Las sonrisas regresan a Pasarón
El Pontevedra vuelve a ganar como local después de dos jornadas sin hacerlo gracias a los goles de Alain Ribeiro y Brais Abelenda, goleadores también en O Couto | Garay reapareció tras cuatro fechas de baja por su lesión facial

Brais Abelenda festeja el tanto de la victoria / Gustavo Santos / Gustavo Santos
Los aplausos después del pitido final sonaron diferentes. La exaltación del colofón final con el Cacereño y la sensación de apoyo incondicional del Tenerife seguían allí. El lado izquierdo del marcador, por primera vez este curso, resplandecía más que el derecho. El Pontevedra amarraba los tres puntos en Pasarón ante las casi 2.700 gargantas en una mañana con inicio apático, un chute de confianza, una cesión ante la autocomplacencia y un puntillazo de tres puntos.
Puntual, a las doce de la mañana, González Páez dio los lápices a los 22 futbolistas para que comenzasen a crear. El primer cuarto de hora, salvo algún esbozo de Víctor Eimil, brillante en su papel de falso carrilero, dejó mucho que desear. Timidez colectiva y falta de rebeldía en una fase de tanteo, habitual en todos los choques, que se extendió más de la cuenta.
El remate aéreo de Montoro que Jaime González blocó sin apuros sirvió para afilar esas minas imprecisas. La tormenta e ímpetu con balón, señas de identidad del romanticismo, unidos al sentimiento patriótico de defender el fuerte de las garras del enemigo, también característico de esa época, inundaron a los granates. Las ideas se transformaron en letras, Yelko Pino y Tiago, brillantes nexos de unión en el juego por dentro, infundieron en sus compañeros los conocimientos gramaticales necesarios para escribir un partido con sentido. Alain Ribeiro, poco creativo hasta la fecha, aprovechó el acierto de sus dos compañeros para, con su pie derecho al palo largo, escribir «Gol» antes del descanso. El descaro del sopelotzarra en el descuento pudo traer una segunda línea con el rechace bien aprovechado de Vidorreta, mas el asistente primero, y el árbitro principal después, despojaron al Pontevedra de poder hablar en plural, poder hablar de goles.
Volvieron los mismos veintidós novelistas hidratados ante el intenso sol cenital que asolaba el feudo lerezano. Los blanquiazules usaron el sacapuntas en el vestuario y con el segundo acto de la obra comenzando, así lo demostraron.
Los hombres de Rubén Domínguez aparentaban haberse olvidado los estuches en las entrañas de Pasarón los primeros veinte minutos y las líneas talaveranas comenzaron a trenzarse. Víctor Eimil tentó a la suerte y su patada fortuita en el rostro de Edu Gallardo pudo cambiar la narrativa, así lo solicitaron los manchegos al árbitro. González Páez no aumentó su castigo inicial: amarilla al villalbés, posible roja perdonada al Pontevedra. De derecha a izquierda, con un espléndido Valen Gómez, los hombres de Diego Nogales sabían que las palabras terminarían brotando y nada más lejos de la realidad. Con un aviso de por medio, el extremo toledano gritó el empate con un centro perfecto que David Cuenca transcribió a la perfección.
Restarían veinte minutos para ver qué literato era mejor. Un folio que afrontaba sus renglones finales y que solo la osadía de un vanguardista determinaría al ganador. Fue Abelenda, desde la frontal, quien reescribió el resultado con algo de fortuna. El dubrés asestó un golpeo con determinación, pasó por un hueco entre los zagueros y llegó al fondo de las mallas. «2-1» se leía sobre las cabezas de los fondos. Que en un párrafo de poco más diez minutos se estrenaban en casa, entendieron cuerpo técnico, jugadores e hinchada. Palabras sueltas con balón y pocas señales claras de cara a puerta para ambas escuadras de redactores, notablemente afectados por el cansancio físico y las altas temperaturas. No hubo más arrebatos escritos, no hubo más giros argumentales. Tres pitidos pasados el minuto 96. Sin rastro del punto final, solo puntos suspensivos. Tres puntos pensados, escritos y sumados íntegramente en Pasarón.
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