Un punto que no adquirirá magnitud real hasta el final. Tanto, y a la vez, tan poco. Quien sabe si valioso. Quien sabe si insuficiente. Solo las siguientes pruebas dictaminarán si el Pontevedra logró un botín valioso o perdió una oportunidad pintiparada.

El equipo granate se quedó a medias ayer. Sumó una igualada en casa contra el Guijuelo en un partido que por fútbol y ocasiones mereció perder, pero que no aprovechó el contexto propicio para comenzar a agarrar ya con una mano la permanencia.

Fue una sensación agridulce. Porque el bloque lerezano comenzó ganando y puso el prólogo al partido con la ocasión más clara del choque, que Añón no acertó a colocar entre palos. Pero antes y después del gol granate, el Guijuelo fue quien puso el mejor fútbol y las llegadas más claras. Con quien no contaba la escuadra chacinera era con Edu, que apareció puntual a cada llamada de socorro para salvar a los suyos y evitar una verdadera avería.

Pronto comenzaron avisando de lo que sería el choque los pupilos de Jordi Fabregat. En una rápida combinación en la frontal del área, Luque estrellaba el esférico contra la cruceta. Era el minuto dos.

La salida del Pontevedra preocupaba. Y más lo hizo cuando, poco después, el equipo blanquiverde le pilló descolocado en una contra. Pacheco, que debutaba en liga, no pudo cortar un centro desde la izquierda ante la presencia de Gavilán y la pelota le cayó a Juanra, que fusiló al meta. Pero Edu sacó una mano prodigiosa y negó, por segunda vez en pocos instantes, el gol al Guijuelo.

El bloque lerezano estaba asustado. Se sentía favorito y sabía que debía ganar para evitarse más agobios innecesarios en los últimos choques y afrontar estos envites con tranquilidad. La dinámica positiva. Todo parecía ir de maravilla. Pero el Guijuelo sabía muy bien lo que tenía que hacer.

Con tres centrales y dos carrileros, el Pontevedra se desangraba por dentro. Kevin Presa quería multiplicarse para dar salida de balón y estirar al equipo en profundidad, pero no daba para todo. Álex Fernández estaba demasiado solo. Entre líneas, Mouriño y Añón no encontraban su sitio. Y así, el fútbol brillaba por su ausencia.

Pese a ello, poco a poco los locales fueron minimizando el empuje foráneo. El choque estaba más igualado. El respeto reinaba. El bloque chacinero seguía buscando los balones a la espalda de la defensa, pero la lectura del Darío Flores hacía que los suyos pareciesen más resguardados.

Sin ideas

En ataque, las ideas seguían sin aparecer. Faltaba profundidad por bandas y tan solo en las pelotas milimetradas desde atrás del zaguero charrúa se hacía la luz. En una de esas salidas en largo bien proyectadas, Kevin Presa controló en la derecha y metió el balón al área. Allí, Éder apareció para rematar en semifallo. Antes, el punta vasco había cabeceado mal un envío a balón parado de Álex Fernández.

Fueron las dos únicas llegadas de un Pontevedra espeso, que acabó afiliándose con la suerte al final del primer acto, cuando Pepe Carmona remató tras una diagonal y el balón se fue a córner con suspense, tras tocar en un granate.

El descanso fue lo mejor que le pudo pasar al Pontevedra. Luismi movió ficha y volvió a la defensa de cuatro para ganar más ayudas por fuera y a la vez, reforzar al equipo en el centro del campo. David Castro dio solidez y profundidad, pero el acierto seguía sin aparecer.

Sin embargo, quien más falló fue Kike Royo. Álex Fernández colgó el esférico en una falta lateral. El meta despejó mal de puños y la pelota quedó sin dueño para que Goldar, el más rápido, aprovechase la descolocación del portero para introducir el cuero en la meta.

La situación era ideal. Sin hacer nada del otro mundo, el Pontevedra mandaba. Pero el Guijuelo no le perdió la cara al encuentro y poco después, su empuje tuvo, por fin premio. El lateral Kevin, demasiado suelto, encaró a Juan y el lateral cometió penalti. Jonathan Martín no falló y acabó con el optimismo granate.

Entonces el choque entró en el descontrol. El Pontevedra quería, pero no podía. Y el Guijuelo también se iba hacia arriba porque olía sangre. Apareció, de nuevo, un Edu gigantesco. El meta le ganó la partida en dos ocasiones muy claras a Gavilán y mantuvo con vida a los suyos, que pudieron llevarse el premio gordo en la última del partido. Pero Añón mandó al limbo la pelota y dejó vigente un empate que sabe a poco y, a la vez, a mucho. Porque pudo ser peor.