El fútbol es el único deporte en el que muy a menudo el juego contradice de forma descarada al resultado. Hay otros factores, al margen del marcador, que sirven para evaluar un equipo o un partido. Hace unos días el Celta logró una goleada sobre el Eibar que dejó en el aire la deprimente sensación de que el equipo seguía sin evolucionar y que solo el talento infinito de Iago Aspas había evitado una avería considerable. Ayer, aunque el conjunto de Mohamed se complicó su camino en la Copa del Rey al empatar con la Real Sociedad en Balaídos, en el ambiente sobrevoló la impresión de que el grupo, al fin, había dado un paso en la dirección correcta. No es poca cosa teniendo en cuenta que el Celta y su dirección llevaban casi dos meses metidos en una rotonda a la que no encontraban la salida.

Sucedió un día que a Mohamed le permitió confirmar que en su armario de A Madroa hay jugadores muy aprovechables para el proyecto y que aumentan de forma abrumadora los recursos. Futbolistas como Kevin, Costas, Araújo, Okay o Hjulsager (habituales inquilinos del banquillo la mayoría o de la grada alguno) hicieron del Celta un equipo más compacto y fiable, que defendió con solvencia y puso en serios aprietos a una Real que tuvo que tirar de algunos de sus jugadores más importantes en el tramo final para adecentar el 1-0 que había arrancado el Celta gracias a un nuevo gol de Iago Aspas. A dos minutos del cierre de la función Juanmi aprovechó una desatención de los vigueses para igualar el partido y dejar la eliminatoria muy abierta de cara al duelo que se jugará en Anoeta dentro de algo más de un mes. Esa jugada final de los realistas, que aprovecharon el espacio liberado por Junior Alonso en el lateral y el desorden generado por una protesta a Munuera Montero que acababa de señalar una falta inexistente, son los únicos reproches que se le pueden poner a un Celta competitivo, ordenado y solidario, que no pegó un solo pelotazo favorecido por el espíritu de la Real y por la solución que Costas y Araújo le daban a la hora de sacar el balón. Desde su propio área (aunque sin librarse de alguna complicación innecesaria) el Celta fue construyendo su partido. Respaldado por el buen rendimiento de los defensas y empujado por la pareja que formaban Okay y Lobotka en el centro del campo, los de Mohamed gozaron de un cómodo control del partido. Seguramente tranquilizados por encontrarse en una competición diferente -lo que en buena medida descargaba de sus espaldas el peso de las decepcionantes actuaciones ligueras- el Celta tuvo un cuajo y una serenidad que se han echado de menos en otros momentos.

Al Celta solo le faltó una pizca más de veneno en el último tramo del campo. Sin la ayuda de los laterales (a Junior le cuesta llegar y a Kevin le pudo la timidez del arranque), el equipo quedó en manos de lo que fuesen capaces de producir Iago Aspas y Hjulsager, un futbolista dinámico y que siempre deja una fragancia agradable en el juego. Porque tanto Eckert (una apuesta de Mohamed que resulta cada vez menos comprensible) como Pione estuvieron ausentes. Especialmente preocupante el caso del danés que se ha metido en un agujero. No tiene ni juego ni confianza. Ayer en todo el primer tiempo dejó un disparo lejano que atajó Rulli y sobre todo un libre directo que estampó en la madera y que tal vez le hubiese cambiado la cara al partido y a su trayectoria. El tiempo se le acaba, mensaje que también le envió el técnico en el descanso cuando le sustituyó por Emre Mor.

Con el turco y Brais, que ocupó el sitio de Eckert, el Celta hizo crecer de forma radical sus recursos en ataque. Emre parece estar haciendo viaje inverso a Pione. Cada día parece dar un poco más y a su regate empieza a añadir otros aspectos interesantes que le permitirán pelear con más garantías por un sitio en el once inicial. Y Brais, que siempre demostró ser un chico con la cabeza en su sitio, empieza a creerse el papel que le corresponde en el equipo. No fue extraño que con ellos en el campo el Celta generase problemas en el área de Rulli. El equipo se parecía a lo que quería Mohamed: firme atrás, sobrio y ordenado en el medio y afilado en ataque. Así llegó el primer gol. Una jugada extraña para un equipo como el Celta, pero que volvió a acreditar a un futbolista tan diferencial como Iago Aspas que a su talento añade el oportunismo y la audacia. Araújo peinó en el primer palo un saque de esquina de Emre Mor y el moañés se tragó a Zubeldia para ganarle la espalda y fusilar a puerta vacía. El repertorio de este delantero es tan amplio como el de una banda legenadaria de rock.

El panorama era inquietante para una Real Sociedad incapaz de generarle peligro al Celta y que sentía la amenaza que suponían tipos como Aspas, Hjulsager o Mor rondando por su área. Garitano lo vio tan mal que comenzó a llamar a alguno de sus principales referentes como William José, Illarra o Juami. En ese momento el destino le hizo un guiño de complicidad con la lesión de Lobotka que estaba siendo el mejor del Celta hasta ese momento. Sin el eslovaco y con veinte minutos por delante el juego del equipo vigués se resquebrajó en parte y la Real Sociedad hizo acto de presencia en el área de Rubén Blanco, que tuvo que intervenir con acierto en un remate de Juanmi. Pero el Celta se sostuvo en gran medida por su buen rendimiento defensivo, por la solvencia con la que en esa fase sus defensas se impusieron a los puntas donostiarras. Todo se estropeó a dos minutos del final. Una jugada confusa en la que el árbitro castigó al Celta con una falta inexistente y que generó mucho desorden por culpa de la protesta. Luego Junior dejó un agujero por la que entró Aritz para asistir a Juanmi en el gol del empate. No lo había merecido el Celta, pero a diferencia de otros días, este tanto no dejó un clima de desesperación tras él.