Hasta que nadie diga los contrario el Embutidos Lalinense no parece dispuesto a dejar de soñar. Si hace una semana era el Calvo Xiria el que demostraba no tener ni la fuerza ni el corazón necesario para frenar a los rojinegros, ayer fue el Luceros en que cayó rendido ante un rival cuya ilusión parece difícil de igualar a estas alturas de la temporada. Los hombres que dirige Paco Aguiar volvieron a mostrar una jornada más su mejor versión, esa que ilusiona y que poco a poco ha terminado calando en una afición ávida de emociones. Superados los dos primeros órdagos de su apuesta a todo o nada, los dezanos encaran ahora su reto más complicado, la salida a la pista del líder, el Chapela.

Los rojinegros habían marcado el partido contra el Luceros en rojo por varios motivos. Uno de ellos fue su derrota ante los de O Morrazo en la primera vuelta. Otro, la posición de su rival un peldaño por detrás de ellos en la clasificación. Ni uno ni otro tenían base una vez iniciada la estampida. El Embutidos Lalinense no está a estas alturas para concesiones y, metidos en el barro, los de Aguiar son un equipo muy difícil de batir. Intensos, disciplinados y, por encima de todo, entregados a una causa común, los rojinegros fueron un huracán ante el que poco pudo hacer un Luceros sin bandera.

Esta lucha entre furia y control quedó rápidamente deslucida, demostrando que el color rojo en el calendario no era más que una muesca más en el camino. Los de Aguiar no dieron tregua a su rival desde los primeros minutos y, acompañados por una gran actuación de Durán bajo palos, dejaron el choque visto para sentencia en una gran primera parte. El 18-11 con el que se llegó al descanso muestra a la perfección al empuje de un Lalinense hambriento y que tuvo una vez más el gran acierto de repartir responsabilidades entre un amplio abanico de jugadores.

Los locales bajaron por momentos su ritmo de juego en la segunda parte, pero siguieron dejando muy buenas sensaciones hasta el final. La única nota negativa fue la lesión de Pachi.