Para cerrar un fantástico 2016, triplete del Madrid y "hat-trick" de Cristiano Ronaldo. Cuando todo fallaba, cuando el sudor frío recorría el cuerpo del madridismo ante la posibilidad cierta de un patinazo mundial, el portugués engrasó su bota de oro. Primero para frenar la crecida del Kashima, que se había puesto por delante de forma insospechada. Y, ya en la prórroga, con dos chispazos casi con la batería a cero. Así, con esa dosis de incertidumbre, el Madrid consiguió valorar un título que se daba por descontado desde que cayó la Undécima. Ni siquiera hizo falta el gol agónico de Sergio Ramos, que pudo jugar la prórroga por la gracia del árbitro de Zambia, otra nota colorista del Mundialito. Sikazwe no necesitaba de la ayuda del vídeo para saber que la entrada de Ramos en el 89 suponía la tarjeta roja al hombre de moda del Madrid.

Hasta el minuto 44, el guion de la final se desarrolló más o menos según lo previsto. El Madrid arrancó con las orejas tiesas, se puso pronto por delante y se dedicó a contemporizar, a la espera del golpe definitivo. Parecía pan comido para el campeón de Europa, muy superior a un Kashima tan aseado como inocente. Tan fácil lo vieron los madridistas que, pasado el primer cuarto de hora, levantaron el pie del acelerador.

Con un puñado de jugadores con buena técnica individual, el Kashima no renunció a llegar al área de Navas combinando. Allí, a la hora de la verdad, se diluían sus buenas intenciones. Y en cada contra del Madrid se exponía a recibir el segundo. Pero ni a campo abierto ni a balón parado, donde la superioridad física blanca era evidente, se tradujo en goles la autoridad madridista. Hasta que, al borde del descanso, la relajación defensiva del Madrid permitió a Shibasaki igualar el partido.

Los madridistas se miraban atónitos, como si el "jet lag" hubiese degenerado en una pesadilla antes de Navidad. Hacía mucho tiempo que un equipo europeo no se veía en un apuro semejante en la final del Mundialito. Quedaba mucho para solucionarlo. Hacía falta calma y meter revoluciones. Nadie mejor que Lucas Vázquez, que entró en el área como un tiro y fue atropellado por Shuto. Fue un penalti tan evidente que Sikazwe no necesitó apoyarse en el VAR. Era un punto de inflexión, de esos que sacan a Cristiano Ronaldo del anonimato. Su ejecución fue impecable.

Por un momento pareció que los japoneses perdían la compostura. El saque de centro degeneró en un robo de Cristiano, que obligó a lucirse a Sogahata. Con pocos espacios, Zidane prefirió a Isco para la carga final. Con orden y un buen portero, el Kashima aguantó el tirón. Y en los últimos minutos al Madrid le entró el tembleque. Destensados, los jugadores japoneses rompieron a jugar y obligaron a Navas a evitar lo peor por dos veces. El desconcierto blanco era tal que Ramos cometió una falta de tarjeta, pero al árbitro se le encogió la mano cuando ya echaba mano al bolsillo.