El Ourense guardará un buen recuerdo de la temporada que le devolvió a Segunda B. La comunión entre el equipo y el aficionado prevalecerá sobre el resultado cuando se mire atrás. Hubo franqueza en el trato. Nadie le falló al prójimo en los largos diez meses de gestación. El futbolista se vació sin excepción y el hincha nunca escatimó su aliento. Ni en las duras. Ayer explotó la alegría con la última victoria. Era la que menos valía, pero fue la más aplaudida porque todos se fueron a casa con la sensación del deber cumplido.

El Ourense bajó el telón entre la clase media de la liga. Fue la posición que más tiempo mereció, pero los resultados se torcieron desde mediados de febrero y no salió de cuentas hasta la penúltima jornada. Su propuesta se avinagró con la presión clasificatoria y el agotamiento de algunos futbolistas, pero los de Luisito nunca bajaron la cabeza. Llevaba plomo en el ala, pero el equipo se ganó a su gente con corazón. Nunca hubo camisetas huecas corriendo sobre el césped de O Couto y los puntos llegaron a fuerza de creer.

Los últimos minutos de la liga resumen los 37 domingos anteriores. La fe ciega convirtió las curvas en rectas hacia la victoria. Empezó el partido con apariencia de amistoso. Nadie se jugaba el futuro en el último domingo del campeonato. La tensión se limitaba al adorno estadístico y la temporada pesa en las piernas, sobre todo en las de la plantilla más corta. Algún regate de más, poca exposición del físico y la lógica indefinición en la vocación. El Ourense arrancó más enchufado y Luismi completó una internada por la izquierda sin concreción.

El otro guiño de su entrenador a los que han sido suplentes más tiempo fue para el portero Manu Táboas. Borja Valle se ocupó del enganche con Óscar Martínez y Rubén Arce acabó la temporada amarrado a la titularidad en el ataque por la derecha. La pelota fue del filial y el Ourense apechugó con la ingrata tarea de perseguirlo.

Apenas pudo replicar en contras en cuanto los madrileños acabaron el calentamiento y pulieron imprecisiones. Las buenas intenciones no se tradujeron en situaciones de gol hasta el minuto 32, cuando el lateral Noblejas cruzó un remate al final de una larga asociación. Sin bajones de tensión, el Real Madrid C hubiese podido hacer una avería grande.

Quedó constancia de su voracidad nada más reanudarse el juego. El filial sorprendió con el paso cambiado al Ourense y Ramírez le puso el lazo a una triangulación por toda la frontal en la primera de las tres llegadas blancas que atosigaron a Manu Táboas.

La sesión de electroshock tampoco estimuló a los rojillos y Luisito buscó la reanimación con la pizarra. Prescindió del central Daniel Portela y de Luismi, colocó a Juan Martínez en el lateral izquierdo y robusteció la medular con Pablo Pillado.

Borja Valle se abrió a la izquierda en el tridente de ataque que acabaría desequilibrando a los blancos. Ya se combatía más en el cuerpo a cuerpo, pero el fútbol seguía sin aparecer. El Ourense casi no necesitó acercarse al área para empatar. Rubén Arce arrancó una falta lateral y Borja Yebra templó el balón al área madrileña. Entre todos los que saltaron emergió la cabeza de Campillo para darle dirección de red a la pelota.

En la repetición de las mejores jugadas, fue Borja Valle el que recibió la falta del defensores. Yebra calculó con precisión la trayectoria y desactivó a los antiaéreos. El último del pelotón, otro defensa, Adrián Padrón, cabeceó el balón a la red. Recibió un abrazo unánime. Fue uno de los goles celebrados con más sinceridad. La mejor estrategia de crecimiento para una vida que sigue.