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Surrealismo, superación y remontada

El Pontevedra levanta dos goles a Osasuna Promesas en un final heroico | Control total sin gol, aturdimiento tras el descanso, empuje de la grada y un empate, con el dulzor de la gesta y el amargor de la ambición desmedida

Resende corre a por el balón tras el 1-2. |  Gustavo Santos

Resende corre a por el balón tras el 1-2. | Gustavo Santos / Gustavo Santos / Gustavo Santos

Pontevedra

El fútbol es mucho más que un deporte. Se puede comprender desde la emoción y la belleza del mismo o se puede descomponer en piezas de un rompecabezas imperfecto condenado a recomponerse. No son las únicas formas de entenderlo, es cierto, sin embargo, ayer, ambos equipos quisieron hacer de la jornada una epopeya surrealista donde varias realidades se fueron solapando sobre el césped.

El total de aristas de los más de 105 minutos de trama se asimila más a un electrocardiograma que a la clásica obra lineal. Domíguez y Castillejo, los estrategas, apostaron por cambios en sus onces.

Presiones muy altas por ambos equipos, ritmo frenético y ausencia total de templanza marcaron las líneas narrativas del primer «subpartido». Quince minutos de juego enajenado en que errores groseros como la cesión de Yelko a Marqueta no fueron convertidos en castigos o alegrías en el luminoso. El maño, cumplidor en lo exigido, repelió el disparo indirecto a bocajarro desde el área pequeña con una intervención propia de un portero de fútbol sala.

Del ataque emocional, no cardíaco, para ese se reservaría el final del choque, llegó el tanteo parado y trabado entre fuerzas. Interrupciones, poco dinamismo del juego y un metrónomo expectante por ver quién marcaba el compás de juego. Fueron los granates quienes lo pusieron en marcha.

El grito de gol sordo se disipaba en el aire del estadio. Mucha intención del equipo local de abrir la lata, muchos intentos de todos los jugadores del frente de ataque, Tiago, Abelenda, Selma, Alain, Álex González; ninguno transformaba las oportunidades posibles en tantos anotados. Esa nueva arista, cargada de un pensamiento de dominio sobre el rival, el cuál pese al desacierto grana, se mantenía muy compacto y activo en la fase de repliegue, mantuvo en vilo a los asistentes durante todo el descanso. Entre la ansia y el gozo pasajero. Así estaban los hinchas en el entretiempo con su equipo al que solo el gol, no la intención, la acción de enviar al fondo de las mallas, les estaba privando de llevar la voz cantante.

Osasuna saltó al verde tras el descanso dispuesto a tener esa mordida ausente y abrir una nueva dimensión futbolística. El Pontevedra, temeroso y aturdido, no se esperaba el buen hacer de los volantes pamplonicas, que pasaron de ser jugadores controlados a los causantes del desequilibrio. Pedroarena, acelerado hasta límites insospechados, le tomó la medida a su marca, Garay, y en un tardío despeje del rosarino, el ‘11’ dio el primer zarpazo navarro. No fue el único que contó con ambos protagonistas, ya que minutos después, con la exaltación por el marcador favorable y la rabia de verse superado en números y no en juego, los pupilos de Castillejo aumentaron la distancia. Garay perdió la marca y Jon García, previa asistencia del primer goleador, acercaba la victoria a Tajonar.

Vacío existencial, iracundas ganas de sobreponerse y mucho ímpetu contenido. Las claves de la mística que Rubén Domínguez y los suyos fueron capaces de mostrar en los diez minutos finales y los catorce de prolongación.

A todo jugador que pudo sumar al ataque, no dudó en que entrase para sumar. Resende hizo creer a Pasarón con el primer gol a falta del eterno descuento. Las garras afiladas y el hambre de heroicidad hicieron el resto. Si hubiesen podido hasta los aficionados de Fondo Norte hubieran ido a rematar cada balón. Vidorreta, de los pocos jugadores defensivos con la casaca granate, restauró el empate ante el loquero de Pasarón. No hubo espacio para más pese a las repetidas tentativas de victoria.

El caprichoso tiempo hizo del último tramo de veinte minutos, el vaso medio lleno por anhelar rascar un punto y el vaso medio vacío por haber mirado a la victoria directamente a los ojos.

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