Crece el hormigueo en el Celta. Mañana su nombre volverá a estar en el sorteo de unos cuartos de final de la Copa del Rey, el escenario de algunos de los sueños más hermosos que ha tenido este equipo en su historia. A esa cita con el azar y la esperanza el equipo vigués llega después de solventar ayer la eliminatoria contra el Cádiz. Un trámite obligado después de la incontestable victoria que los de Berizzo habían arrancado en el Carranza hace una semana y que restó de trascendencia el encuentro de vuelta. Ayer se limitaron a ponerle el sello a la clasificación. Lo hicieron con una victoria trabajada y que sirvió para que hiciesen méritos a los ojos del técnico algunos de los futbolistas menos habituales de la plantilla. Gente como Guidetti, Madinda, Señé, Drazic -autor de su primer gol como futbolista del Celta- o Borja Iglesias dejaron claro que para ellos no era un partido más y aprovecharon el tiempo que les concedió Berizzo para dejar detalles interesantes y que invitan a pensar en que su papel en la plantilla no tiene por qué ser tan residual.

Al Celta le costó entrar en el partido. Lógico teniendo en cuenta las circunstancias en las que se disputaba: la noche de perros por culpa de un nuevo temporal, las gradas vacías, el 0-3 de la ida, un rival de inferior calidad y una alineación hecha a trozos, en la que Berizzo trató de encajar canteranos (Pape, Alende y Borja Fernández), menos habituales (Señé, Madinda, Drazic, Guidetti) junto a Rubén, Planas, Sergi Gómez y Radoja. Un traje extraño al que el Celta le costó adaptarse. De hecho, el Cádiz se hizo con el control del partido de forma inmediata. Le ayudó que Borja Fernández, que debía aportarle estabilidad al equipo, entró con el pie izquierdo en el choque. Se ganó una amarilla a los treinta segundos por un agarrón a un rival, falló un par de controles y su esfuerzo por entrar en el choque arrastró al Celta, demasiado disperso en el campo, con muchos futbolistas tratando de adaptarse a su posición, a los automatismos que le exigía el partido. Los de Barragán asomaron por el área de Rubén con facilidad en la primera parte. Lo hicieron sobre todo aprovechando la banda en la Pape daba vueltas. El talentoso canterano del Celta ha sido uno de los damnificados de esta clase de alineaciones. Jugar es importante, pero nadie lo ha hecho en una posición más alejada de su medio natural. En el lateral, donde Berizzo le ha acomodado en un par de partidos, se pierde y el Cádiz, bien guiado por el excéltico Jandro, supo sacarle provecho. La suya era una búsqueda desesperada por encontrar un gol que al menos avivase el fuego de la eliminatoria. Darle la vuelta incluso a los más optimistas de los cadistas les parecía un imposible.

El Celta resistió esos minutos y a partir del minuto treinta comenzó a jugar más tiempo en el campo del Cádiz. Sin mucho artificio porque salvo Guidetti -pleno de motivación y empuje- y del siempre exquisito Madinda, el equipo nunca acabó de encontrar continuidad ni sentido a lo que hacía. Se fue al descanso por delante gracias a que Guidetti aprovechó un buen pase para provocar un penalti que tuvo mucho de simulación. El propio delantero sueco se encargó de facturar el primer tanto de la noche mientras los defensas del Cádiz le tomaban la matrícula.

En el segundo tiempo el Celta ya fue más reconocible. La pelota estuvo en poder de los vigueses de forma absoluta y poco a poco se fueron sumando futbolistas al partido. Lo hicieron sobre todo Señé cuando se instaló por detrás del delantero y demostró que tiene pase, zancada y descaro; y también Madinda como segundo pivote cuando Radoja se fue al banquillo. El partido, según avanzaba, iba dejando mejores noticias para los célticos. Guidetti intensificó su batalla con los defensas rivales -a veces sobrándose en algún gesto- demostrando compromiso y ganas, lo que siempre es una gran noticia y Drazic sentenció la victoria -que no el pase- con una brillante acción individual en la que encontró la complicidad de Señé. Pero puede que lo mejor de la última media hora de partido, al margen de la mejoría del Celta en todas sus líneas, fuese Borja Iglesias. El delantero del filial, que disfrutaba de su primera oportunidad con el primer equipo, estuvo en todas las salsas y fue uno de los responsables de que el equipo mezclase tan bien en el tramo final. Todo lo que hizo tuvo sentido, se asoció con sus compañeros cuyos pases siempre mejoró y demostró que a veces Barreiro es una jaula que impide ver a los futbolistas en su verdadera dimensión. Él puso la guinda a una noche en la que el Celta ratificó su presencia en el sorteo de los sueños.