Oírlo hablar del Camino de Santiago es una delicia. Manuel Balo inició la Ruta Jacobea casi por casualidad hace ya doce años y sólo ha faltado dos veces a su cita con el Camino, por lo que cuenta los días que le faltan para volver a empuñar su bastón y repetir una experiencia que en su caso trasciende lo meramente espiritual. Este antiguo empleado de banca silledense acumula miles de kilómetros en sus piernas siempre con la catedral de Santiago como destino, y guarda como oro en paño las numerosas fotografías que recuerdan su paso por las diferentes vías que llevan a la Praza do Obradoiro.

–¿Cuándo decide hacer su primer Camino de Santiago?

–A mi me prejubilaron y, después, mi hija la del medio terminó la carrera. Un día me propuso hacer el camino y acepté a la primera. Esa vez, la primera, lo hicimos desde Pamplona, aunque nuestra intención era hacerlo desde Roncesvalles pero nos coincidió con una huelga de autobuses. Eso fue en el año 2000. Entonces, llegando a 20 kilómetros de Logroño fui a misa y un cura me dijo que para el año volvía. Efectivamente, regresé y repetí una decena de veces.

–Los expertos en el fenómeno jacobeo dicen que existen muchas razones para convertirse en peregrino a Compostela. ¿cuál fue la suya?

–Es una fuerza que te empuja, pero que no sé explicar. Y últimamente me impulsa a hacerlo en solitario. Tenía pensado volver al Camino este año, pero mi problema con la dentadura postiza me limita a la hora de alimentarme y es como si te faltase algo.

–¿Cuánto tiempo suele invertir en hacer el Camino de Santiago a pie?

–Depende. El último que hice, desde Sevilla, fueron 29 días. Hice muchas rutas, pero me falta la más fácil, que es el Camino Portugués e ir hasta Fisterra. Lo tengo ahí y me gustaría poder hacerlo algún día.

–¿Cuál fue la ruta que más le gustó de todas las que completó?

–Sin duda, la Vía de la Plata. Es en la que me pasaron muchas cosas increíbles. También hice cuatro veces el clásico que comienza en Roncesvalles, pero es más turístico. La Vía de la Plata es más recogida y, también, el del norte desde Irún.

–¿Cómo hay que prepararse para poder cubrir un recorrido tan grande a pie?

–Tres meses antes tienes que meterte diez o quince kilómetros diarios y siempre con las botas que vas a utilizar en la caminata. Según dice la guía, debíamos de andar con una mochila para adaptarla a la espalda, pero yo no puedo. Además, en mi caso, cargo demasiado la mochila porque todo me es poco, todo me hace falta.

–¿Es cierto que en el Camino de Santiago se hacen amistades duraderas?

–Sin lugar a dudas. Yo hice amigos de Australia, de México y tengo un amigo valenciano con el que hice tres Caminos con él, el primitivo, del de Sevilla y el norte. Con mis hijas lo tengo hecho desde aquí, pero mi mujer nunca quiso venir.

–¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de su periplo como peregrino jacobeo?

–Me pasó algo en Fuente de Cantos, provincia de Badajoz, muy curioso. Salí por la mañana del albergue y me tropecé con un enorme mastín blanco y de pelo corto. Al ver que me asusté, el perro se apartó de mi un metro, más o menos. Pensé que no me iba a dejar salir porque la cancela estaba cerrada. Cuando volvía al albergue, y me disponía a abrir la puerta del albergue, el perro me echó la boca al brazo. Sentí los dientes en el hueso y creo que incluso llegué a chillar. El perro me tiró por el brazo y me llevó hasta la cancela, me soltó, y él pasó por debajo al otro lado. Se sentó fuera y cuando me vio salir se puso a dar saltos de alegría. Anduvo delante de mi durante siete kilómetros. Le dije que volviera, pero no me hizo caso. En ese momento, algo me dijo que el camino lo iba a hacer solo. A los cinco o seis días, llegué a un cruce de caminos sin saber qué hacer. De repente, en el medio del camino vi una pisada fresca que seguí, encontrando la señalización que buscaba. En cada cruce que encontraba aparecía la pisada. Fue como una señal porque lo curioso es que sólo era una pisada. No recuerdo si era la derecha o la izquierda, pero yo digo: ¿Por qué sólo había una pisada si lo normal es que un peregrino deje dos huellas?

–¿Qué supone para un católico como usted completar el Camino y llegar a Santiago?

–La Praza do Obradoiro me parece normal siempre que la visito. Ahora que cuando llegas de hacer el Camino, tanto la catedral como la plaza se ven de otra manera. No sé. Siempre asistí a la misa del peregrino al día siguiente de mi llegada porque normalmente llego a Santiago después de que tuviera lugar.

–¿Tiene pensado volver al Camino el año próximo?

–Eso espero. Volveré a ir solo porque siempre te encuentras con gente durante el recorrido.

–¿Qué es lo que no le gustaría repetir?

–Lo que me pasó el año pasado en Almadén de la Plata, subiendo el Monte del Calvario. En la ascensión me dio un mareo y creí que ya no podría seguir. En la bajada sentí como de repente había desaparecido el cansancio y pude continuar.

"Llegó un momento en que creí que Caixavigo era mía"

–¿Qué opinión le merece la fusión de las cajas gallegas y la posterior conversión en banco de Novagalicia?

–Si te soy sincero, no sé. Ahora voy a la oficina y casi no conozco a nadie. Que yo recuerde, sólo queda uno de los que trabaja conmigo, que es el director. No creo que la entidad tenga un futuro incierto porque siempre fue solvente. Lo que pasa es que pasaron muchas cosas juntas.

–¿Comparte la opinión de los que dicen que la transformación en banco supone dejar de ser una entidad bancaria gallega?

–No lo creo. Le pasará como le pasó al Banco Pastor, que lo sigue siendo aunque esté fusionado al Banco Popular. No creo que eso influya para nada.

–¿Sigue yendo por la oficina desde su prejubilación?

–Sí, claro, pero te desanimas porque antes tenías a aquellos compañeros de toda la vida con los que comentabas todo tipo de asuntos. Ahora no tienes casi roce con nadie de los que están allí.

–Usted pertenece a aquellos empleados de banca que empezaron desde abajo y siendo aún adolescentes. ¿Cómo recuerda aquella época?

–Yo entré a los 13 años, de pantalón corto, y de botones. Antes entrábamos todos así. Estuve tres años cobrando una propinita y nada más. Antes, el que quería aprender un oficio le tenía que pagar al maestro, y en la caja sucedía algo parecido. Yo no pagaba nada pero tampoco me pagaban a mi. Lo que hice fue aprender. Después fui pasando por diferentes etapas. Llegó un momento en que creí que Caixavigo era mía. Tengo estado en Fin de Año trabajando hasta las cuatro de la mañana, mientras el resto de la gente celebraba la fiesta. Después te venía el sobrecito del aguinaldo con el que te compensaba la empresa. Hoy en día eso es impensable, ningún compañero te trabaja en Nochevieja.