"Trampolín o tobogán", pronosticó Antonio Mohamed de su primera aventura europea. El entrenador argentino se desliza ya de regreso a América, seguramente dolido, aunque con el orgullo intacto. Se marcha decimocuarto, a cuatro puntos del descenso y seis de los puestos continentales; con un equipo atrancado, sin prometedoras señales de crecimiento, pero tampoco en descomposición. Podrá argumentar que le quedaba margen de maniobra en la previsible gira por los medios de comunicación al otro lado del Atlántico. Carlos Mouriño y sus ejecutivos han decidido que nunca iba a aclimatarse a esta orilla.

Mouriño ha actuado con el hermetismo que exige a sus principales colaboradores y que él maneja como nadie. Son esos silencios presidenciales que nadie se atreve a interpretar, pero paradójicamente más elocuentes que sus parlamentos. En la junta general de accionistas respaldó con firmeza a Mohamed. "Dentro de su aprendizaje, él tiene que amoldarse a un país distinto, a unas situaciones distintas y a un tipo de prensa diferente a la del país de donde viene. Y eso lo está haciendo poco a poco, igual que con el equipo", declaraba el pasado martes. La derrota ante el Real Madrid, con un equipo intermitente una vez más pero combativo, no explica el despido. En realidad, Mohamed ha sido un muerto andante durante las últimas semanas sin que ni siquiera él mismo lo supusiese. "Deadman walking", había susurrado el presidente, mientra se solucionaba su sustitución.

Así que el divorcio resulta tan esperado en su resolución como sorprendente en su desarrollo. Mohamed y su nutrido cuerpo técnico (Gustavo Lema, Julián Tartaglia, Carlos Massa, Claudio Kenny y Julio Hezzeno) no podrán despedirse de media plantilla, de viaje con sus selecciones -tampoco del banquillo de Balaídos, sancionado como estuvo ante el Madrid-. Mohamed había dirigido el entrenamiento de la mañana, sin ninguna señal de que fuese el último. El club anunció por la noche que se había acordado la disolución contractual y en rápida sucesión, que su sustituto, Cardoso, sería presentado esta mañana en A Sede y ya empezaría a trabajar por la tarde.

Concluye así de forma abrupta una historia de inicio épico, con Mohamed plantándose en España para convencer al Celta de que lo eligiese a él por delante de Cardoso y García Junyent en el casting de entrenadores. A Mouriño le sedujo el carisma que distinguió en Mohamed. Añoraba esa chispa contagiosa de Berizzo, atenuada hasta extinguirse con Unzué. Ahora, sin embargo, regresa al método científico que también representa Cardoso.

El relato de Mohamed se escribe a vaivenes, en gran medida porque el entrenador le dijo a la directiva céltica aquello que ellos querían escuchar antes de haber decidido en realidad cuál iba a ser la ruta de su proyecto. Mohamed ha jugado con todo tipo de dibujos, al contragolpe y al ataque, a presionar alto y a guarecerse atrás. Hasta el partido contra el Atlético pareció que era un astuto pragmatismo. Después el juego se ha ido deteriorando hasta revelarse como desorientación. Mohamed ha insinuado que le faltaban piezas en la plantilla, como extremos natos. A mediados de noviembre seguía hablando de aprendizaje en muchos aspectos. Son interferencias y distonías que también han pesado.

Son varios los jugadores que habían deslizado su incomprensión de los sistemas de trabajo de Mohamed. Un técnico que construía las alineaciones tras radiografiar al rival o por prolongar lo último que había funcionado, con un discurso aseado; pero sin la complejidad metódica que se exige en una liga de tan elevado nivel táctico como la española.

Mohamed no deja en Vigo grandes heridas ambientales. En el club destacan su carácter agradable y su esfuerzo. Y el vestuario mantiene su cohesión. La plantilla aprecia que intentase premiar a quién mejor rindiese en cada instante y su ausencia de dobleces. En el entorno chirría si acaso que convirtiese a Roncaglia en su hombre de confianza. Desde el principio manifestó el embeleso por su compatriota y no ha dimitido de él pese a que el rendimiento del central no le ha correspondido. El sector de la afición que pedía su destitución lo ha hecho con más practicidad que furia, con la resignación de que no iba a cuajar un entrenador que había despertado emoción e incluso entusiasmo.