Baloncesto | NCAA
La vilagarciana que hace realidad su sueño americano
Irene Noya coge fuerzas en su Vilagarcía natal después de su primer año como jugadora de la Universidad de Illinois Urbana-Champaign. No fue un año fácil, con lesión de por medio, pero ya tiene puesta su mente en ser seleccionada para el Mundial sub 19 antes de volver a Estados Unidos con ganas de revancha.

Irene Noya ayer en Vilagarcía mostrando con una prenda de su universidad. / Iñaki Abella
Estos días de mayo, Irene Noya saborea en su Vilagarcía natal, y junto a los suyos, unas breves jornadas de descanso tras culminar su primera temporada en la NCAA, la liga universitaria estadounidense donde florecen las futuras estrellas del baloncesto mundial. Un curso marcado por retos, lesiones, aprendizajes, y, sobre todo, por la confirmación de que su camino hacia la élite sigue más vivo que nunca.
Irene acaba de cumplir 19 años y, tras aterrizar en Galicia desde Estados Unidos, apenas ha tenido tiempo de deshacer la maleta. En cuestión de días, la volverá a hacer: su próximo destino es Azuqueca de Henares, donde la selección española sub-19 inicia su concentración para preparar el Mundial que se celebrará este verano en la República Checa. Allí quiere estar Irene. Allí quiere seguir creciendo.
La historia de Irene Noya no es una casualidad. Su camino no lo marcó la suerte, sino el esfuerzo, la disciplina y una determinación inusual para alguien tan joven. Empezó a botar un balón en las categorías base del CLB vilagarciano, pero pronto su talento la empujó a escenarios más exigentes. Brilló en las selecciones gallegas y en campeonatos de España, y su nombre comenzó a aparecer en las libretas de los ojeadores federativos.
Con solo 14 años, aceptó la propuesta de la Federación Española de Baloncesto para integrarse en el prestigioso programa del Siglo XXI en Barcelona, un centro de alto rendimiento que reúne a las mejores promesas del país. Allí, en un entorno donde cada día alternaba estudios con entrenamientos de alto nivel, Irene encontró su lugar. Su mentalidad autoexigente encajó como un guante en una disciplina espartana que exige lo mejor de cada jugadora.

Irene en una acción en un partido de esta temporada. / Cedida
Las universidades estadounidenses no tardaron en fijarse en ella. Florida State, Arkansas, Jacksonville o Yale fueron algunas de las que llamaron a su puerta. La decisión no fue fácil. De hecho, estuvo cerca de aceptar la oferta de Yale, una de las instituciones académicas más prestigiosas del mundo. Pero su exigencia de un año de adaptación la hizo reconsiderar. Fue entonces cuando, tras una larga reflexión y consulta con su familia, optó por Illinois Urbana-Champaign, una universidad reconocida tanto en el plano deportivo como académico y que forma parte de la competitiva conferencia Big Ten.
«Estoy muy contenta de poder vivir una experiencia tan increíble, pero ha sido un año muy duro», admite Irene con una mezcla de honestidad y orgullo. Porque aunque el sueño americano es real, también lo son los sacrificios que implica.
Llegar a Champaign en agosto pasado fue como entrar en otro mundo. Irene quedó impactada por las instalaciones: un pabellón para 15.000 espectadores, gimnasios de última tecnología, salas de recuperación con crioterapia y máquinas hiperbáricas, entrenadores personales y un ambiente donde todo está diseñado para maximizar el rendimiento. Incluso el reconocimiento que tienen los deportistas que representan a la universidad en toda la comunidad se palpa a cada paso.
«El nivel de exigencia en la mejora y en el entrenamiento es altísimo. Hay muchísimo trabajo individual y de equipo, pero estoy encantada de trabajar con esta calidad», explica.

Rodeada de sus compañeras de equipo, uno de los mejores 32 equipos universitarios de Estados Unidos esta temporada. / Cedida
Sin embargo, no todo fue fácil. Irene se incorporó tarde a la pretemporada, y poco después sufrió una fractura por estrés en la tibia que la tuvo tres meses alejada del parquet. Solo pudo disputar siete partidos en toda la temporada y se quedó fuera de la rotación principal. Aun así, nunca dejó de trabajar. Por delante tres años más para poder apuntalar una carrera que no está haciendo nada más que empezar.
«Las dos primeras semanas después de la lesión fueron fastidiadas, pero esto es un sueño y no me quise parar. Seguí entrenando muchísimo», recuerda. Su ética de trabajo no pasó desapercibida. El cuerpo técnico, liderado por la entrenadora Shauna Green, le ha transmitido su confianza para el próximo curso. «Tuve opciones de cambiar de universidad, pero todos me animaron a seguir en Illinois. Estoy muy motivada para demostrar de lo que soy capaz», explica la vilagarciana.
Su día a día en Illinois es una coreografía milimetrada de estudio y entrenamiento. Las clases por la mañana —este año de Biología, aunque el próximo lo dedicará a Kinesiología—, y por la tarde, a partir de las 15.15 horas, sesiones de vídeo, gimnasio, entrenamiento colectivo y trabajo específico individual. Además, las jugadoras tienen la opción de solicitar sesiones extra a través de una app del equipo, algo que Irene no ha dudado en aprovechar.

La vilagarciana tiene las ideas muy claras en el baloncesto. / Cedida
Con 1,90 metros de altura y una capacidad técnica en constante evolución, Irene juega como ala-pívot, pero es capaz de adaptarse a distintas posiciones. La mejora de su masa muscular fue uno de los objetivos principales desde su llegada a Illinois, y ya se perciben avances que pueden marcar la diferencia en su segundo año.
La temporada universitaria terminó para Illinois con una eliminación en la segunda ronda del «March Madness» ante Texas, uno de los equipos que acabaría en la Final Four. Pero para Irene, la temporada continúa. El próximo reto está ahora con la camiseta de España.
Azuqueca de Henares será el escenario donde el seleccionador español, el ferrolano Lino López, decidirá qué jugadoras representarán al país en el Mundial sub-19. Irene quiere estar ahí, como parte de un grupo que aspira a todo. «Ahora quiero centrarme en la posibilidad de ir al Mundial con la selección y voy a seguir luchando por dar mi máximo nivel», asegura.
El mes de julio marcará su regreso a Illinois para iniciar una nueva temporada, tanto en el aula como en la pista. Será un curso clave, de consolidación y crecimiento. Irene Noya tiene claro que esto no es una carrera de velocidad, sino de fondo y de perseverancia. Y ella, paso a paso, ya ha demostrado que tiene el corazón, la cabeza y la fuerza para llegar tan lejos como se proponga.
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