La vendimia en la Ribeira Sacra está considerada como una de las más peligrosas del mundo, consecuencia de las empinadas laderas en las que están plantadas sus viñas, y que el pelotón de la Vuelta sufrió en sus propias carnes a pesar de la apariencia en el libro de ruta de ser una jornada no muy exigente. En la recogida de la uva, mencía mayoritariamente, los vendimiadores se encuentran con laderas que rozan casi la vertical de los 85 por ciento.

A la Vuelta, los últimos años le gusta buscar algunas rampas casi imposibles para los ciclistas, que llegan en momentos puntuales hasta el 30 % como es el caso del coruñés Mirador de Ézaro, pero en la zona del cañón del Sil no han dado, todavía, con ninguna para afrontar puntualmente de elevada dificultad, pero los sube y bajas encadenados constantemente, propiciaron un día de una exigencia tremenda.

No fue la jornada más dura de esta 71ª edición de la Vuelta a España, pero los ciclistas se encontraron con un terreno abonado para las emboscadas que sus piernas han sufrido y que puede pesar en los próximos cuatro días.

Los equipos se han visto obligados a trabajar a destajo, así como a buscar las mejores situaciones estratégicas, para que sus ciclistas estuviesen el menor tiempo posible desatendidos. Las estrechas carreteras por las que circulaba el pelotón han impedido durante muchos kilómetros cualquier tipo de adelantamiento.

El calor sofocante, tramos de carretera estrecha y rugosa, los botes de la bicicleta y el riesgo por lo sinuoso del trazado le dieron espectacularidad a la tercera de las etapas que transcurrió por la provincia de Ourense. Paradójicamente, los ciclistas surcaron los mismos tramos que utiliza tradicionalmente el Rallye de Ourense, o más recientemente el Ribeira Sacra. En una etapa frondosa no faltó el aplauso de aficionados en una zona que sufre el látigo de la despoblación. La Vuelta tuvo ayer las mejores vistas, una lástima que los telespectadores no las pudieran disfrutar por la inoportuna avería del helicóptero de retransmisión.