitas para vivir acabas cerrando. Lo que hay que buscar de forma educativa de que la gente se dé cuenta que asistir a eventos culturales es beneficioso.

-Pero nos hicieron pensar que la cultura es gratis...

-Ese es otro problema. Durante mucho tiempo se subvencionó no sólo a la propia cultura sino que se facilitó un acceso gratuito a todas las actividades culturales y a la gente le sigue costando hacerse a la idea de que para ver cultura tiene que pagar.

-¿Cambiar Lalín por Santiago fue algo natural para usted?

-Sí, pero fue un salto progresivo. Realmente, yo en Santiago llevo viviendo y compaginándolo con Lalín desde hace unos ocho años. Las cosas pasaron de una forma natural y nunca busqué que sucedieran como sucedieron finalmente. Creo que lo sucedió es que fueron abriéndose puertas de forma paulatina, aunque para mi el riesgo estuvo en abrir la mayoría de las puertas que se me plantearon. Muchas veces, el miedo te agarrota porque no sabes qué va a pasar y te limita en cuanto a crear tus propios proyectos, pero insisto en que en mi caso particular todo fluyó de manera natural y paulatina hasta llegar a la actualidad.