No fue un día cualquiera en la historia del Celta. Un muchacho de Moaña dejó atrás en la tabla de goleadores históricos del club a dos mitos como Gudelj y Hermidita para añadir un nuevo episodio a la apasionante historia que comenzó a escribir hace casi diez años en el Helmántico de Salamanca cuando Alejandro Menéndez le dio la alternativa. Iago Aspas, autor de tres goles en el segundo partido de este curso en el que jugaba como delantero referente por la ausencia del sancionado Maxi, sepultó al Sevilla en una vibrante segunda parte que vuelve a insuflar oxígeno a las aspiraciones europeas del Celta y recuerda de paso lo ridículo del debate sobre la presencia del delantero gallego en la lista definitiva de Lopetegui para el Mundial de Rusia. Solo un ciego o un malintencionado puede negarle al céltico ese privilegio, ganado en tardes como la de ayer en la que con espacios para correr hizo añicos el sistema defensivo de un Sevilla completamente desarbolado después del descanso. Su descomunal actuación también supone una pequeña venganza personal frente a un equipo que no tuvo la intuición o la valentía de darle el protagonismo que merecía. Una decisión que en Vigo agradecen los aficionados todas las noches antes de acostarse.

Balaídos acabó la tarde convertido en algo parecido a una discoteca un domingo de madrugada, pero nada invitaba a pensar en eso viendo el arranque del choque. El día resultó complicado para el Celta, superado en el primer tiempo por el buen criterio y el orden de los andaluces. Resistieron los de Unzué en gran medida por el comportamiento de Sergio Alvarez. El de Catoira ha vuelto a demostrar que tiene más vidas que su propio apodo y cuando nadie le esperaba ha recuperado su sitio en el equipo. Su comportamiento de ayer parece garantizarle más tiempo en el once titular y reivindica su figura, la del futbolista que nunca desespera. Antes del descanso, cuando más apretaban los andaluces, resolvió tres acciones importantes: dos ante Sandro y la última frente a Ben Yedder que seguramente habrían cambiado mucho el aspecto del partido. Pero lo que salvó Sergio no pudo hacerlo Soria en la otra esquina del campo. Aunque el Celta amenazó sin demasiada consistencia (Pione y Brais, novedad en el once, fueron los que pusieron más pimienta en el ataque vigués) sí tuvo la fortuna de convertir en su primera llegada clara. Una sucesión de calamidades sevillistas que acabó con el gol en su portería tras un despeje de Soria que Arana introdujo en su propia portería.

El gol lo cambió todo tras el descanso. Una inyección de autoestima en una caseta; una montaña inabordable en la otra. La segunda parte fue como un viaje en el tiempo para el Celta que recuperó muchas de las características que le hicieron reconocible en las últimas temporadas. Presión y velocidad en las transiciones para dejar al Sevilla con el molde. Lobotka y Pablo Hernández (otro de los jugadores que ayer reclamaron a gritos más protagonismo) se tragaron al medio del campo de los andaluces. Y a partir de ahí, pura electricidad. Cada robo era una ocasión. Culpa de la facilidad de Iago Aspas para encontrar espacios entre los defensas del Sevilla y de sus compañeros para habilitarle. En ese papel brilló especialmente Brais Méndez. El de Mos ya es uno de los indiscutibles grandes patrimonios del equipo vigués. Entró de puntillas en el vestuario profesional sin olvidar nunca cuál era su papel ni la fase de aprendizaje en la que se encontraba. Dio pasos pequeños sin hacer ruido, tuvo la humildad para jugar un día en el Camp Nou y al siguiente pelear con honestidad en Barreiro junto a sus compañeros del filial. Detalles que han ido moldeando al futbolista actual. Hace una semana se estrenó como goleador en Primera, ayer jugó un partido soberbio, mañana ya veremos de lo que es capaz. Brais y Pablo Hernández asfaltaron el camino por el que luego Iago Aspas irrumpió para abrir en canal a un Sevilla petrificado.

En ese segundo tiempo el delantero moañés ofreció un curso acelerado de movimientos dentro del área, de intuición, de velocidad en la ejecución y de picaresca. En el segundo gol cruzó con precisión tras un movimiento para quitarse de encima a su marcador; en el tercero aprovechó el error en la salida de Soria para anotar con la frialdad de un veterano; y en el cuarto encontró un rechace tras una jugada bien trenzada con Brais. Tres goles. Todos con la pierna derecha de un zurdo genial.

Aspas fue el estilete de un equipo dinámico y atrevido, que robó el balón veinte metros más arriba de donde suele, que no malgastó pases y que se comportó con una verticalidad pocas veces vista esta temporada. Lo dicho, un viaje en el tiempo, a ese en el que el Celta convertía los partidos en una locura tan peligrosa como deliciosa. Un equipo que durante demasiado tiempo de esta temporada daba la sensación de jugar sin alma, ayer se abrazó a esa electricidad que conecta el campo con la grada. Y el Sevilla no pudo abrir la boca ante lo que se le vino encima en ese segundo tiempo.

El Celta ganó con justicia en un día que sirvió para la reivindicación. La colectiva y la individual de un puñado de jugadores. En la extraña pelea por jugar en Europa (demasiados equipos enzarzados en un mundo de cábalas) las acciones del equipo de Unzué vuelven a aumentar ligeramente su cotización. La meta sigue estando lejos, pero en una de sus primeras finales de la temporada el equipo respondió de la mejor manera posible. Lo hizo a lomos de un delantero de otro tiempo.