Fue el año 1976. El eco del "Hai que roelo" cada vez resonaba menos en una ciudad que veía como su equipo disputaba sus partidos en la tercera división nacional y una generación de futbolistas que habían crecido viendo al Pontevedra en Primera vestían ahora orgullosamente la zamarra granate que tanto habían soñado portar en su juventud. Lo hicieron, eso sí, en una categoría muy distinta.

Tras una temporada que arrancó no de la mejor forma, el Pontevedra cuajó una segunda parte de liga de auntético récord para ir poco a poco recortando puntos con los equipos de la parte alta de la clasificación, llegando a la última jornada de liga en casa con la posibilidad de ascender a Segunda División en sus manos.

Lo hicieron, entre otros jugadores, gente como Sánchez, Tuto, Canosa, Santos, Vavá o Luis Rivas. Era un Pontevedra muy compacto, sin estrellas que brillasen por encima del resto y bajo la batuta del entrenador Lalo. El Barakaldo se presentó como la oposición a su ascenso, un equipo rudo y compacto típico del País Vasco, pero que precisaba del tropiezo lerezano en la última jornada ante el Lemos para ascender matemáticamente al tener el golaverage general perdido con los de Pasarón.

Dos integrantes de aquel equipo como son el lateral Tuto y el delantero Rivas estuvieron con FARO para recordar lo que fue ese ascenso de 1976 y la temporada que le sucedió en la categoría de plata del fútbol español. Quien fuera el nueve de aquel equipo, Luis Rivas, recordaba que "ese partido el Lemos lo jugó muy bien pese a ser un equipo descendido. Lo que se cuenta es que venía primado y que había un millón de pesetas por ahí para que nos ganasen en Pasarón. Estábamos todos nerviosísimos porque solo nos valía ganar y sin embargo el Lemos jugaba tranquilo porque no se jugaban nada. De hecho se decía que si ese partido no fuera el final y no hubiera tanto en juego, a lo mejor el Lemos se llevaba cuatro goles".

El choque arrancó con una singularidad, y es que la tienda "Deportes Campeón" había cedido para la ocasión una pelota de color rojo para su disputa, un regalo que a la postre resultó envenenado como recuerda el propio Tuto. "Era un balón nuevo que botaba como un conejo y si hacía algo de viento se iba para todos los lados y no había manera de dirigirlo". Finalmente al dolor de cabeza derivado del esférico se le puso solución tras el descanso, con el cambio por un cuero de parches blancos y negros como los habituales.

Pese a los nervios locales, el balón rojo con el que se jugó la primera parte y las primas al equipo visitante, el Pontevedra ganó. Lo hizo por la mínima y de penalti pero el ascenso pudo consumarse en el campo y un estadio de Pasarón repleto saltó en masa al campo para abrazar a sus ídolos. "Llegamos nosotros una hora y cuarto antes al estadio y en Pasarón ya no cabía nadie", recuerda Tuto, quien ruborizado y entre risas confiesa también una anécdota del momento de la avalancha de aficionados tras consumar el ascenso. "Saltó todo el mundo al campo y vino un tío por atrás, yo me giré y él me dio un beso en la boca, ¡era Ino!" (recordado personaje infaltable en las tardes de Pasarón y que se ganaba la vida vendiendo lotería).

Fortaleza del grupo

La clave de aquel equipo residía en la fortaleza y la unión del grupo. "Había un muy buen compañerismo, siempre estábamos junto a diferencia de lo que ocurre ahora en muchos equipos, y siempre hubo mucha unión y sentimiento de pertenencia al grupo. El masajista Castro Ruibal fue una persona clave para unir al grupo, si había algún problema siempre acudía él para solucionarlo", rememora Luis Rivas. Y esa unión todavía sigue vigente en la actualidad pese al tiempo y hace que integrantes de plantillas de muchas generaciones diferentes en el club se reúnan año tras año en Portonovo para una comida en la que recuerdan etapas anteriores.